– Con un columpio en el jardín.
¿Un columpio? Nunca había tenido un columpio. Volvió a mirar a su madre y la luz del sol centelleaba en el cabello rubio. Su madre parecía un ángel de una postal navideña, como esos que están en la punta del árbol de Navidad, y la niña se permitió creerlo. Se permitió creer en el sueño de encontrar el cielo. Se permitió creer en una vida mejor, y durante cinco meses había sido mejor… justo hasta la noche en que una esposa enfurecida vació el cargador de una treinta y ocho milímetros en el joven cuerpo de Alice Jones y convirtió el sueño en una pesadilla.
Maddie se apoyó en el escritorio, empujó la silla hacia atrás y se puso de pie. Las mangas del pijama de algodón resbalaron hasta los codos cuando levantó los brazos y se desperezó. Eran poco más de las doce y aún no se había duchado. Su buena amiga Clare se duchaba y se maquillaba cada día antes de sentarse a escribir. Maddie no. Por supuesto, eso significaba que de vez en cuando los de FedEx le pillaban hecha unos zorros, lo cual no le preocupaba demasiado.
Se metió de un salto en la ducha y pensó en el día que le esperaba. Tenía una lista de nombres y direcciones en la que había anotado la relación que cada uno guardaba con el caso. En el primer puesto de la lista se encontraba una visita a Value Rite Drug, donde trabajaba Carleen Dawson. Carleen era camarera en el Hennessy en la misma época que su madre. Quería pedirle que quedaran para poder entrevistarla, y pedírselo en persona tenía más ventajas que hacerlo por teléfono.
Después de la ducha, se puso crema de almendras y un vestido negro que se ataba a un costado de la cintura. Se retiró el cabello de la cara, se aplicó un poco de rímel y de lápiz de labios rojo intenso. Se calzó unas sandalias rojas y metió una libreta en el fino maletín de piel. No es que planease usar nada de lo que llevaba en el maletín, pero quería causar buena impresión.
Value Rite Drug estaba a unas pocas manzanas de la calle Mayor al lado de la peluquería Hair Hut de Helen. Tiestos con geranios y toldos amarillos daban al exterior de la tienda un toque de color. El interior estaba lleno de todo tipo de cosas; desde tiritas y aspirinas hasta esculturas de madera de renos, alces y osos talladas por los lugareños. Preguntó en la caja principal dónde podía encontrar a Carleen y le señalaron el pasillo de los aperitivos.
– ¿Es usted Carleen Dawson? -preguntó a una mujer bajita que vestía una blusa blanca y un delantal azul y rojo y que estaba inclinada sobre un carro de nubes y de palomitas para microondas.
Se enderezó y miró a Maddie a través de un par de lentes bifocales.
– Sí.
– Hola, me llamo Madeline Dupree y soy escritora. -Le dio a Carleen una tarjeta de visita-. Me gustaría que me concediera unos minutos de su tiempo.
– No es mi hora de descanso.
– Lo sé. -Carleen tenía el cabello muy estropeado y sin nada de vida, y, durante unos segundos, Maddie se preguntó por qué algunas personas de Truly tenían el pelo en tan mal estado-. Pensé que podríamos quedar cuando salga del trabajo.
Carleen bajó los ojos hacia la tarjeta negra y plateada, luego volvió a subirlos.
– ¿Crímenes de verdad? ¿Escribe sobre crímenes de verdad? ¿Cómo Anne Rule?
¡Esa escritorzuela!
– Sí, exacto.
– No sé cómo podría ayudarla. No tenemos asesinos en serie en Truly. Hubo uno en Boise, hace unos pocos años, una mujer, para colmo. ¿Puede creerlo?
En realidad Maddie sí podía creerlo, pues su amiga Lucy había sido considerada sospechosa y Maddie planeaba escribir más adelante sobre aquella matanza.
– Aquí nunca pasa nada -añadió Carleen, y colocó una bolsa de nubes en la estantería.
– No estoy escribiendo sobre un asesino en serie.
– ¿Sobre qué escribe, entonces?
Maddie apretó con fuerza el maletín y metió la otra mano en el bolsillo del vestido.
