– ¿Es legal llevar una Taser?
– Es legal en cuarenta y ocho estados. Esto es Idaho. ¿Qué te crees?
– Estás loca.
Maddie sonrió.
– Eso me han dicho.
– ¿Tienes por costumbre ir por ahí cabreando a la gente? -le dijo después de mirarla durante un rato.
A veces hacía enfadar a la gente, pero no lo tenía por costumbre.
– No.
– Entonces, solo a mí.
– Yo no quería que te mosquearas, Mick.
Él enarcó una ceja oscura en su bronceada frente.
– Bueno, no pretendía cabrearte, hasta esta noche, pero tengo un problemilla cuando me dicen lo que puedo hacer y lo que no.
– No jodas. -Mick se cruzó de brazos-. ¿Para qué necesitas todo ese arsenal?
– Entrevisto a personas que no son demasiado buenas. -Se encogió de hombros-. Suelen tener cadenas alrededor de la barriga, grilletes y estar esposados a la mesa cuando hablo con ellos. O hablamos a través de una mampara. Claro que en las cárceles no me dejan entrar mis artículos de defensa personal, pero siempre los recupero al marcharme. Me siento más segura cuando los llevo encima.
Mick retrocedió y la miró de arriba abajo.
– Pareces normal, pero no lo eres.
Maddie no sabía si tomárselo como un cumplido o no. Lo más seguro es que no quisiera decirlo como un cumplido.
Se balanceó sobre los talones y la miró.
– ¿Planeabas liquidar al tipo rubio que te abordó en la mesa?
– ¿Ryan? No, pero si jugaba bien sus cartas, tal vez lo habría esposado.
– Es un memo.
De no haberlo conocido mejor, Maddie habría dicho que Mick estaba celoso.
– ¿Lo conoces?
– No tengo que conocerlo para saber que es un memo.
Lo cual no tenía ningún sentido.
– ¿Cómo puedes decir de alguien que es un memo si no lo conoces?
– Te has estado morrreando con él -dijo en lugar de responder a su pregunta.
– Eso es ridículo. No me he dado el lote con un extraño en un bar desde el instituto.
– Tal vez te hayas cansado de esa especie de «abstinencia sexual».
Aquello era un eufemismo. Maddie ya estaba muy harta de la abstinencia, pero cuando pensaba en el sexo animal, ardiente y duro, pensaba en Mick. Ryan era mono, pero al fin y al cabo era un extraño en un bar, y ya no se daba el lote ni se ligaba a extraños en los bares.
– No te preocupes por mi celibato.
Mick dirigió la mirada hacia la boca de Maddie y siguió descendiendo, bajó por la barbilla y el cuello y se detuvo en los senos. Eran más de las nueve y, claro, ella tenía frío.
– Cielo, tu cuerpo no está hecho para el celibato. -Los pezones duros de Maddie sobresalían del vestido como dos puntos afilados-. Está hecho para el sexo. -Levantó la mirada hacia la suya-. Para el puro sexo, salvaje y sudoroso, de ese que dura toda la noche y hasta la mañana siguiente.
Normalmente habría estado tentada de rociar con espray de pimienta al tipo que le soltara algo así, pero cuando Mick lo dijo sintió un cosquilleo en el vientre, y su cuerpo le ordenó levantar la mano y presentarse voluntaria para la misión de sexo sudoroso.
– El celibato es un estado mental.
– Lo cual explica por qué te has vuelto loca.
– ¿Ahora quién es el memo?
Se acomodó el bolso para evitar que se le resbalase del hombro, pero los dedos apenas tocaron el bolso antes de que Mick le sujetara las muñecas contra la puerta a la altura de la cabeza.
Le miró a la cara, que estaba un milímetro por encima de la de ella.
– ¿Qué estás haciendo?
– No me voy a quedar aquí plantado y dejarte que me frías el culo con una descarga de cincuenta mil voltios.
Maddie intentó sonreír pero fracasó.
– Estaba colocándome bien el bolso.
– Llámame paranoico, pero no te creo.
– ¿De veras piensas que iba a dejarte fuera de combate?
Dejarlo fuera de combate era lo más alejado de lo que había pasado por su imaginación.
– ¿Ah, no?
Maddie se echó a reír.
– No. Eres demasiado guapo para freírte con cincuenta mil voltios.
– No soy guapo. -Al hablar, su aliento calentó un lado de su cara y el cuello-. Hueles a fresas.
– Es la crema.
