– Nunca olvidaré aquella noche -dijo el sheriff retirado mientras miraba antiguas fotos de la escena del crimen a través de un par de gafas de lectura. A diferencia del típico sheriff retirado que engorda, Bill Potter era aún bastante delgado y tenía la cabeza cuajada de cabellos blancos.
– La escena era un desastre.
Maddie acercó la pequeña grabadora al sillón reclinable donde se sentaba el sheriff Potter. Dentro de la casa de los Potter había una fusión de grabados florales y arte de la naturaleza que desentonaban tanto que Maddie temió quedarse bizca antes de que concluyera el día.
– Conocía a Loch y a Rose desde que eran niños -continuó Bill Potter-. Soy un poco mayor que ellos, pero en una ciudad de este tamaño, sobre todo en los setenta, todo el mundo se conocía. Rose era una de las mujeres más hermosas que he visto en mi vida, y fue un golpe para mí ver lo que le había hecho a esas dos personas y lo que se había hecho a sí misma.
– ¿Cuántos casos de homicidio había investigado usted antes del caso Hennessy? -preguntó Maddie.
– Uno, pero no tenía nada que ver con el caso Hennessy. El viejo Jenner disparó contra un perro durante una pelea. La mayoría de los casos tenían que ver con disparos accidentales, y solían darse durante la temporada de caza.
– El primer oficial en llegar a la escena del crimen fue… -Maddie hizo una pausa para mirar el informe-. El oficial Grey Tipton.
– Sí. Dejó el departamento unos meses después de aquello y se mudó -dijo el sheriff-. Y he oído que murió hace unos años.
Lo cual era justo uno de los muchos obstáculos con los que siempre se topaba en aquella ciudad. O la gente no quería hablar de lo sucedido o había muerto. Al menos tenía el informe y las notas del oficial Tipton.
– Sí, murió en un accidente de quad en mil novecientos ochenta y uno. ¿Tuvo algo que ver el tiroteo con el hecho de que dejara el departamento?
El sheriff Potter buscó entre las fotos.
– Tiene todo que ver. Grey era muy amigo de Loch, y verlo allí lleno de plomo le impresionó tanto que no pudo volver a dormir. -Levantó la foto de Rose tumbada junto a su marido muerto-. Era la primera vez que alguno de nosotros veía una cosa igual. Yo había acudido a numerosos accidentes de automóvil brutalmente sangrientos, pero eran impersonales.
Como no había habido juicio sobre el que escribir, Maddie se veía obligada a obtener toda la información personal posible. Y como los Hennessy no iban a colaborar, tenía que confiar en otras fuentes.
– Grey lo pasó muy mal. Tuvo que dejarlo. Eso te demuestra que uno no sabe cómo va a reaccionar ante una situación hasta que se encuentra bañado en sangre hasta las rodillas.
Durante la siguiente hora hablaron de la escena del crimen. Las fotos e informes respondían a las preguntas de quién, qué, dónde y cuándo, pero el porqué aún quedaba confuso.
– Usted conocía tanto a Loch como a Rose. ¿Qué cree que sucedió aquella noche? -preguntó Maddie después de cambiar la cinta de la pequeña grabadora.
En todos los casos parecidos había un catalizador, un elemento de tensión que había empujado al autor del crimen a dar el paso.
– Por lo que he oído y leído, Alice Jones no era la única ni la primera en la vida de Loch -añadió Maddie.
– No, no lo era. Ese matrimonio era como una montaña rusa desde hacía años. -El sheriff sacudió la cabeza y se quitó las gafas-. Antes de que se trasladaran a esa granja, justo en las afueras de la ciudad, vivían junto al lago en Pine Nut. Cada pocos meses me llamaba uno de los vecinos y tenía que ir hasta allí.
– ¿Y al llegar qué encontraba?
– Voces y gritos, la mayoría de las veces. En algunas pocas ocasiones a Loch le había desgarrado la ropa o tenía un moretón en la cara. -Bill se rió-. Una vez llegué y vi la ventana principal rota y una sartén en el jardín.
– ¿Nunca arrestaron a nadie?
– No. Luego, cuando los volvías a ver, estaban como dos tortolitos y felices como unas pascuas.
