– No tengo novio y nunca he estado casada.
– ¿Nunca? -Tanya levantó una ceja, como si Maddie fuera un bicho raro, y Maddie se habría echado a reír si no hubiera sido todo tan ridículo.
– Cuesta creerlo, ¿verdad? -respondió Maddie. Tanya no debía preocuparse. El último hombre del planeta con el que se liaría sería Mick Hennessy. A pesar de sus preciosos abdominales y su vello oscuro-. ¡Soy tan buen partido…!
Mick se carcajeó y dio un trago de su Red Bull. A través de las oscuras sombras del crepúsculo, Maddie podía ver las líneas de expresión que le arrugaban las comisuras de los ojos azules mientras la miraba por encima de la lata plateada.
Le devolvió la sonrisa y decidió que ya era más que hora de cambiar de tema.
– ¿Tuviste que echar a Darla del bar de Mort con el culo al aire?
Bajó la lata y se relamió los restos de bebida del labio superior.
– No. Se portó bien.
– ¿Siguen tirando bragas las mujeres? -preguntó Delaney.
– No a menudo, gracias a Dios. -Mick sacudió la cabeza y sonrió, mostrando un destello blanco en la oscuridad-. Créeme, echar a mujeres borrachas y medio desnudas de mi bar no es tan divertido como parece.
Maddie se echó a reír. Ni en un millón de años habría pensado que encontraría a Mick Hennessy tan, pero que tan, agradable.
– ¿Con qué frecuencia sucede eso?
Y enseguida volvió a ser el hijo de su padre.
Mick se encogió de hombros.
– Mort solía ser un lugar muy salvaje antes de que yo me hiciera cargo de él, y a algunas personas les cuesta mucho habituarse.
– Nunca se han habituado a que la Texaco de Jackson comprara la gasolinera Gas and Go de Grover, y de eso hace seis años. -Delaney tomó aire y lo soltó despacio-. Los pies me están matando.
– ¡Cohete va! -gritó Louie segundos antes de lanzar otra tanda de fuegos artificiales. Maddie se dio la vuelta y su mirada voló hacia los cohetes que se elevaban directos hacia el cielo.
Detrás de ella, la risa profunda de Mick casi quedaba ahogada por los estallidos de los cohetes. Cuando Maddie se volvió, él había ido a ayudar a Delaney a buscar una silla. Tanya le siguió y Maddie no lamentó verla marcharse. La mujer había pasado de ser una persona muy agradable a una completa arpía y todo por un hombre, algo que Maddie nunca comprendería. Había otros hombres disponibles en el planeta, ¿por qué ponerse tan neurótica por uno en concreto? Sobre todo si ese hombre tenía fama de no implicarse nunca, de amar y dejar a las mujeres, aunque no iba a ser Maddie quien reprochara eso a nadie. No comprendía por qué las mujeres se comprometían tan deprisa. Después de salir unas cuantas veces con un hombre o de disfrutar de unas noches de buen sexo, ya estaban enamoradas. ¿Cómo era eso? ¿Cómo era posible?
Sofie Allegrezza y sus amigos se acercaron a Maddie, junto a la barandilla, para ver mejor el espectáculo de fuegos artificiales de su padre. Maddie puso la copa en la barandilla y miró a Louie cargar los tres tubos de mortero. Ella nunca había necesitado a un hombre para sentirse bien consigo misma ni para llevar una vida plena. No era como su madre.
– ¡Cohete va!
Esta vez hubo un audible siseo segundos antes de que los tres proyectiles salieran de los tubos y explotasen con tres sonoros estruendos. Maddie dio un respingo hacia atrás, sobresaltada, y chocó contra algo sólido. Un par de grandes manos la cogieron por los brazos mientras una lluvia de explosiones verdes, doradas y rojas caía sobre el lago.
– Perdón. -Volvió la cabeza y levantó la mirada hacia las sombras que teñían la cara de Mick.
– No pasa nada. -En lugar de apartarla, la sujetó donde había aterrizado-. Dime una cosa.
– ¿Qué?
Bajó el rostro y le habló justo al oído.
– Si eres tan buen partido, ¿por qué no estás pillada?
