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– Todo el mundo le llamaba Loco Louie por algún motivo -recordó Delaney a su cuñada-. Robó su primer coche cuando tenía… ¿cuántos? ¿Diez años?

– Sí, bueno, Nick estaba allí en el asiento del copiloto con Louie -dijo Lisa con desdén-. Y en realidad no robaba coches, solo los tomaba prestados unas horas.

Delaney arrugó el entrecejo.

– ¿De verdad crees eso?

Lisa se encogió de hombros.

– Es cierto. Además, a Nick se le ocurrían muchas trastadas a él sólito. ¿Os acordáis de aquellas horribles peleas de bolas de nieve?

– Claro, pero en aquel tiempo Nick no necesitaba tirarme cosas para atraer mi atención. -Delaney sonrió y descansó las manos sobre la gran barriga-. Sigue siendo un poco salvaje a veces, pero no como cuando estaba en el colegio.

– Todas las clases tenían al menos un chico malo. En el curso de mil novecientos noventa fue Mick Hennessy -dijo Suzanne-. Siempre andaba metido en líos. En octavo le dio un puñetazo al señor Shockey en la cara.

Maddie bebió un sorbo de vino, como si no hubiera oído nada.

– Estoy segura de que el señor Shockey se lo merecía -dijo Lisa en defensa de Mick-. Nos hacía correr aunque nos doliera la barriga por la regla. ¡Cabrón sádico!

– Lisa, a ti siempre te dolía la barriga -recordó Delaney a Lisa-. Incluso en primer grado. Y estás haciendo de abogada del diablo.

Lisa se encogió de hombros.

– Me refiero a que teniendo en cuenta lo que Mick tuvo que vivir de niño, salió bastante bueno.

Maddie no sabía lo que Mick había tenido que vivir de niño, pero podía imaginárselo.

– No conozco la infancia de Mick, pero he oído historias. -Tanya levantó la copa y bebió-. Y salió muy bueno. -Detrás de la copa, Tanya esbozó una sonrisa, dejando pocas dudas sobre su conocimiento de lo «bastante bueno» que era Mick.

– Ten cuidado, Tanya, Mick es como su padre -le advirtió Suzanne-. No es la clase de tío que se queda con una sola mujer. El año pasado Cinda Larson creyó que lo tenía para ella sola, pero Mick estaba saliendo con varias a la vez.

Sin embargo, había una diferencia, pensó Maddie: Mick no estaba casado y su padre sí.

– Yo me divorcié el año pasado. -Tanya llevaba un vestido ceñido a su pequeño cuerpo, y encogió un hombro desnudo-. No ando buscando una relación exclusiva.

Maddie dio un sorbo de vino y tomó nota mentalmente. No es que las relaciones de Mick con las mujeres le interesasen, ni desde el punto de vista personal ni profesional. Las relaciones personales de él y Meg no iban a ninguna parte, como las suyas, pero sentía curiosidad. Curiosidad por saber si su infancia había sido mejor que la suya. Por lo poco que había oído, diría que no.

– Donald, asegúrate de que los grandes apuntan hacia el lago -gritó Suzanne acercándose a la barandilla. Luego se volvió y fijó sus ojos verdes en Maddie-. ¿Tienes niños?

– No.

De no haber estado al lado de una dama embarazada, habría añadido que tampoco pensaba tenerlos nunca.

– ¿En qué trabajas?

Si Maddie decía la verdad, tendría que exponerse a un montón de preguntas que no estaba segura de querer responder en la barbacoa del Cuatro de Julio. Aún no, y sobre todo no cuando Mick y Travis se acercaban a ella caminando por la playa. La camisa de Mick flotaba un poco sobre el pecho y las caderas mientras se movía, atrayendo su atención y la de las demás mujeres hacia los tejanos que vestía, bajos, sobre la cintura desnuda.

No cabía duda de ello, Mick Hennessy era el típico hombre que impacta en una mujer como un ladrillo en plena frente. Mick avanzaba directamente hacia ella, y ella se habría mentido a sí misma si hubiese fingido que Mick no estaba más bueno que el pan. Aunque no tenía problemas para mentir a los demás, nunca podía mentirse a sí misma.

Capítulo 4

– ¡Cohete va! -gritó Louie, y soltó varios cohetes aulladores, ahorrando a Maddie el esfuerzo de pensar si era una media verdad o una media mentira. Cuatro cohetes salieron volando hacia el cielo, en lugar de hacia su cabeza, y su pulso se estabilizó.

