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Fuera aún había luz cuando salió del bar y se fue a Mort en coche. Se caló las gafas en el puente de la nariz y empezó a sentir dolor entre los ojos. Maddie Dupree estaba curioseando en su pasado, hablaba con la gente de su familia y afectaba a su vida sexual. Cada momento que pasaba tenía más ganas de atarla y esconderla en algún sitio.

Le rugieron las tripas mientras aparcaba el coche en la parte de atrás de Mort, y en lugar de entrar por la puerta trasera del bar, caminó unas cuantas puertas más allá, hasta la cervecería y restaurante Willow Creek. Era poco más de las nueve y no había comido desde el mediodía. No era extraño que le doliera la cabeza.

El lugar estaba prácticamente vacío y, al cruzar la puerta, el olor a alas de pollo que procedía del bar le abrió más el apetito. Se acercó hasta la barra e hizo su pedido a una joven camarera. El restaurante hacía el mejor pastrami sobre pan de centeno, acompañado de patatas fritas, de los tres estados. De haber tenido más tiempo, habría pedido una cerveza. El bar tenía una cerveza muy buena.

El interior del restaurante estaba decorado con carteles de cerveza de todo el mundo, y sentada a una de las mesas, debajo de un cartel de Thirsty Dog Wheat, estaba la mujer a la que había estado fantaseando atar y arrojar al fondo de un armario.

Sobre la mesa, delante de Maddie Dupree, había una ensalada grande y una carpeta abierta. Se apartó el cabello de la cara y se pintó los labios de rojo intenso. Levantó la mirada cuando él se sentó en el banco enfrente de ella.

– Has estado muy ocupada -dijo él.

– Hola, Mick. -Levantó el tenedor hacia él-. Siéntate.

Se había dejado la sudadera naranja desabrochada y llevaba una camiseta blanca. Una camiseta ceñida.

– He oído que has estado hablando con Bill Potter.

– Las noticias vuelan. -Pinchó un poco de lechuga y queso y abrió la boca. Los labios rojos se cerraron sobre las púas del tenedor y lo sacó despacio de la boca.

Mick señaló la carpeta abierta.

– ¿Es mi hoja de arrestos y juicios?

Lo miró mientras masticaba.

– No -dijo Maddie después de tragar-. El sheriff dijo que eras un incordio, pero no mencionó ninguna hoja de arrestos y juicios. -Cerró la carpeta y la dejó sobre el asiento, a su lado-. ¿Qué hiciste para que te arrestaran? ¿Vandalismo? ¿Orinaste en público? ¿Mirabas por las ventanas?

Sabihonda, pensó.

– Pelearme, sobre todo.

– Habló de un incendio. Tú no sabrás nada de eso, ¿verdad? -Masticó un poco de ensalada y la tragó con un sorbo de té helado.

Mick sonrió.

– No sé nada sobre ningún incendio.

– Ya, claro.

Maddie dejó el tenedor en el plato, se recostó hacia atrás y cruzó los brazos delante de sus grandes senos. La camiseta era tan fina que Mick podía ver claramente el perfil blanco del sujetador.

– ¿Lo pasaste bien charlando con Harriet Landers?

Maddie se mordió el labio para evitar reírse.

– Fue interesante.

Mick se hundió en el asiento y frunció el ceño. Le rozó un pie con la punta de la bota y Maddie ladeó la cabeza. Se le desparramó el cabello como si fuera seda lisa y brillante sobre un hombro cuando él la miró. Le miró a los ojos durante algunos momentos, antes de sentarse derecha y retirar el pie hacia atrás.

– Harriet mató a mi abuelo a polvos en el asiento trasero de su coche -dijo Mick-. Pero eso no es un crimen.

Maddie apartó el plato a un lado y cruzó los brazos sobre la mesa.

– Es cierto, pero es un material muy picante.

– Y tú vas a escribir sobre esto.

– No había pensado mencionar la… intempestiva defunción de tu abuelo. -Volvió un poco la cabeza hacia un lado y le miró de reojo con sus grandes ojos castaños-. Pero necesito llenar páginas con el entorno de la familia.

– Aja.

– O podría llenar esas páginas con fotos.

Mick se sentó muy tieso, colocó los codos en la mesa y se inclinó hacia delante.

