Maddie solo tenía una pregunta.
– ¿Te estás quedando conmigo?
Lucy tenía dos.
– ¿Qué es eso? ¿Quieres decir un biquini de metal?
Como si pensara que un biquini metálico de esclava fuera una pieza normal en el vestuario de cualquier mujer, Adele asintió.
– Sí. Y me gustaría mucho que me lo devolviera entero. -Lo pensó un momento y luego añadió-: Bueno, las dos piezas… y los grilletes y el collar. -Debió de notar las expresiones de sus amigas, que oscilaban entre el estupor y la preocupación, porque añadió-: Oye, me gasté un montón de pasta en ese traje y me gustaría recuperarlo. -La costurera dio un paso atrás para escribir las medidas, y Adele se cruzó de brazos-. Chicas, no me digáis que nunca habéis jugado a los roles sexuales.
Lucy negó con la cabeza.
– No, pero yo solía fingir que un antiguo novio era Jude Law. Aunque él no lo sabía, así que no creo que cuente.
– Bueno, yo una vez le dije a Sebastian que tenía disfraces y esposas -dijo Clare, que siempre intentaba que todos se sintieran mejor-. Pero mentí, lo siento. -Y volvió a reclinarse hacia atrás en el sofá.
Maddie miró a las tres costureras para observar sus reacciones. Las tres ponían cara de póquer, como si de profesoras de la escuela dominical se tratase. Seguro que habían oído cosas peores. Se volvió hacia Adele, que ladeaba la cabeza como si estuviera esperando algo.
– ¿Qué? -preguntó Maddie.
– Sé que tú has sido algo pervertidilla.
Lo más que había hecho Maddie era hablar.
– Nunca me he disfrazado. -Lo pensó un momento y en un esfuerzo por apaciguar a Adele confesó-: Pero si te hace sentir mejor, me han atado.
– Y a mí.
– Claro.
– ¡Vaya cosa! -Adele no parecía aplacada-. A todo el mundo lo han atado.
– Eso es cierto -añadió Nan, la costurera. Arrancó un alfiler del alfiletero que llevaba en la muñeca y miró fijamente a Adele-: Y si te hace sentir mejor, de vez en cuando me disfrazo de caperucita roja.
– Gracias, Nan.
– De nada. -Hizo un movimiento circular con el dedo-. Date la vuelta, por favor.
Después de los arreglos de los trajes de damas de honor, las cuatro amigas fueron a comer a su restaurante favorito. Café Ole no tenía la mejor comida mexicana de la ciudad, pero tenían los mejores margaritas. Las acompañaron hasta su mesa preferida y, haciéndose oír por encima de una enlatada música instrumental de mariachis, se pusieron al día. Hablaron de la boda de Clare y de los planes de Lucy de formar una familia con su pedazo de marido, Quinn. Y querían saberlo todo sobre la vida que Maddie llevaba a ciento sesenta kilómetros al norte, en Truly.
– En realidad no es tan malo como creía -dijo, y se llevó la copa a los labios-. Es muy bonito y muy tranquilo… bueno, salvo el Cuatro de Julio. La mitad de las mujeres de la ciudad tienen un pelo espantoso y la otra mitad están espléndidas. Intento averiguar si es una historia de nativas contra Snowbird [5], pero por el momento no lo sé. -Se encogió de hombros-. Creí que si pasaba mucho tiempo encerrada en casa me volvería loca, pero no.
– Sabes que te quiero -dijo Lucy, a la que siempre seguía un «pero»-, pero ya estás totalmente loca.
Probablemente tuviera razón.
– ¿Cómo va el libro? -preguntó Clare mientras una camarera les llevaba la comida.
– Despacio.
Había pedido una tostada y una ensalada de pollo y levantó el tenedor en cuanto la camarera se fue. Solo hacía unas semanas que le había contado a sus amigas su intención de escribir sobre la muerte de su madre, eso fue mucho después de que encontrara los diarios y comprara la casa en Truly. No sabía por qué había esperado tanto para contárselo. No solía ser reticente a compartir los detalles de su vida personal con sus amigas, a veces para su conmoción y su horror, pero leer los diarios de su madre la había dejado tan desprotegida que necesitaba tiempo para ajustarse y asumirlo todo antes de hablar con nadie.
– ¿Has conocido a los Hennessy? -preguntó Adele mientras atacaba una enchilada rebosante de queso y coronada con salsa agria. Adele hacía ejercicio a diario y, como resultado, podía comer lo que le diera la gana. Maddie, por otro lado, odiaba el ejercicio.
