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Recortado contra el humo y el caos, el perfil de Mick Hennessy resaltaba con una bengala en la boca como si fuera un cigarrillo largo y delgado. Reconoció la espalda ancha, el cabello negro y al niño que le miraba embobado. Le dio a su sobrino una bengala encendida y Travis giró sobre un pie y empezó a moverla. Mick se quitó la bengala de los dientes, dijo algo, Travis se detuvo de inmediato y sostuvo la bengala delante de él como si fuera una estatua.

Maddie dio un trago de vino. Encontrarlo el día anterior en la ferretería había sido todo un shock. Estaba tan enfrascada en la caja de veneno que no se fijó en él hasta que lo tuvo delante de las narices. Al mirar aquellos ojos azules desde tan cerca y tan parecidos a los de su padre, no tuvo más remedio que exclamar: «¡Santo Dios!».

Bajó la copa y la dejó en la barandilla mientras observaba a Mick y a su sobrino. En realidad no sabía qué pensar de él. No sabía lo suficiente para haberse formado una opinión y tampoco le importaba. El libro que planeaba escribir no tenía nada que ver con él y sí mucho con el triángulo amoroso entre Loch, Rose y Alice. Al igual que Maddie, Mick había sido solo otra víctima inocente.

Louie Allegrezza y los otros dos hombres se arrodillaron cerca del agua y metieron cohetes en diversas botellas de soda. Encendieron una mecha detrás de otra y Maddie miró los cohetes subir muy alto, por encima del agua, y explotar con estallidos no muy fuertes.

– Ten cuidado con los niños -gritó Lisa a su marido.

– Estos nunca han hecho daño a nadie -respondió mientras volvía a cargar las botellas.

Cuatro cohetes levantaron el vuelo hacia el cielo, pero el quinto voló directo hacia Maddie. Se tiró al suelo de la terraza mientras el cohete pasaba zumbando muy cerca de su cabeza.

– ¡Mierda!

El cohete aterrizó detrás de ella y explotó. Sintiendo un fuerte latido en los oídos se puso en pie para asomarse por la barandilla.

– Lo siento -gritó Louie.

A través de la estela luminosa de la noche gris, Mick Hennessy levantó los ojos y la miró durante unos segundos. Al verla, enarcó las cejas negras de sorpresa. Luego se balanceó sobre los talones y se rió, como si aquello tuviera mucha gracia. Los hoyuelos de las mejillas y la alegría de los brillantes ojos azules producían la ilusión de que era tan confiado e inofensivo como un boy scout. Pero los boy scouts inofensivos llevan la camisa beige abotonada y metida por los pantalones. Un boy scout no se deja la camisa desabrochada y por fuera, mostrando unos abdominales perfectos y un reguero de vello púbico que bajaba por el esternón, rodeaba el ombligo, desaparecía tras la cintura de sus tejanos y daba ganas de lamerlo. No es que Maddie corriera ningún peligro de lamerle nada, pero aunque Mick fuese quien fuera ella no estaba ciega.

– Louie, avísanos antes de soltar esas cosas -dijo Lisa haciéndose oír por encima del ruido-. Maddie, ven aquí. Estarás más segura.

Maddie apartó la mirada del pecho de Mick y la dirigió hacia su vecina. En materia de seguridad, cambiar su terraza por la de los vecinos no tenía ningún sentido, pero mirar el pecho de Mick había sido la emoción más grande que había experimentado en varias semanas, lo que obviamente indicaba que estaba aburrida y harta de estar sola.

Se levantó, cogió la copa y cruzó la corta distancia que le separaba del jardín de sus vecinos. Enseguida le presentaron a la hija de Louie, Sofie, y a sus amigos, que vivían en Boise y asistían a la Universidad Estatal, pero estaban en Truly pasando el fin de semana. Conoció a varios vecinos que vivían mucho más abajo en la playa, Tanya King, una rubia menuda que daba la impresión de pasarse colgada de los talones y haciendo abdominales todo el día, y a Suzanne Porter, cuyo marido, Glenn, y su hijo adolescente, Donald, estaban en la playa preparando los fuegos artificiales. Después de eso, perdió el hilo de los nombres y ya no pudo recordar quién era quién, dónde vivía, ni cuánto tiempo hacía que residía en la ciudad. Se le mezclaron y confundieron todos, salvo el de la madre de Louie y el de su tía Narcisa, que estaban sentadas a la mesa dando encantadoras muestras de desaprobación y hablando entre ellas en euskera muy deprisa. No había modo de olvidar a aquellas mujeres.

