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– Sí, señora. -Maddie levantó la grabadora-. ¿Le importa si grabo la conversación?

– ¿Para qué?

– Así no tergiversaré sus palabras.

Harriet apoyó sus huesudos codos en los brazos de la silla de ruedas y se inclinó hacia delante.

– De acuerdo. -Señaló la grabadora-. ¿Qué quiere saber?

– ¿Recuerda el verano que Alice Jones vivió en el parque de caravanas?

– Claro, aunque yo vivía en la calle de abajo y no en la puerta de al lado, pero la veía a veces al pasar. Era muy guapa y tenía una niña pequeña. Esa niña solía columpiarse todo el día y parte de la noche en el columpio de su jardín.

Sí, aquella parte Maddie se la sabía. Recordaba que se columpiaba tan alto que pensaba tocar el cielo con los dedos de los pies.

– ¿Habló alguna vez con Alice Jones? ¿Mantenían conversaciones de amigas?

Un gesto le frunció las arrugas de la frente.

– No que yo recuerde. De eso hace mucho tiempo y mi memoria no es muy buena.

– Lo comprendo. Mi memoria tampoco está en buena forma. -Miró sus notas como para recordar qué era lo siguiente que quería preguntar-. ¿Recuerda a una mujer llamada Trina, que tal vez viviera en el parque de caravanas en aquella época?

– Probablemente se trate de Trina Olsen. La hija mediana de Betty Olsen. Tenía el cabello pelirrojo como el fuego, y pecas.

Maddie escribió el apellido y lo señaló con un círculo.

– ¿Sabe si Trina aún vive en Truly?

– No, Betty está muerta. Murió de cáncer de hígado.

– Lo siento.

– ¿Por qué? ¿La conocía?

– ¡Ah… no! -Volvió a tapar el bolígrafo-. ¿Recuerda algo más de la época en que Alice Jones vivía en el parque para caravanas?

– Recuerdo un montón de cosas. -Se movió un poco en la silla y luego dijo-: Recuerdo a Galvin Hennessy, eso seguro.

– ¿El padre de Loch? -preguntó Maddie, solo para aclararlo. ¿Qué tendría que ver Galvin con la madre de Maddie?

– Sí. Era un demonio, pero un demonio guapísimo, como todos los Hennessy. -Sacudió la cabeza y suspiró-. Pero solo una idiota se casaría con un Hennessy.

Maddie buscó entre sus notas el nombre de Galvin. Hojeó un folleto del día de los Padres Fundadores que le habían dado en el mostrador principal, pero por lo que podía recordar, no aparecía en los informes policiales.

– Salí con ese hombre de manera intermitente hasta el día en que se quedó tieso en el asiento trasero de mi Ford Rambler.

Maddie levantó la cabeza.

– ¿Perdón?

Harriet se echó a reír, con unas sonoras carcajadas que acabaron en un ataque de tos. Maddie se alarmó, dejó sus notas encima de la hierba y se levantó corriendo para darle unos golpecitos en la espalda.

– ¿Se encuentra bien? -preguntó Maddie cuando Harriet se recuperó. Jolín, era vieja, pero no quería que la palmara por su culpa.

– Me gustaría que hubiera visto la cara que ha puesto. No creí que fuera posible escandalizar a nadie en esta ciudad. A mi edad, no. -Harriet se carcajeó.

– ¿Y? -Maddie volvió a sentarse-. ¿Tuvo Galvin algo que ver con lo que sucedió en el bar Hennessy?

– No. Murió antes de que aquello sucediera. Loraine nunca me perdonó que Galvin muriera en el asiento trasero de mi coche, pero ¡mecachis!, no se puede tirar una piedra en esta ciudad sin darle a alguna mujer que no se haya acostado con un Hennessy.

– ¿Por qué? -preguntó Maddie. Había muchos hombres guapos y encantadores-. ¿Por qué los Hennessy resultan tan irresistibles para las mujeres de Truly?

– Son guapísimos, pero lo más guapo es lo que tienen entre las piernas.

– Quiere decir que tienen… -Maddie se detuvo y levantó una mano como si no encontrase las palabras. Por supuesto que las sabía. Le vino a la mente su expresión favorita, «un buen paquete», pero por algún motivo no la podía pronunciar delante de una anciana.

– Digamos que están muy bien dotados -le ayudó Harriet.

