– ¿Aunque ella me lo ponga difícil?
– Cuando cumpla veinte años, se le habrá pasado.
– Faltan cuatro para eso.
– Y después, pasará lo mismo con la siguiente generación.
– ¿Qué? Soy demasiado joven para pensar en nietos – sonrió él.
– Ningún hombre con una hija de dieciséis años es demasiado joven para pensar en eso.
– Sadie es muy lista. No creo que…
– ¿No?
– ¿No creerás que puede quedarse embarazada a propósito?
– No la conozco. Pero no me extrañaría nada. Es normal que se sienta abandonada teniendo una madre así y, si lo que quiere es hacerle daño… imagínate cómo podría sentirse tu ex mujer si supiera que va a ser abuela.
– Se moriría del susto – murmuró Daniel. Amanda se encogió de hombros. Eso era lo que había querido decir-. No puedo creer que mi hija fuera tan tonta como para… arruinaría su vida.
– No la arruinaría, la complicaría un poco, eso sí. ¿Seguro que está arreglando la moto esta noche?
– Sí, claro – contestó él. Pero se quedó pensativo un momento-. Al menos, eso creo – añadió. ¿Era su imaginación o, últimamente, Ned Gresham se pasaba todo el día en el garaje…? Daniel se puso de pie inmediatamente-. ¿Me perdonas un momento?
Amanda levantó la copa y brindó por su compañero con una sonrisa.
– Amanda, querida, desde luego sabes cómo estropear una cita – murmuró para sí misma.
Unos minutos después, Daniel volvía a sentarse frente a ella, con expresión aliviada.
– Ha salido a dar una vuelta con la moto.
– ¿Sola?
– No, con Bob.
– Lo siento. Me parece que he exagerado…
– No te disculpes. Podrías haber tenido razón – la interrumpió él, tomando su mano. Se había quedado sin sangre en las venas, pero en ese momento, mirando a aquella hermosa mujer, sintió la clase de calor que podría, debería tener solo un resultado… Ella jugaba con la comida; apenas había comido nada-. ¿No tienes hambre? – preguntó. Amanda negó con la cabeza-. Vamonos.
– ¿Dónde?
– Se me están ocurriendo muchos sitios – contestó él, dejando dinero sobre la mesa.
– Salir contigo es mejor que ponerse a régimen.
– Puedes patentarme – sonrió Daniel, mientras paraba un taxi.
– De eso nada. Te quiero solo para mí.
Dos minutos después estaban frente a la puerta del apartamento. Amanda no podía creerlo. ¿Daniel estaba esperando que lo invitara a entrar? Pero él sabía que… o quizá quería darle una segunda oportunidad…
– ¿Te apetece tomar un café?
– No, gracias.
– ¿Una copa?
– Tengo que conducir.
– Oh – murmuró ella. Él seguía esperando-. Tengo la película «El paciente… – empezó a decir. Entonces, Daniel la apretó contra la pared del pasillo y la besó en los labios como si quisiera marcarla a fuego.
Aquel beso no tenía nada que ver con el mundo que Amanda conocía. No había nada delicado en aquel beso que quemaba su boca, que hacía que su cabeza diera vueltas y se le doblaran las rodillas.
Tuvo que sujetarse a su camisa para no caer al suelo. Aquella noche no tenía intención de dejarlo marchar y permitió que su lengua se uniera a la del hombre en una invitación silenciosa. Daniel rodeó su cintura con las manos, apretándola contra su cuerpo. El calor masculino traspasaba su ropa, ahogándola. Aquello no tenía nada que ver con su plan de tener un hijo. Deseaba a Daniel Redford con todas sus fuerzas.
Cuando él levantó la cara, Amanda pudo ver el rostro de un hombre encendido, a punto de explotar.
– ¡Dilo! – demandó-. ¡Di lo que quieres decir!
– Podríamos ver la película en la cama – murmuró ella.
La respuesta fue el ruido de la puerta, que Daniel había cerrado con el pie.
– ¿Te he despertado?