Aquellos cohetes eran algo más grandes que los últimos y explotaron en pequeños estallidos de color. Louie había sacado la artillería pesada, pero nadie parecía preocuparse lo más mínimo. Nadie salvo Maddie.

– Quiero quedarme allí -refunfuñó Travis mientras él, Mick y Pete subían los escalones de la terraza.

– El espectáculo fuerte está a punto de empezar -dijo Mick-, y ya sabéis que vosotros, los niños, tenéis que estar en el lugar más seguro.

¿Espectáculo fuerte? Maddie levantó la copa y la vació. Se preguntaba si Mick iba a acabar con las tribulaciones de Tanya y abrocharse la camisa. Vale que antes hacía calor, pero ahora hacía un poco de biruji.

– Donald es un niño -se quejó Pete.

– Donald tiene catorce años -dijo Lisa-. Si vas a discutir, puedes ir a sentarte con tu abuela y tía [3] Narcisa.

Pete dejó caer el trasero en los escalones.

– Me sentaré aquí.

Travis se sentó a su lado, pero tampoco parecía muy feliz de que lo confinasen a la terraza.

– Hola, Mick -le gritó Tanya.

Mick apartó la mirada de Travis, pero se topó con la de Maddie. Los ojos azules la miraron durante algunos segundos antes de que dirigiera la atención hacia la mujer menuda que estaba a la izquierda de Maddie.

– Hola, Tanya. ¿Cómo estás?

– Bien. Aún tengo algo de Bushmills de malta de veintiún años. ¿Qué vas a hacer después de los fuegos?

– Tengo que llevar a Travis a casa y luego irme a trabajar. Tal vez en otra ocasión. -Pasó por delante de ellas en dirección hacia una nevera y dobló la cintura. Levantó la tapa blanca y se le abrió la camisa, como era lógico-. ¡Eh, Travis y Pete! ¿Queréis una zarzaparrilla?

Los dos niños se volvieron al unísono.

– Sí.

– Claro.

Las dos latas de Hires gotearon hielo y agua sobre la nevera cuando las sacó y las lanzó a las manos de los niños. Sacó también un Red Bull y luego cerró la tapa de la nevera.

– Maddie, ¿conoces a Mick Hennessy? -preguntó Lisa.

Maddie le tendió la mano mecánicamente.

– Sí, nos conocemos.

Mick se secó la mano en los pantalones y luego le cogió los dedos en la mano fría.

– ¿Has matado algún ratón hoy?

– No. -El pulgar de Mick le acarició el dedo anular y sonrió. Maddie no sabía si lo había hecho adrede, pero la leve caricia le produjo un cosquilleo en la muñeca. Aquello era lo más cerca que había estado del sexo real desde hacía años-. Aún no hay ratones muertos, pero espero que estén agonizando ahora mientras hablamos.

Retiró la mano antes de que se olvidase de quién era y por qué estaba en la ciudad. Si él lo descubría, dudaba que hubiera más apretones de mano ni más cosquilleos, ni tampoco ella los deseaba particularmente.

– Llama a un exterminador -dijo Tanya.

Si Maddie hubiera llamado a un exterminador no habría podido regresar a su casa hasta dentro de un mes.

– Vigila a quién llamas -advirtió Lisa-. Aquí los carpinteros y los exterminadores siguen horarios de lujo y tienen la costumbre de aparecer y marcharse a las tres en punto.

– Yo creo que las tres en punto es hora de relajarse.

– Pues sí. -La suegra de Lisa la estaba llamando y Lisa añadió con una mueca-: Disculpadme.

– Mejor que la llame a ella que a mí -dijo Delaney mientras Lisa se alejaba.

– Puedo darte el número de alguien que seguro que irá cuando te diga que va. -Mick abrió su Red Bull-. Y se quedará hasta que acabe el trabajo.

– Di a tu novio o a tu marido que se ocupe del problema de los ratones -sugirió Tanya.

Miró a Tanya y de repente no recibió una agradable vibración vecinal. La energía había cambiado desde que Mick había entrado en la terraza. No estaba segura, pero le parecía que Tanya no iba a ser su nueva mejor amiga.

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[3] En castellano en el original. (N. de la T.)