Luego, durante la siguiente hora, procedió a dar a Maddie los detalles de su larga e ilustre relación con Galvin Hennessy. Parecía ser que Harriet Landers era una de aquellas chicas (daba igual que tuviera noventa años y no fuera más que una uva pasa con ojos) a las que les encanta hablar de su vida sexual con una perfecta extraña.

Y Maddie, por suerte, lo había grabado todo.

El miércoles por la noche era la «noche del bache» en el bar Hennessy. En un esfuerzo por ayudar a los ciudadanos a pasar la semana, Hennessy ofrecía copas a mitad de precio y tragos a un dólar hasta las siete de la tarde. Después de las siete unos pocos se marchaban, pero la mayoría se quedaba y pagaba el precio completo de su bebida. Galvin Hennessy fue el inventor de «la noche del bache» y la costumbre había pasado a las generaciones siguientes.

Algunos temieron que aquella costumbre muriera cuando Mick se hizo cargo del local. Al fin y al cabo, había acabado con el lanzamiento de bragas en Mort, pero después de dos años de copas baratas y cervezas a un dólar, la ciudad de Truly pudo dormir tranquila al saber que algunas tradiciones seguían siendo sagradas.

Mick estaba en un extremo de la barra, descansando su peso sobre un pie con un taco de billar en la mano, mientras Steve Castle se inclinaba sobre la mesa y daba una tacada a la bola. Steve era un poco más alto que Mick y llevaba una camiseta de color celeste que tenía: escrito en su amplio pecho: atención damas: me encantó el diario de noa [6]. Mick conocía a Steve desde que enseñaba a volar. En aquellos días, Steve tenía la cabeza llena de cabellos rubios, pero en aquel momento estaba tan calvo como la bola de billar que hacía rodar por la mesa.

Cuando Mick dejó el ejército, Steve se quedó hasta que su Black Hawk fue derribado sobre Fallujah por un misil antiaéreo SA-7. Al estrellarse murieron cinco soldados y siete resultaron heridos, Steve perdió una pierna. Después de meses de rehabilitación y una prótesis nueva, volvió a casa en Carolina del Norte para descubrir que su matrimonio se había ido a pique. Lo pasó mal y tuvo un divorcio muy duro, así que cuando Mick le pidió que se trasladara a Truly para llevar la gestión de Hennessy, se subió a su camioneta y llegó al cabo de pocos días. Mick no esperaba durar mucho en aquella ciudad tan pequeña, pero hacía ya un año y medio, y Steve se acababa de comprar una casa al lado del lago.

Steve era lo más parecido a un hermano que Mick tenía. Los dos compartían las mismas experiencias y recuerdos viscerales. Habían compartido una vida que los civiles no entendían, y su época en el ejército era algo de lo que nunca hablaban en público.

La bola seis cayó en la tronera del rincón y Steve apuntó hacia la dos.

– Meg estuvo aquí ayer, te estaba buscando -dijo-. Supongo que toda la ciudad zumba como un avispero porque esa escritora ha hablado con el sheriff Potter y con Harriet Landers.

– Meg me llamó anoche por ese motivo. -Steve era la única persona con la que Mick había hablado de los impredecibles estallidos emocionales de Meg y de sus cambios de humor-. No está tan preocupada por ese asunto del libro como me imaginaba.

Al menos no había perdido el control, que era lo que Mick esperaba de la mujer a quien había visto perderlo al encontrar un anillo de boda.

– Tal vez sea más fuerte de lo que te crees.

Tal vez, pero Mick lo dudaba.

Steve golpeó la bola, pero la dos dio contra el borde de la tronera y rebotó.

– Lo he hecho adrede.

– ¡Ja, ja! -Mick puso tiza al taco y metió la bola diez que quedaba en una tronera lateral.

– Será mejor que vuelva detrás de la barra -dijo Steve mientras colocaba el taco en el estante-. ¿Te vas a quedar hasta que cierre?

– No. -Mick dejó el taco junto al de Steve y echó un vistazo al bar. En las noches de diario, tanto Hennessy como Mort cerraban a las doce-. Quiero ver cómo se las arregla el camarero nuevo en Mort.

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[6] El diario de Noa (The Notebook) es una película basada en la novela del mismo título de Nicholas Sparks, 1995, y dirigida por Nick Cassavettes en 2004. Se trata de un drama de amor romántico. (Nota de la T.)