Su cálido aliento le acarició aquel lado de la cabeza y bajó por el cuello.
– Probablemente por la misma razón que tú tampoco.
– ¿Y cuál es?
– Que no quieres que te pillen.
– Cielo, todas las mujeres quieren que las pillen. -Bajó las manos hacia los codos de Maddie y luego las volvió a subir, arrugándole la sudadera-. Todas las mujeres quieren un vestido de novia, una casa y una fábrica de bebés.
– ¡Ah!, ¿las conoces a todas?
Maddie creyó notar su sonrisa.
– He conocido a una generosa proporción.
– Eso he oído.
– No deberías creer todo lo que oyes.
– Y tú no deberías creer que todas las mujeres te quieren como fábrica de bebés personal.
– ¿No me quieres como fábrica de bebés personal?
– Raro, ¿no?
Mick se echó a reír y ella oyó un rumor grave en aquel lado de su cabeza.
– Hueles bien. -Maddie notó que detrás de ella, él respiraba hondo.
– Pastel de chocolate alemán.
– ¿Qué?
– Huelo a exfoliante corporal de pastel de chocolate.
– Hace mucho que no tomo pastel de chocolate.
Maddie se había equivocado al creer que aquel apretón de manos era el mejor sexo que había tenido desde hacía años. Esa suave respiración en su cabello, y las manos de Mick en sus brazos, era casi orgásmico. Lo cual, pensó ella, la hacía especialmente patética.
– Tú me das hambre -le dijo Mick al oído.
– ¿De pastel?
Las manos se deslizaron hasta sus hombros y luego otra vez hasta sus codos.
– Para empezar.
– Tío Mick -gritó Travis al ponerse de pie-. ¿Cuándo empiezan los fuegos artificiales de la ciudad?
Mick levantó la mirada. La apretó con las manos durante una fracción de segundo y luego las dejó caer a los costados.
– En cualquier momento -respondió, y dio un paso atrás.
Justo en ese preciso instante, varias detonaciones sacudieron el suelo y el cielo nocturno se iluminó por enormes estallidos de color. Sofie Allegrezza encendió su pequeño equipo de música y la guitarra de Jimi Hendrix gimió «The Star Spangled Banner» en la noche. Los animalillos del bosque corrieron en busca de cobijo mientras alrededor del lago explotaban los fuegos artificiales que lanzaban desde las playas y competían con las demostraciones pirotécnicas de la ciudad. Bienvenida a Truly. La sorpresa y el asombro en estado puro.
– ¿Te has divertido, Travis?
Un gran bostezo salió del otro lado de la camioneta oscura.
– Sí. Tal vez el año que viene pueda tirar cohetes más grandes.
– Tal vez, si no te metes en líos.
– Mamá dice que si me porto bien podré tener un perro.
Mick entró con la Ram en el camino de la casa de Meg y se detuvo al lado de su Ford Taurus. Lo del perro era una buena idea. Un niño necesita un perro.
– ¿Qué tipo de perro?
– Me gustaría uno negro con manchas blancas.
Dentro de la casa las luces estaban encendidas y una sola bombilla alumbraba el porche. Bajaron los dos a la vez de la camioneta y subieron los escalones de la entrada. Eran casi las once y media, y Travis arrastraba los pies.
– ¿Cuánto tiempo tienes que portarte bien?
– Un mes.
El niño no podía portarse bien con su madre ni una semana.
– Bueno, ten cuidado con lo que dices y lo lograrás.
Se metió las llaves en el bolsillo de los pantalones y le abrió la puerta a su sobrino.
Meg estaba sentada en el sofá en camisón blanco y una bata rosa de rizo. Las lágrimas brillaban en sus ojos verdes cuando levantó la mirada de algo que sostenía en la mano. Sus labios esbozaron una sonrisa forzada y el terror invadió a Mick. Aquella iba a ser una de esas noches.
– ¿Has visto los fuegos artificiales, mamá? -Si Travis lo había notado, no parecía preocuparle.
– No, cielo, no he salido, pero los he oído. -Se levantó y Travis le abrazó la cintura-. ¡Eran enormes!
– ¿Te has portado bien? -Le puso la mano en la cabeza y miró a Mick.