– Olías a fresas el día que nos vimos en la ferretería Handy Man. -Enterró la nariz en su pelo y Maddie se turbó como si le hubieran aplicado los cincuenta mil voltios-. Siempre hueles tan bien… Eso me vuelve loco. -Apretó su cuerpo contra el de ella-. Tenía ganas de hacer esto desde el momento en que te vi desde la barra.
Mick bajó el rostro hacia un lado de su cuello.
– Pensé que querías echarme de una patada en el culo.
¿Cómo se había puesto tan caliente tan deprisa? Hacía unos minutos, estaba fría. Ahora notaba ese hormigueo cálido cosquilleándole la piel.
– Ya llegaremos a eso. Más tarde.
Mick le soltó las manos, pero la sujetaba con las caderas contra la puerta. Estaba claro que cargaba a la izquierda. La tenía grande y dura, y ella sintió un dolor sordo en la entrepierna. Harriet tenía razón. Los Hennessy estaban muy bien dotados.
– Primero quiero olerte aquí -añadió Mick bajándole el vestido y oliéndole los hombros desnudos-. Eres tan suave… y sabes bien.
– Me gusta tener la piel fina. -Tragó saliva con dificultad y cerró los ojos. Quería que siguiera bajando-. Soy una especie de hedonista en eso.
– ¿Cómo puedes ser hedonista y célibe? -le preguntó junto a su cuello.
– No es fácil.
Cada segundo que pasaba era más difícil. Si no iba con cuidado, su lado hedonista se impondría sobre su lado célibe, y se sumiría en un ardor orgásmico. Lo cual no parecía tan horrible, solo que no con él. Levantó una mano hacia la cara de Mick y le acarició la corta barba de las mejillas.
– Sobre todo cuando tú andas cerca -añadió Maddie.
Mick se echó a reír con una risa grave y masculina que le brotaba del centro del pecho. Levantó la cara con los ojos algo entornados por el placer, y sus pestañas parecían tan largas… El deseo le brillaba en los ojos y bajó las manos hacia la cintura de Maddie.
– Tú eres el último hombre del planeta que puedo tener. -Levantó la boca hasta la de Mick-. Y el que más deseo.
– ¡Qué dura es la vida! -susurró junto a los labios de ella.
Maddie asintió y se puso de puntillas. Él la cogió por la nuca y apretó la boca contra la suya. Las manos le aferraron más fuerte la cintura y durante algunos desesperantes segundos se quedó completamente inmóvil, con las cálidas manos pegadas a la cintura y la boca en la suya. Luego emitió un sonido gutural y deslizó una mano por la espalda de Maddie y puso la otra entre los hombros, por encima de la chaqueta. La atrajo contra su pecho y la besó, con un beso suave y dulce. Sus labios crearon una deliciosa succión que le atrapó la lengua hasta que estuvo dentro de la boca de Mick.
El bolso de Maddie cayó al suelo, y ella deslizó la mano libre por los duros músculos del brazo y los hombros de Mick. Mick irradiaba calor y Maddie sintió calor allí donde sus senos se apretaban contra su pecho. Maddie nunca había sido una amante pasiva, y mientras le estaba haciendo el amor dulcemente en la boca, ella le acariciaba el cabello con los dedos y con la otra mano recorría los contornos duros del pecho y la espalda de Mick. De no haber sido Mick Hennessy, le habría sacado la camisa de los tejanos y le habría acariciado la piel desnuda.
Mick posó la boca en un lado de su cuello.
– Tú eres la última mujer a la que debería desear -dijo entre jadeos-. Y eres la única mujer en la que no puedo dejar de pensar. -Puso las manos en el trasero de Maddie y las caderas de ella cobijaron su erección-. ¿Qué tienes que me vuelve loco?
La presión del miembro duro y enorme de Mick contra su vientre era tan fuerte que a Maddie casi le dolía.
Casi. Se meció contra él mientras Mick le quitaba la chaqueta. Maddie tiró el cárdigan de angora detrás de él, en alguna parte, no lo necesitaba. Estaba demasiado caliente. Los dedos se le enredaron en la pechera de la camisa de Mick y probó su cuello con la boca; le dejaba buen sabor en la lengua, a carne cálida y a hombre excitado, y le chupó la piel. Agarró la camisa y se balanceó contra su pene erecto. Hacía cuatro años que no notaba nada tan delicioso, y lo echaba de menos. Echaba de menos el tacto de las manos de un hombre, su boca caliente y los sonidos de excitación que emitía desde lo más hondo de la garganta.