– Hace veintinueve años usted trabajaba en el bar Hennessy cuando Rose Hennessy disparó a su marido y a una camarera de cócteles llamada Alice Jones hasta matarlos, y luego se pegó un tiro.
Carleen se quedó inmóvil.
– Yo no estaba allí.
– Lo sé. Ya se había ido a casa.
– Aquello fue hace mucho tiempo. ¿Por qué quiere escribir sobre ello?
Porque es mi vida.
– Porque no todas las historias sobre crímenes reales interesantes son de asesinos en serie. A veces las mejores historias son sobre personas normales, personas normales que van y cometen crímenes horribles.
– Me lo imagino.
– ¿Conocía a Alice Jones?
– Sí, la conocía. También conocía a Rose, pero no creo que deba hablar de eso. Fue algo muy triste y la gente ha salido adelante. -Le devolvió la tarjeta de visita a Maddie-. Lo siento, no puedo ayudarla.
Maddie sabía cuándo presionar y cuándo retirarse, por el momento.
– Bueno, piénselo. -Sonrió y mantuvo una mano en el bolsillo y otra aferrada al asa del maletín-. Y si cambia de idea, llámeme.
Carleen se guardó la tarjeta en el bolsillo delantero del delantal azul.
– No cambiaré de idea. Algunas cosas es mejor dejarlas enterradas en el pasado.
Tal vez, pero lo que Carleen no sabía, aunque acabaría por descubrirlo, era que Maddie rara vez aceptaba un no por respuesta.
– No. No puedo ayudarla.
Maddie estaba en el porche lleno de agujeros de Jewel Finley, otra camarera de cócteles que había trabajado en Hennessy en la época en que Alice murió.
– Solo serán unos minutos.
– Estoy ocupada. -Jewel tenía el pelo lleno de rulos de color rosa y Maddie creyó detectar gomina Dippity-do. ¡Cielos!, ¿aún vendían Dippity-do?-. Rose era mi mejor amiga y no voy a hablar mal de ella -dijo Jewel-. Lo que le pasó fue una tragedia. No voy a explotar su desgracia.
¿Su desgracia?
– Mi propósito no es explotar a nadie, sino contar la historia desde todos los puntos de vista.
– Su propósito es hacer dinero.
– Créame, hay maneras más fáciles de hacer dinero. -Maddie notó que se exaltaba, pero sabiamente supo contenerse-. ¿Le parece más conveniente que vuelva en otro momento?
– No.
– Tal vez cuando no esté tan ocupada.
– No pienso hablar con usted sobre Rose, y dudo que nadie quiera hablar con usted. -Entró en su casa-. Adiós -añadió, y cerró la puerta.
Maddie dejó una tarjeta de visita en la persiana del porche y fue hacia el Mercedes, que estaba aparcado junto al bordillo. Ella no solo no aceptaba un no por respuesta, era el maldito Terminator y volvería.
– ¿Sabe cuándo volverá?
– Eso depende de lo que piquen los peces. Mañana, si le va mal. Si le va bien, quién sabe… -Levana Potter miró la tarjeta de vista de Maddie y le dio la vuelta-, pero puedo decirle que recuerda todo lo que ocurrió aquella noche. -La esposa del sheriff retirado levantó la mirada-. Aún lo atormenta.
Había encontrado a Levana cavando en el parterre delantero de su casa estilo rancho, y la buena noticia era que había bastantes posibilidades de que el sheriff quisiera hablar con Maddie. La mala noticia era que su entrevista tendría que esperar a las caprichosas truchas del lago.
– ¿Conoció usted a alguno de los implicados?
– Sí. -Levana se guardó la tarjeta de visita en el bolsillo de la blusa y volvió a meter la mano en el guante de jardinería-. Los Hennessy han vivido en este valle durante generaciones. Yo no conocía demasiado a Alice. Solo habíamos charlado las pocas veces que venía a la pequeña heladería y tienda de regalos que yo tenía en la Tercera. Era muy bonita y daba la impresión de ser muy dulce, parecía un ángel. Tenía una niña pequeña, eso lo sé. Cuando Alice murió, vino su tía a buscarla y se la llevó. No sé qué habrá sido de ella.
Maddie sonrió un poco.
– ¿Recuerda su nombre?