– ¿Quieres más vino? -preguntó Lisa-. Tengo un tinto vasco y chablis. ¿O prefieres una cerveza o una Coca-Cola?

– No, gracias. -Levantó la copa medio llena y la miró-. Esta noche soy una invitada muy barata.

Tenía que levantarse pronto y ponerse a trabajar, y el vino tendía a darle dolor de cabeza.

– Antes de casarme con Louie y tener a Pete, estas barbacoas del Cuatro de Julio eran un descontrol; un montón de borrachos y peligrosos fuegos artificiales.

Por lo que Maddie podía ver, no había cambiado mucho.

A la última persona que le presentaron fue a la cuñada de Lisa, Delaney, que parecía estar embarazada de doce meses.

– No salgo de cuentas hasta septiembre -dijo Delaney como si leyera la mente de Maddie.

– ¿Bromeas?

– No. -Delaney se rió y su coleta rubia le acarició los hombros mientras sacudía la cabeza-. Voy a tener gemelas. -Señaló hacia la playa-. Aquel es mi marido, Nick, el que está allá con Louie. Será un padre estupendo.

Como si le hubieran dado cuerda, el padre estupendo se volvió y buscó con la mirada la de su esposa. Era alto e increíblemente guapo, y el único tipo de los alrededores que pudiera hacer la competencia a Mick Hennessy en el concurso de miradas. Luego cruzó la mirada con la de su esposa y se acabó la competición. No había nada menos sexy que un hombre que solo tiene ojos para una mujer, sobre todo si esa mujer parece un buda.

– ¿Estás bien? -gritó Nick Allegrezza.

– Por Dios bendito -gruñó Delaney, y añadió a gritos-: Sí.

– Tal vez deberías sentarte -sugirió Nick.

Delaney gesticuló con los brazos.

– Estoy bien.

Maddie dirigió la mirada a Mick, que tenía una rodilla hincada en el suelo mientras ayudaba a Travis a encender un volador de colores. Se preguntó si había mirado de aquel modo a alguna mujer alguna vez o si era como su padre, que tenía ojos para un montón de mujeres.

– ¡Cohete va! -gritó Louie, y Maddie vio los cohetes de las botellas de soda salir zumbando hacia arriba.

Esta vez ninguno de ellos rozó la cabeza de Maddie, sino que explotaron sobre el lago, lo cual fue un alivio para su corazón. Hacía unos años se había presentado voluntaria para que le dispararan con una Taser en una de las clases de defensa personal. No es que fuera gallina, pero aquellos misiles voladores la intranquilizaban.

– La semana pasada empecé a tener contracciones y el médico me dijo que lo más probable era que las niñas se adelantasen -dijo Delaney atrayendo la atención de Maddie-. A Nick le da pánico, pero a mí no me preocupa. Hemos vivido un infierno para tener estas niñas. Lo más duro ya ha pasado y todo lo demás irá perfecto.

Maddie se había pasado la vida adulta intentando no quedarse embarazada y se preguntaba qué habría tenido que pasar Delaney, pero no la conocía lo bastante para preguntárselo.

– Los dos lo pasasteis fatal… -Lisa acarició la barriga de su cuñada y luego dejó caer las manos a los costados-. Pero tengo la sensación de que convivir con dos niñas de trece años, en la misma casa y al mismo tiempo, dará un nuevo significado a la palabra «infierno».

– No será ningún problema. Nick no piensa perder de vista a las niñas hasta que tengan veintiún años, por miedo a que salgan con chicos como él.

Suzanne levantó una copa de vino blanco y se echó a reír.

– Nunca pensé que Nick sentase la cabeza y se casase. Cuando era niño era tan salvaje como Louie, un loco.

– Louie no era un loco. -Lisa defendió a su marido y bajó las cejas sobre los ojos azules.