Y cuando no estaban como dos tortolitos, implicaban a otras personas en su matrimonio de mierda.
– Pero cuando se mudaron a la granja, ¿cesaron las llamadas a su oficina?
– Sí. No había vecinos por los alrededores, ¿sabe?
– ¿Dónde está esa granja?
– Se quemó… -Hizo una pausa y unas profundas arrugas le surcaron la frente-. Hará unos veinte años. Una noche alguien se acercó, la roció con queroseno y le prendió fuego.
– ¿Hubo heridos?
– En aquella época estaba deshabitada. -Frunció el ceño y sacudió la cabeza-. Nunca descubrimos quién lo había hecho, pero siempre he sospechado quién lo hizo.
– ¿Quién?
– Solo un par de personas detestaban esa casa lo bastante para hacer tan buen trabajo. Los niños que juegan por ahí con cerillas no queman un lugar así.
– ¿Mick?
– Y su hermana, aunque nunca pude probarlo. En realidad no quería probarlo, a decir verdad. De niño, Mick siempre se metía en líos. Era un incordio constante, pero me daba mucha pena. Tuvo una vida muy dura.
– Muchos niños pierden a sus padres y no se convierten en pirómanos.
El sheriff se inclinó hacia delante.
– Pocos niños viven la vida que Rose Hennessy dejó para sus hijos.
Aquello era cierto, pero Maddie sabía lo que era esa vida.
– Alice Jones vivía en el parque para caravanas. ¿Conoce a una mujer llamada Trina que pudo haber vivido en aquel mismo parque en mil novecientos setenta y ocho? -dijo volviendo una página de su libreta.
– Hummm, no me suena. -Lo pensó un momento y luego se recostó hacia atrás-. Tiene usted que hablar con Harriet Landers. Ella vivió en ese parque para caravanas durante años. Cuando se vendió la tierra a un constructor, tuvieron que desalojarla.
– ¿Dónde vive Harriet ahora?
– Levana -llamó a su esposa. Cuando apareció desde el fondo de la casa, el sheriff le preguntó-: ¿Dónde vive Harriet Landers ahora?
– Creo que vive en Villa Samaritan. -Levana miró a Maddie y añadió-: Es una residencia de Whitetail and Fifth. Se ha quedado un poco sorda.
– ¿Qué? -gritó Harriet Landers desde su silla de ruedas-. ¡Hable más alto, por el amor de Dios!
Maddie se sentó en una vieja silla de hierro en el pequeño jardín de la Villa Samaritan. Era difícil adivinar la edad de la mujer a juzgar por su aspecto. Maddie pensó que era algo entre un pie en la tumba y la fosilización.
– ¡Me llamo Maddie Dupree! Me pregunto si podría…
– Es usted escritora -la interrumpió Harriet-. He oído que está aquí para escribir un libro sobre los Hennessy.
¡Uau!, las noticias volaban en el circuito de las residencias de ancianos.
– Sí. Me han dicho que en otro tiempo vivió usted en el parque de caravanas.
– Durante cincuenta años. -Había perdido casi todos sus cabellos blancos y la mayoría de los dientes, y llevaba una bata rosa con encajes y corchetes blancos, pero parecía tener la mente muy lúcida-. No sé qué podría contarle.
– ¿Cómo era vivir en el recinto de caravanas?
– Hummm. -Levantó una mano nudosa y retorcida y espantó una abeja de delante de su cara-. Eso no es algo que la gente quiera oír. La gente cree que las personas que vivimos en caravanas somos simple chusma, pero a mí siempre me gustó mi caravana. Siempre quise tener la opción de hacer las maletas y marcharme con la puta casa a cuestas si me daba la gana. -Encogió los huesudos hombros-. Aunque nunca lo hice.
– La gente puede ser muy cruel y despectiva -dijo Maddie-. Cuando era pequeña, vivíamos en una caravana, y a mí me parecía lo mejor del mundo. -Lo cual era cierto, sobre todo porque la caravana había sido una mejora importante con respecto al resto de los lugares en los que su madre y ella habían vivido-. ¡Y no éramos chusma!
Los hundidos ojos de Harriet echaron un vistazo a Maddie.
– ¿Usted ha vivido en una caravana?