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– Vamos, Travis -gritó, y se sentó en la fila de abajo, en los asientos de la tribuna descubierta. Se inclinó hacia delante con los antebrazos encima de los muslos.

Travis descansaba el bate sobre un hombro mientras se acercaba a la T de goma negra que servía de soporte de bateo. Practicó diversos swings de prueba, tal como el entrenador le había enseñado, mientras el equipo contrario, Brooks Insurance, aguardaba en el campo, con los guantes preparados. Travis se colocó en la postura perfecta de bateador, intentó pegarle a la pelota y falló estrepitosamente.

– Está bien, colega -le gritó Mick.

– Ahora le darás, Travis -voceó Meg desde la fila superior, donde se sentaba con sus amigas y otras madres.

Mick miró a su hermana antes de volver a centrar su mirada en el pentágono. La cena de la noche anterior en su casa había ido como una seda. Meg había hecho bistec y patatas asadas y se había comportado como la persona divertida que la mayoría de la gente conocía. Pero durante toda la cena, Mick no había querido estar allí. Habría preferido estar al otro lado de la ciudad, en una casa en el lago con una mujer de la que no sabía nada, hablando de ratones y enterrando la nariz en su cuello.

Maddie Dupree tenía algo. Algo más aparte de un hermoso rostro, un cuerpo sensual y el olor de su piel. Algo que le hacía pensar en ella cuando debería estar pensando en otras cosas. Algo que lo distraía mientras buscaba errores en su contabilidad.

Travis volvió a ponerse en posición y bateó. Esta vez le dio y lanzó la bola a gran velocidad entre la segunda y la tercera base. Dejó caer el bate y salió disparado hacia la primera base, mientras el casco se le movía hacia delante y hacia atrás al correr. La bola rebotó y rodó más allá del jugador que estaba cerca del cuadro exterior, que corrió tras ella. El entrenador ordenó a Travis que siguiera corriendo y recorrió hasta la tercera base antes de que un jugador contrario cogiera la bola y la lanzara a unos pocos centímetros. Travis salió otra vez y resbaló de manera espectacular en el pentágono, mientras el jugador de la línea de fondo y el segunda base se peleaban por la pelota.

Mick gritó y le hizo a Travis un gesto con el pulgar hacia arriba. Estaba tan orgulloso que parecía el padre en lugar del tío del muchacho. Por el momento, era la única figura masculina en la vida de Travis. Travis no había visto a su padre desde hacía cinco años, y Meg no sabía dónde estaba o, lo más seguro, no quería ni saber por dónde andaba ese zángano. Mick había visto a Gavin Black en una ocasión, en la boda de Meg. A primera vista le pareció un perdedor, y acertó.

Travis se sacudió los pantalones y le dio el casco al entrenador. Chocó las palmas con sus compañeros de equipo y luego se sentó en el banquillo. Miró a Mick y sonrió mostrando una sombra negra en el lugar donde le faltaba un diente. De haber tenido a Gavin Black delante, Mick le habría pateado el culo por todo el patio del colegio. ¿Cómo puede un hombre abandonar a su hijo? Sobre todo después de criarle durante dos años. Y ¿cómo había podido su hermana casarse con semejante pringado?

Mick colocó las manos sobre las rodillas, mientras el siguiente bateador ponchaba y el equipo de Travis tomaba el campo. Lo mejor para Travis y para Meg sería que ella encontrara a un buen hombre con el que pudiera contar, alguien que fuera bueno con ella y con Travis, alguien estable.

Mick quería a Travis y siempre cuidaría de él, igual que había cuidado de Meg cuando eran pequeños, pero ahora ya estaba cansado. Tenía la sensación de que cuanto más tiempo le dedicaba, más tiempo le quitaba ella. De algún modo, se había convertido en su abuela, y Mick había estado fuera doce años para escapar de Loraine. Si se lo permitía, temía que Meg se volviera demasiado dependiente de él, y Mick no quería eso. Después de una vida turbulenta, cuando era niño y cuando había vivido en zonas en guerra, quería paz y calma. Bueno, tanta paz y tanta calma como le permitiera ser el propietario de dos bares.