Amanda se estiró bajo el suave edredón azul. Se sentía increíblemente feliz. Daniel no estaba a su lado, pero la voz del hombre sonaba en su oído. Amanda se puso el teléfono más cerca.
– Sí. Gracias – murmuró.
– ¿Por despertarte?
– Por un montón de cosas – dijo ella. Su ropa estaba tirada en el suelo, donde había caído mientras se la arrancaban el uno al otro. Daniel no había podido quedarse a dormir, pero se había marchado del apartamento casi al amanecer-. ¿Qué estás haciendo?
– Estoy tumbado en la cama, pensando en ti – contestó él-. Intentando levantarme para ir a trabajar.
– Ven a verme. Yo te mantendré ocupado.
– No puedo. ¿Esta noche?
Amanda se sentía horriblemente tentada, pero tenía que dar una charla en la Escuela de Secretariado Internacional.
– Esta noche no puedo. Tengo que trabajar.
– No para Guy Dymoke, espero.
Amanda soltó una carcajada; le encantaba aquel tono posesivo.
– ¿Te molestaría?
– No te dejaría ir sola.
– La verdad es que tengo que asistir a… una conferencia importante. ¿Quizá mañana?
– Me parece que voy a tener que dedicar el fin de semana a Sadie. ¿Qué tal el lunes?
Esperar hasta el lunes le parecía una eternidad. Amanda se sentía como una adolescente.
– Muy bien, pero no esperes que cocine.
– Mandy… tenemos que hablar.
Su voz sonaba muy seria. Y ella no quería ponerse seria.
– ¿Quieres que hagamos el amor por teléfono? – bromeó.
– Gracias, pero prefiero hacerlo en persona. El lunes, te lo prometo.
Amanda colgó el teléfono y salió de la cama, estirándose perezosamente. Después de darse una ducha y meter las sábanas en la lavadora, se puso uno de los trajes de Beth.
– ¿Esta mañana no quieres que te lleve a trabajar?
Sadie, vestida con una chaqueta de cuero y con el casco de la moto en la mano, se disponía a salir de casa cuando Daniel entraba en la cocina.
– No sabía si ibas a levantarte a tiempo. No vale de nada fijar una hora para volver a casa si nadie va a comprobarlo.
– Confío en ti.
– Un error – rio Sadie-. También confiabas en mi madre y mira lo que pasó.
Daniel puso una rebanada de pan en el tostador, sin mirarla. Era mejor no discutir.
– He visto la moto – dijo. Estaba en el garaje cuando llegó de madrugada-. Dejarás impresionado a todo el mundo cuando vuelvas al colegio.
– A la señora Warburton no le gustan las motos. No es una cosa de señoritas – dijo la joven, imitando la voz nasal de la directora del internado-. Es una pena que no pueda conducir un coche todavía porque le he echado el ojo a uno y estoy segura de que mi papá me lo compraría. ¿Verdad, «papi?» – la pregunta era claramente retórica porque Sadie se dirigió hacia la puerta sin esperar respuesta. Pero, antes de salir, se volvió de nuevo hacia su padre-. Dentro de dos semanas es mi cumpleaños.
– Si apruebas los exámenes, me lo pensaré.
– Me da igual. Ya tengo la moto…
– Oye, he estado pensando que, este fin de semana, podríamos ir a la casa de campo. Hace muy buen tiempo y es una pena desperdiciarlo.
– ¿Por qué no? Si no voy yo, seguramente te llevarás a la reina de los pendientes y harás el ridículo por completo – dijo su hija, con todo el descaro del mundo. Daniel la miraba, incrédulo-. No está bien salir con chicas jóvenes, papá. Búscate una de tu edad.
– Vale, Sadie, olvídate del fin de semana.
– Lo siento, pero ya me has invitado y, como no tengo nada más divertido que hacer… – sonrió ella-. Tengo que irme. Mi jefe es un negrero y si llego un minuto tarde, me amenaza con enviarme a la cola del paro – añadió, despidiéndose con la mano-. Ciao.
CAPITULO 7
– OH, DIOS mío – exclamo Beth cuando Amanda apareció en la oficina una hora más tarde-. Esa sonrisa es muy sospechosa.