– ¿Has quedado con alguien?
– ¿Perdón?
– ¿Tienes que ir a alguna parte? ¿A comer con alguien, quizá?
– No creo que sea asunto tuyo, pero había pensado comer aquí para no perder tiempo -respondió Tegan empezando a hartarse de la forma en que le estaba hablando-. Así haré penitencia por mis pecados.
Maverick volvió a mirarla con los ojos llenos de furia, pero se relajó al instante.
– Perfecto -apuntó finalmente dándose la vuelta-. Avísame en cuanto hayas hablado con Rogerson.
Pero Tegan no dijo nada. Se había quedado hipnotizada observando lo bien que le quedaban los pantalones, los músculos que se marcaban en su camisa, la asombrosa anchura de sus hombros. Era imposible imaginar a un hombre más perfecto que él.
– ¿Algo más? -preguntó Maverick dándose la vuelta de repente.
La había visto. La había visto mirarlo embobada. Estaba como paralizada, como atada con cuerdas a la silla. ¿Qué le ocurría? ¿Es que no tenía ya suficientes complicaciones?
– No -contestó sonrojada mientras se levantaba de la silla-. Nada más.
Maverick la vio salir de su despacho. Las cosas empezaban a arrancar de nuevo, pero no estaba tranquilo. ¿Por qué había sentido una sensación de alivio al saber que su secretaria no había quedado con nadie para comer? ¿Qué le importaba a él eso?
Aquellas piernas interminables, aquellas medias brillantes…
¿Por qué se las había puesto? Si no había quedado a comer con nadie… ¿Tal vez tenía una cita para cenar? ¿Acaso la inesperada presencia de él allí le había echado a perder algún plan? Eso explicaría su actitud.
No es que le importara mucho. Sólo era curiosidad, nada más. Todo cuanto afectara a uno de sus empleados requería su atención. Si algo estaba afectando a su secretaria, tenía derecho a saberlo.
No había tiempo que perder.
Una vez que hubo repasado de nuevo toda la información, Tegan se lanzó a hacer llamadas siguiendo las instrucciones de Maverick. No podía cometer el más mínimo error.
Sin embargo, lo primero que había hecho, nada más sentarse, había sido enviarle un correo electrónico urgente a su hermana. El mensaje había sido bastante claro: Llámame esta noche sin falta. Es urgente. Morgan le había prometido comprobar su buzón de correo electrónico todos los días.
Aunque, en realidad, no había accedido a nada. Casi había sido una imposición.
– Me lo debes -había dicho Morgan-. Cuando papá enfermó, fui yo la que tuve que arreglármelas sola para cuidarle.
– ¡Estaba enferma! -había exclamado Tegan defendiéndose-. Quería venir para ayudarte, pero no podía viajar en las condiciones en las que estaba.
– Eso no cambia el hecho de que fui yo la que tuve que cargar con todo -había replicado Morgan, indiferente al comentario de Tegan-. Maverick insiste en que esté en la oficina, allí, sin hacer nada, sólo por si surge algo y me necesita. Vamos, Tegan, por favor, es lo menos que puedes hacer. Bryony es mi mejor amiga y se va a casar dentro de dos semanas. ¿Cómo voy a decirle a estas alturas que no puedo ser su dama de honor? ¿Con qué cara voy a decirle que ni siquiera puedo asistir?
– Es una semana entera. Nadie se va a tragar el engaño tanto tiempo.
– ¿Por qué no? -había insistido Morgan-. Maverick estará en la otra punta del globo. Además, todos los que saben que tengo una hermana creen que sigues perdida por ahí, luchando contra el hambre en el mundo.
Tegan había intentado discutir con su hermana, hacerle ver que eran muchas las cosas que podían salir mal, que cualquier imprevisto podría echarlo todo abajo. Pero Morgan parecía muy segura de sí misma, parecía haber pensado en todo.
Además, por otra parte, Morgan tenía razón. Se lo debía. Había tenido que afrontar ella sola el ataque al corazón del padre de ambas mientras ella yacía inmóvil en un país africano, en un lugar apartado de todo contacto con la civilización, afectada por un extraño virus que le había hecho guardar cama durante más de dos meses.
