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– Esa camarerita difícilmente era inocente.

En realidad, había estado hablado consigo misma.

– Así que tú eres como todos los de esta ciudad y piensas que Alice Jones recibió lo que se merecía.

– Nadie recibió lo que se merecía, pero ella se estaba acostando con un hombre casado.

Ahora. Ahora sí que estaba enfadada de verdad.

– De modo que estaba perfectamente justificado que tu madre le pegara un tiro en la cara.

Mick movió la cabeza hacia atrás como si Maddie le hubiera golpeado. Era evidente que no había visto las fotos ni leído el informe.

– Y tu padre tal vez fuera un embustero, pero ¿se merecía que le pegaran tres tiros hasta desangrarse en el suelo de un bar mientras tu madre se quedaba mirando?

Mick alzó la voz por primera vez.

– Estás llena de mierda. Ella no se habría quedado mirando morir a mi padre.

Si él no le hubiera dicho que ella estaba llena de mierda, se lo habría evitado, por muy enfadada que estuviera.

– Sus huellas ensangrentadas estaban por todo el bar. Y no pudo levantarse y caminar por todo el bar después de pegarse un tiro.

Mick apretó las mandíbulas.

– Alice Jones también tenía una hija. ¿Se merecía perder a su madre? ¿Se merecía que la dejaran huérfana? -Maddie puso la mano en mitad del pecho de Mick y le empujó-. Así que no me digas que tu madre era solo un ama de casa triste que se sentía demasiado presionada. Tenía otras opciones, muchas otras opciones que no pasaban por el asesinato. -Retrocedió un paso en el porche-. Y no vengas aquí creyendo que puedes decirme lo que tengo que hacer. En realidad me importa un comino si te gusta o no. Voy a escribir ese libro. -Intentó cerrar la puerta, pero Mick la aguantó con un brazo y la mantuvo abierta.

– Hazlo. -Con la mano libre cogió las gafas de sol de su cabeza y se las colocó en su sitio, tapando la rabia de sus ojos azules-. Pero aléjate de mí -dijo, y soltó la mano de la puerta-. Y aléjate de mi familia.

Maddie cerró de un portazo y se apartó el cabello de la cara. ¡Mierda! Aquello no había ido bien. Él se había enfadado. Ella se había enfadado. Jolín, aún estaba enfadada.

Le oyó poner en marcha la camioneta y, por costumbre, cerró con llave la puerta principal. No le necesitaba ni a él ni a su familia para escribir el libro, pero siendo realista, habría estado bien contar con su cooperación. Sobre todo porque necesitaba entrar en las vidas de Loch y Rose.

– Bueno, ¡vaya mierda! -dijo, y entró en la sala de estar.

Escribiría el libro sin su ayuda. La fotografía de su madre descansaba en la mesa del café. Era tan joven y estaba tan llena de sueños… Maddie cogió la foto y acarició el cristal por encima de los labios de su madre. Había estado encima de la mesa todo el rato mientras Mick estuvo allí y él no se había dado ni cuenta.

Planeaba decirle que era algo más que una mera autora interesada en escribir un libro, que su madre también la había dejado huérfana a ella. Ahora Mick no quería nada con ella, y quién fuera en realidad ya no tenía importancia.

Mick detuvo la camioneta delante del Shore View Diner donde Meg trabajaba cinco días a la semana sirviendo mesas y sacando propinas. Aún estaba tan enfadado que tenía ganas de golpear lo que fuera. Coger a Maddie Dupree por los hombros y sacudirla hasta que aceptara hacer las maletas y largarse, hasta que se olvidara de que alguna vez había oído hablar de los Hennessy y de sus arruinadas vidas. Pero ella había dejado muy claro que no pensaba ir a ninguna parte, y ahora tenía que contárselo a Meg antes de que se enterase por otra persona.

Apagó el motor de la furgoneta y reclinó la cabeza hacia atrás. ¿Su madre había visto morir a su padre? Él no lo sabía. Ahora deseaba no haberse enterado. ¿Cómo podía, reconciliar a la mujer que había matado a dos personas con la madre que le había preparado bocadillos de mantequilla de cacahuete y de mermelada de fresa, le había quitado la corteza y cortado el pan en ángulo, justo como a él le gustaba? ¿La madre amorosa que le bañaba y le lavaba el pelo y lo abrazaba por la noche, con la mujer que había dejado huellas con la sangre de su marido por todo el bar? ¿Cómo podía ser la misma mujer?