– ¿Quieres que te dé fotos? ¿Bonitas instantáneas de familia feliz? ¿Tal vez de Navidad o del día de Acción de Gracias o del verano en que todos fuimos a Yellowstone?

Maddie apuró el té y volvió a recostarse en el asiento.

– Eso sería fantástico.

– Olvídalo. No puedes chantajearme.

– No es chantaje. Es una manera de que los dos consigamos lo que queremos. Y lo que realmente quiero es sacar instantáneas de la vida de los Hennessy.

Mick se inclinó aún más en la mesa y dijo:

– Pues espera sentada. -Una camarera dejó la bolsa de plástico con la comida de Mick encima de la mesa y este añadió sin apartar la mirada de Maddie-: Aléjate de mi bar.

Maddie se inclinó hasta que sus rostros quedaron a unos milímetros.

– ¿O?

¡Joder, tenía agallas! Y a Mick eso le gustaba. Más o menos. Se levantó y buscó la cartera en el bolsillo trasero del pantalón. Arrojó un billete de veinte dólares sobre la mesa.

– Te echaré de una patada en el culo.

Capítulo 9

– Estás loca.

– No me pasará nada. -Maddie miró por encima del hombro y Adele abrió la puerta del bar de Mort.

– ¿No dijo que te echaría de una patada en el culo?

– Técnicamente, estábamos hablando del Hennessy.

Entraron y la puerta se cerró detrás de ellas.

– ¿Crees que le van a importar los tecnicismos? -preguntó Adele acercándose a Maddie y haciéndose oír por encima del ruido y la música de la gramola.

Maddie pensó que era una pregunta bastante retórica y buscó con la mirada al propietario entre la multitud que llenaba el bar débilmente iluminado. Eran las ocho y media de un sábado por la noche y Mort estaba atestado. No tenía intención de poner el pie dentro de aquel bar de vaqueros, hasta que Mick le dijo que no lo hiciera. Quería hacerle saber que no la intimidaba. Tenía que saber que no le daba miedo. No le daba miedo nada.

Reconoció a Darla, de la última vez que había estado en Mort, y a su vecina Tanya, de la fiesta en casa de los Allegrezza. No vio a Mick y respiró algo más tranquila. No tenía miedo. Solo quería entrar un poco más en el bar antes de que él la divisara.

Se había puesto unos rulos grandes en el pelo, para darle mucho volumen y para que los rizos le quedaran sueltos. Llevaba más maquillaje de lo habitual, un vestido de punto de algodón anudado al cuello y sandalias con un tacón de medio centímetro. Si la iban a echar, quería tener buen aspecto. Llevaba su cárdigan de angora rojo, porque sabía que en cuanto el reloj diera las nueve refrescaría.

La gramola tocó una canción sobre mujeres fáciles, mientras Adele y Maddie avanzaban entre la multitud hacia una mesa vacía de un rincón. Adele, con los largos rizos, los tejanos ceñidos y la camiseta de ahorra un caballo, monta un cowboy, atraía considerablemente la atención.

– ¿Lo has visto? -preguntó Adele mientras se sentaban en las sillas que daban a la barra con la espalda contra la pared.

Estaban siguiendo un plan. Era sencillo. Nada arriesgado: solo entrar en Mort, tomarse unas copas y salir. Estaba chupado sin duda, pero Adele se estaba comportando de un modo raro, mirando a su alrededor con aquellos ojos grandes como si esperase que un equipo del grupo de operaciones especiales se abalanzase sobre ellas y les obligase a tenderse en el suelo, con los brazos y las piernas extendidos, a punta de Kalashnikov.

– No, aún no lo he visto.

Maddie dejó el bolso en la mesa, junto a ella, y miró hacia la barra. La luz de la gramola y de la barra se derramaba sobre la multitud, pero apenas llegaba a su rincón. Era el lugar perfecto para mirar sin ser visto.

– ¿Qué aspecto tiene? -dijo Adele acercando la cabeza a Maddie.

Maddie hizo un gesto con la mano a la camarera.

– Alto. Cabello oscuro y ojos muy azules -respondió.

Encantador cuando quiere algo y sus besos pueden hacerte perder la razón, pensó. Maddie recordó el día en que le había llevado el Mouse Motel, en el beso y en sus manos sobre su cintura, y sintió un leve hormigueo en el estómago.