Nunca se perdonaría haber llegado tarde, no haber podido dar el último adiós a su padre. Pero si había alguna manera de compensarlo, era haciéndole aquel favor a su hermana. El hecho de que Morgan estuviera aprovechándose de ella haciéndola sentir culpable no cambiaba en nada el fondo de la cuestión.
¿Quién podría haber imaginado que el viaje de Maverick iba a cancelarse?
Tenía que aguantar todo lo que pudiera, pero era necesario que Morgan regresara enseguida. En caso contrario, tarde o temprano, él lo descubriría.
– Pareces muy pensativa.
Tegan se asustó tanto al oír la voz de Maverick que, sin darse cuenta, tiró al suelo algunas carpetas que estaban amontonadas, llenando la mesa de papeles.
– ¿Se sabe algo ya de Phil? -preguntó él dejando más carpetas llenas de papeles sobre el escritorio.
– Estoy esperando a que me confirme que puede mañana a las diez. Los abogados dicen que no tienen problema en asistir.
– Bien. Estaré fuera, tengo varias reuniones con algunos inversores. Llegaré tarde -dijo dirigiéndose a los ascensores.
– ¿Qué quieres que haga con esto? -preguntó Tegan señalando las carpetas que Maverick le había dado.
– Lo que haces siempre. ¿Hay algún problema?
– No, no, ninguno -contestó con su mejor sonrisa mientras Maverick entraba en el ascensor.
Necesitaba una cerveza fría.
Por si la reunión no hubiera sido suficiente, la visita a la residencia de ancianos donde estaba su abuela había terminado por rematarlo. Había días en que la mujer estaba tranquila y era una delicia escuchar sus historias familiares sobre cómo había crecido allá en Montana. Otros, en cambio, era muy difícil soportarlo. Y aquél había sido uno de esos días.
Mientras conducía de regreso a la oficina, había pensado en llamar a alguien para cenar aquella noche. Pero, después de pensarlo con calma, había desechado la idea. En primer lugar, porque se suponía que estaba en viaje de negocios. Y, por otro lado, porque no quería que ninguna de sus amantes habituales llegara a pensar que le estaba dando un trato preferencial, que se estaba comprometiendo más de la cuenta.
De modo que había parado en un restaurante chino cercano a la oficina y había pedido algo de comida para llevar.
Mientras subía en el ascensor, repasó una vez más el asunto que le estaba dando dolores de cabeza aquel día. Phil Rogerson había estado de acuerdo con el proyecto hasta que el ataque al corazón de Giuseppe lo había dejado todo en el aire. No debía permitir que se volviera atrás. No podía permitir que Rogerson se desvinculara del trato. Debía atacar mientras el asunto estuviera aún caliente.
Las puertas se abrieron y entró en el vestíbulo de la planta donde estaba su despacho. No parecía haber nadie, pero no se detuvo a comprobarlo. Sólo podía pensar en tomarse esa cerveza tranquilamente.
Entonces, al abrir la puerta que daba a la sala donde estaba su despacho, se encontró con su peor pesadilla.
– ¡Oh! -exclamó Tegan quitándose los auriculares-. No te oí llegar.
– Con eso puesto, no me extraña -dijo Maverick refiriéndose al iPod.
– Lo tenía muy bajito. Además, no había nadie.
En realidad, no le importaba en absoluto que estuviera escuchando música. Si aquella mañana no hubiera llevado los auriculares puestos, se habría dado cuenta de que él estaba en la oficina, y no habría tenido la oportunidad de asistir a aquel magnífico espectáculo que eran sus esculturales piernas, esas piernas en las que no había podido dejar de pensar en todo el día, esas piernas que no habían hecho más que obsesionarle.
¿Escondía bajo aquella ropa un cuerpo tan impresionante como sus piernas? ¿Cómo no se había dado cuenta de nada en el año y medio que llevaba trabajando para él? ¿Cómo no había observado el brillo de sus ojos?
– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó confuso.