Se frotó la cara con las manos y metió los dedos bajo las gafas para restregarse los ojos. Cuando Jewel le dio la tarjeta de visita de Maddie, había ido a su oficina y se había encerrado allí. Había buscado en internet información sobre Maddie, y encontró un montón. Sabía que había publicado cinco libros, incluso había encontrado fotos de carnet de ella y fotos firmando libros. No cabía duda de que la Maddie Dupree a la que planeaba conocer mejor era la mujer que escribía sobre asesinos psicóticos. La Madeline Dupree que estaba en la ciudad para escribir acerca de la noche en que su madre mató a su padre. Abrió la puerta de la camioneta y salió. Y no había nada que él pudiera hacer para detenerla.

Desde que podía recordar, el Shore View Diner olía siempre igual; a grasa, huevos y tabaco. La cafetería era uno de los últimos lugares de Estados Unidos donde una persona podía tomarse una taza de café y fumar un Camel o un Lucky Strike, según cuál fuera la marca de su veneno. Como resultado, siempre estaba lleno de fumadores. Mick había intentado convencer a Meg de que trabajase en cualquier otro lugar donde no fuera tan probable pillar un cáncer de pulmón como fumador pasivo, pero insistía en que las propinas eran demasiado buenas para trabajar en cualquier otro lugar.

Eran más o menos las dos de la tarde y la cafetería estaba medio vacía cuando Mick entró. Meg estaba detrás de la barra principal, llenando la taza de café a Lloyd Brunner y riéndose de algo que él había dicho. Tenía el cabello negro recogido en una cola de caballo y llevaba una blusa rosa debajo del delantal blanco. Le miró y le saludó con la mano.

– Hola. ¿Tienes hambre? -preguntó.

– No. -Se sentó a la barra y se colocó las Revo sobre la cabeza-. Esperaba que pudieras salir pronto.

– ¿Por qué? -Se le borró la sonrisa y dejó la jarra de café sobre la barra-. ¿Ha ocurrido algo? ¿Es Travis?

– Travis está bien. Solo quería comentarte algo.

Le miró a los ojos como si pudiera leer su mente.

– Ahora mismo vuelvo -dijo, y entró en la cocina. Al salir, llevaba el bolso.

Mick se levantó y salió detrás de ella.

– ¿Qué pasa? -preguntó Meg en cuanto la puerta de la cafetería se cerró.

– Hay una mujer en la ciudad. Es una escritora que escribe sobre crímenes reales.

Meg entornó los ojos contra la brillante luz del sol mientras cruzaba el aparcamiento de gravilla hasta la camioneta.

– ¿Cómo se llama?

– Madeline Dupree.

Se quedó boquiabierta.

– ¿Madeline Dupree? Escribió Suplantación, la historia de Patrick Wayne Dobbs. El asesino en serie que mataba mujeres y luego se ponía su ropa debajo del traje. Ese libro me dio tanto miedo que no pude pegar ojo en una semana. -Meg sacudió la cabeza-. ¿Qué está haciendo en Truly?

Bajó las gafas para protegerse los ojos.

– Parece ser que va a escribir sobre lo que le sucedió a nuestros padres.

Meg se detuvo en seco.

– ¿Qué?

– Ya me has oído.

– ¿Porqué?

– ¡Dios, yo qué sé! -Levantó una mano, luego la dejó caer a un costado-. Si escribe sobre asesinos en serie, no sé qué encuentra tan interesante en mamá y papá.

Meg se cruzo de brazos y siguió caminando.

– ¿Qué sabe ella de lo que pasó?

– No lo sé, Meg. -Se pararon junto a la camioneta y él apoyó la cadera en el guardabarros delantero-. Sabe que mamá disparó a esa camarera en la cabeza. -Su hermana no pestañeó-. ¿Tú lo sabías?

Meg se encogió de hombros y se mordió el pulgar.

– Sí. Oí que el sheriff se lo contaba a la abuela Loraine.

Miró a su hermana a los ojos y se preguntó qué más sabía ella que él no supiese. Se preguntó si su madre no se había matado enseguida. Supuso que aquello no tenía importancia. Meg se estaba tomando la noticia mejor de lo que esperaba.