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La habitación estaba llena de gente y todos esperaban la respuesta. ¿Cómo podía hacerle eso? ¿Cómo la sensata y organizada Amanda Garland podía haber dejado que su vida se convirtiera en aquel torbellino? Amanda levantó la cara y lo miró directamente a los ojos, aquellos ojos azules…

– No seas tonto, Daniel. Lo último que necesito es un marido.

– ¿Quién ha dicho que el romanticismo ha muerto? – bromeó Max.

– Tú le pediste a Jilly que se casara contigo en la cola del teatro – le recordó su hermana-. Eso tampoco fue muy romántico.

– Pero ella dijo que sí – replicó su hermano, mirando a Daniel-. Perdone. Siga.

– Esto no tiene nada que ver con que estés esperando un hijo mío – dijo Daniel-. He pasado los peores seis meses de mi vida sin ti.

– Existe la posibilidad de que hubieran sido peores conmigo.

– Bueno, bueno…

– Vete, Max. Que se vaya todo el mundo. Esto no le está haciendo ningún bien a mi presión sanguínea.

– Su presión sanguínea está estupendamente, señorita – intervino el enfermero.

– Por favor, escúchele – dijo Sadie. A pesar de las protestas, Daniel sabía que todo iría bien porque Mandy lo estaba mirando y en sus ojos veía la respuesta-. Dentro de un año me iré a la universidad y mi padre necesitará que alguien… bueno, ya sabe. Y, además, está el niño o la niña…

– Es un niño.

– ¿Un niño? – sonrió Sadie.

– Sí. He visto las ecografías. Dame la mano – dijo Amanda, poniendo la mano de Sadie sobre su vientre-. ¿Lo notas?

– Pero… es asombroso. Papá, mira, el niño se mueve – murmuró, volviéndose hacia su padre. Daniel no se acercó, lo único que podía hacer era mirar a Mandy-. Por favor, ven. ¿A qué estás esperando? – insistió. Su padre y Amanda se estaban mirando, sin decir nada y Sadie se dio cuenta de lo que ocurría-. Claro que se va a casar contigo, papá. Pero estoy segura de que prefeririría darte una respuesta… sin público.

Por un momento, después de que se cerrara la puerta y se quedaran solos, hubo un silencio.

– ¿Me hubieras dicho lo del niño? – preguntó él por fin.

– Quería decírtelo, Daniel. Pero le había hecho una promesa a Sadie…

– Lo sé. Me lo ha contado.

– Estaba asustada. No pensaba volver al colegio porque tenía miedo de que tú también la abandonases. Así que le prometí que no volvería a verte. Era lo menos que podía hacer.

– Sigues sin responder a mi pregunta. ¿Me hubieras contado lo del niño?

Amanda no había contestado porque no sabía la respuesta.

– Yo se lo había prometido a Sadie, pero Beth no había hecho promesa alguna – contestó por fin-. Imagino que se habría puesto en contacto contigo para darte la enhorabuena. Ella es así.

– ¿Es tu amiga, la del apartamento?

– Mi mejor amiga y mi socia. Fue Beth quien contrató un detective. Quería protegerme – le explicó. Después le contó todo el plan. Sabía que tendría que hacerlo en algún momento.

– Entonces, ¿tú querías tener un hijo, no me querías a mí?

– Durante unos treinta segundos. Después me di cuenta de que me había enamorado – dijo Amanda-. Yo nunca leí el informe. De hecho, creo que debería preguntarte qué puedes ofrecerme antes de darte una respuesta. Eso, si sigue en pie la oferta de matrimonio.

– Entonces, ¿lo vas a pensar? – sonrió él.

– ¿De verdad sigues llevando mi pendiente?

Daniel metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó un papelito de seda. Dentro, estaba el pendiente de jade.

– No he podido deshacerme de él – murmuró, poniendo la mano sobre su vientre-. Mandy, tú querías tener un hijo conmigo y… – Daniel abrió los ojos desmesuradamente cuando notó movimiento en el interior-. ¡Ha dado una patada!

– No está dando patadas, está diciendo hola – susurró ella. Sus ojos se llenaron de lágrimas y tuvo que hacer un esfuerzo para deshacer el nudo que tenía en la garganta-. Está diciendo: hola, papá.

Daniel tomó su mano.

– Entonces yo diría que puedo ofrecértelo todo.

– No tienes que casarte conmigo por el niño, Daniel.

– Cariño, esto no tiene nada que ver con el niño. Durante estos seis meses me he dado cuenta de que la vida sin ti es un infierno – dijo él-. Bueno, ¿vas a casarte conmigo o no? Hay media docena de personas esperando detrás de esa puerta.

– Pueden esperar un poco más – la sonrisa de Amanda estaba llena de amor-. Ahora mismo, Daniel Redford, lo único que quiero es que dejes de hablar y me beses.

EPÍLOGO

– ¡Bien hecho, Tom!

– ¡Lo ves? El fútbol no está tan mal – dijo Daniel-. ¿Verdad?

Amanda levantó la mirada y vio que su marido sonreía de oreja a oreja, intentando controlar su impulso de lanzarse al campo para abrazar a su hijo.

– La semana que viene te toca aplaudir a Molly en su clase de ballet.

Daniel se inclinó para tomar en brazos a su hija de cuatro años.

– Lo estoy deseando. Me encantan mis niños.

– Hablando de niños, ¿has hablado con Sadie? ¿Te ha dicho si va a venir a casa en Navidad?

– Sí. Y va a traer a alguien con ella. No me ha dicho quién es, pero tengo el presentimiento de que es un novio. Un novio serio.

– ¿Y corno te ha sentado?

– ¿Cómo me ha sentado la idea de que puedo ser abuelo? Bien.

– Entonces, como recompensa, tengo un regalo para ti.

Daniel dejó a Molly en el suelo para que pudiera correr hacia su hermano.

– ¿Un regalo de Navidad?

– No. En realidad, tendrás que esperar hasta tu cumpleaños.

– Mi cumpleaños es dentro de siete meses.

– Bueno, la espera es parte de la diversión. ¿Nunca te he hablado de los problemas demográficos del país?

– ¿El descenso de la natalidad y esas cosas?

– Eso eso. Seguro que te alegra saber que nosotros estamos haciendo algo para compensar.

– ¿En serio? – sonrió Daniel, mirando su cintura-. ¿Y lo compensaremos en mi cumpleaños?

– ¿Qué te parece?

– Muy bien, cariño, la verdad es que me gusta esto de ser padre. ¿Y a ti?

– Mientras tú estés conmigo para sujetar mi mano…

– Siempre – sonrió él, besándola en el cuello. Amanda recordó entonces la primera vez que se habían visto, cómo se había imaginado cuatro bultitos blancos cada uno con los ojos azules y la sonrisa ladeada de su padre.

Llevaban tres, pensó con una sonrisa. Solo le quedaba uno.

Liz Fielding

***