– He conocido a Mick y a su sobrino Travis.
– ¿Cuál fue la reacción de Mick cuando le dijiste que escribías el libro?
– Bueno, él no lo sabe. -Probó la ensalada y luego añadió-: Aún no se ha presentado el momento adecuado para hablarle de ello.
– Entonces… -Lucy frunció el ceño-. ¿De qué has estado hablando con él?
De que ninguno de los dos se veía casado y de que a él le gustaba su trasero y su olor.
– De ratones sobre todo. -Lo cual era verdad, en cierto modo.
– Espera. -Adele levantó una mano-. ¿Él sabe quién eres y quién era tu madre, y solo quiere charlar de ratones?
– No le he contado quién soy. -Las tres amigas dejaron de comer en el acto para mirarla-. Mientras está trabajando en su bar o en una barbacoa con todo el mundo alrededor, no es el momento para acercarme a él y decirle: «Soy Maddie Jones y tu madre mató a la mía». -Sus amigas asintieron indicando que estaban de acuerdo y siguieron comiendo-. Y ayer nos iba mal a los dos. Yo tuve un día de perros. Él fue muy amable, me trajo un Mouse Motel y luego me besó. -Pinchó un trozo de pollo y aguacate-. Después de eso, sencillamente se me olvidó.
Las tres volvieron a quedarse pasmadas.
– Para usar tu frase favorita -dijo Lucy-: ¿Te estás quedando conmigo?
Maddie negó con la cabeza. Tal vez debería habérselo callado. Pero ya era demasiado tarde.
Ahora le tocaba a Clare el turno de levantar una mano.
– Espera. Aclárame algo.
– Sí. -Maddie respondió a lo que pensaba era la siguiente pregunta lógica. La que ella habría formulado-. Está realmente bueno y es fantástico. La entrepierna me ardía.
– No iba a preguntarte eso. -Clare miró a su alrededor, como siempre hacía cuando pensaba que Maddie estaba diciendo algo poco apropiado en un lugar público-. ¿Te has morreado con Mick Hennessy y no sabe quién eres? ¿Qué crees que sucederá cuando lo descubra?
– Me imagino que se va a cabrear de verdad.
Clare se inclinó hacia delante.
– ¿Te imaginas?
– No lo conozco lo suficiente para predecir cómo reaccionará.
Pero sí lo conocía. Sabía que iba a enfadarse y sabía que de algún modo ella se lo merecía. Aunque, para ser justa consigo misma, en realidad no había tenido ocasión de decírselo. Y no era ella quien había ido a su casa y lo había besado hasta dejarlo sin aliento. Había sido él.
– Cuando se lo digas procura tener la Cobra cerca -le aconsejó Lucy.
– No es un tipo violento. No necesitaré freírlo.
– Tú no le conoces. -Adele apuntó a Maddie con el tenedor y comentó una obviedad-. Su madre mató a la tuya.
– Y tú siempre nos recuerdas que a los que tienes que vigilar es a los que parecen sanos. -Clare le refrescó la memoria a Maddie.
– Y sin armas de defensa personal, todas somos presas fáciles. -Lucy se rió y levantó la copa-. Cuando menos te lo esperas, algún tipo lleva tu cabeza por sombrero.
– ¿Me podéis recordar por qué soy amiga de vosotras tres? -Tal vez porque eran las únicas personas vivas que se preocupaban por ella-. Se lo diré. Solo estoy esperando el momento adecuado.
Clare se recostó contra el respaldo del asiento.
– ¡Oh, Dios mío!
– ¿Qué?
– Tienes miedo.
Maddie cogió su margarita y bebió hasta que se le congelaron las órbitas de los ojos.
– Yo diría que estoy un poco aprehensiva. -Se puso la cálida palma de la mano sobre la frente-. No le tengo miedo a nada.
La montura negra metálica de unas gafas de sol Revo descansaba sobre el puente de la nariz de Mick mientras los cristales de espejo color azul le protegían los ojos del abrasador sol de las seis de la tarde. Mientras cruzaba el aparcamiento del colegio, mantenía la mirada fija en el jugador número nueve, con la camiseta azul de Hennessy y el casco rojo de bateador. Había estado ocupado con los libros y pidiendo cerveza al distribuidor, y se había perdido la primera entrada.