Meg era de esa clase de mujer que necesita un hombre en su vida, alguien que le proporcione equilibrio, pero no podía ser él. Pensó en Maddie y en su afirmación de que no estaba buscando un marido. Ya había oído aquella declaración de intenciones antes, pero a ella la creía. Mick no sabía cómo se ganaba la vida, pero en todo caso, era obvio que no necesitaba un hombre que la mantuviera.

Mick se levantó y se acercó a la jaula de bateo para ver mejor a Travis, de pie en el centro del campo con su guante levantado en el aire como si esperase que una bola caída del cielo aterrizara dentro de él.

El día anterior no había planeado besar a Maddie. Le llevó la tarjeta de Ernie y el Mouse Motel y luego tenía pensado marcharse, pero en cuanto ella le abrió la puerta sus planes se fueron al diablo. El vestido negro se le adhería a las sexys curvas y solo podía pensar en desabrocharlo, en tirar de las tiras y desenvolverla como si fuera un regalo de cumpleaños, en acariciarla y probar su piel.

Levantó las manos y se agarró al eslabón de cadena que tenía delante. Ayer iba mal de tiempo, pero en su mente no tenía ninguna duda. Volvería a besar a Maddie.

– Hola, Mick.

Miró por encima del hombro mientras Jewel Finley se acercaba. Jewel había sido amiga de su madre. Tenía dos gemelos odiosos, Scoot y Wes, y una niña llorica y quejumbrosa, llamada Belinda, a quien todo el mundo llamaba Boo. De niños, Mick le había tirado a Boo una pelota de gomaespuma y ella se había comportado como si la hubieran herido de muerte. Según Meg, Belinda ya no era tan llorica, pero los gemelos seguían siendo igual de odiosos.

– Hola, señora Finley. ¿Esta noche juega alguno de sus nietos?

Jewel señaló hacia el banquillo contrario.

– El hijo de mi hija, Frankie, juega de jardinero para Brooks Insurance.

¡Ah! El niño que lanzaba como una nena, suponía.

– ¿Qué hacen Scoot y Wes? -preguntó por ser educado, aunque le tenía sin cuidado.

– Bueno, después de que la piscifactoría quebrase, se sacaron los dos el permiso de conductores comerciales y ahora conducen grandes camiones para una empresa de mudanzas.

Volvió a dirigir la atención hacia el campo y hacia Travis, que estaba lanzando el guante al aire y volviendo a cogerlo.

– ¿Qué empresa? -Si tenía que mudarse, quería saber a quién no llamar.

– York Transfer and Storage. Pero se están cansando de los trayectos largos. En cuanto ahorren el dinero suficiente, planean empezar uno de esos negocios de refinanciación de casas, como los que salen en la tele.

Mick imaginó que los gemelos tardarían menos de un año en trabajar por su cuenta antes de declararse en quiebra. Decir que esos chicos eran más cortos que las mangas de un chaleco era decir poco.

– Se hace mucho dinero con la refinanciación de casas.

– Aja. -Iba a tener que decirle a Travis que prestase más atención al juego.

– Unos cincuenta de los grandes al mes. Eso es lo que dice Scooter.

– Aja. -Jolín. El niño se había dado la vuelta y estaba mirando los coches que pasaban por la calle.

– ¿Has hablado ya con esa escritora?

Probablemente no debería gritarle a Travis que estuviera atento al juego, pero quería hacerlo.

– ¿Qué escritora?

– La que está escribiendo un libro sobre tus padres y esa camarera, Alice Jones.

Capítulo 7

Maddie arrojó la bolsa de fin de semana sobre la cama y la abrió. Tenía un ligero dolor de cabeza y no estaba segura de si se debía a la falta de sueño, a que había bebido demasiado con Adele o a que había escuchado las historias de sus amigas sobre su inestable vida amorosa.