– ¡Oh… Dios… mío! -dijo Maddie cuando recuperó el aliento.
– Sí. -Mick se incorporó sobre un codo y la miró a los ojos.
– No recordaba que el sexo fuera tan bueno.
– No suele serlo. -Apartó unas cuantas hebras de cabello de la frente de Maddie-. En realidad, no creo que haya sido tan bueno nunca.
– De nada.
Mick se rió y dos hoyuelos se marcaron sus mejillas.
– Gracias.
Como ella no respondió, enarcó una ceja.
Maddie sonrió y separó las piernas de la cintura de Mick.
– Gracias.
Mick salió de ella y bajó de la cama.
– De nada -dijo por encima del hombro, mientras caminaba hacia el baño.
Maddie rodó de costado y cerró los ojos. Suspiró y se acomodó en la agradable y cómoda burbuja que se crea después del amor. No tenía ni un solo músculo del cuerpo tenso y no recordaba haber estado así de relajada en su vida. Oyó la cadena del váter y abrazó la almohada sobre la que descansaba la cabeza. Debía practicar el sexo con más frecuencia, como una táctica para reducir el estrés.
– ¿Quién es Carlos?
Maddie abrió los ojos y la burbuja se pinchó.
– ¿Qué?
Mick se sentó en la cama y la miró por encima del hombro.
– Me llamaste Carlos.
Maddie no lo recordaba.
– ¿Cuándo?
– Cuando te estabas corriendo.
– ¿Qué dije?
Una mueca le torció hacia abajo las comisuras de los labios.
– Sí, sí, Carlos.
Maddie notó que se sonrojaba desde el cuello hasta las mejillas.
– ¿Eso hice?
– Sí. Nunca me habían llamado por el nombre de otro. -Lo pensó un momento y luego añadió-: Me parece que no me gusta.
Maddie se sentó.
– Lo siento.
– ¿Quién es Carlos?
Era obvio que no iba a olvidar el tema y la iba obligar a confesar.
– Carlos no es un hombre.
Mick parpadeó y la miró con los ojos muy abiertos durante unos segundos.
– Carlos es una mujer.
Maddie se echó a reír y señaló el cajón de la mesilla de noche.
– Abre el primer cajón.
Mick se inclinó y abrió el cajón. Frunció el ceño para luego relajarlo despacio.
– ¿Eso es un…?
– Sí, ese es Carlos.
Mick la miró.
– ¿Le has puesto nombre?
– Pensé que como éramos íntimos debía darle un nombre.
– Es púrpura.
– Y resplandece en la oscuridad.
Mick se echó a reír y cerró el cajón.
– Es grande.
– No tanto como tú.
– Sí, pero yo no puedo… -Se rascó la mejilla-. ¿Qué hace eso?
– Pulsa, vibra, rota y se calienta.
– ¿Todo eso y también resplandece en la oscuridad? -dijo dejando caer una mano sobre la cama.
– Tú eres mejor que Carlos. -Maddie se acercó, para arrodillarse detrás de él y abrazarse a su pecho. Prefiero pasar el tiempo contigo.
Mick la miró.
– Yo no resplandezco en la oscuridad.
– No, pero tus ojos son más sexys y me encanta cómo me besas y me acaricias. -Apretó los senos contra la cálida espalda-. Tú me haces vibrar y me pones caliente.
Mick se volvió y la empujó suavemente sobre la cama.
– Me haces sentir como la última vez que estuve en esta habitación. Como si nunca tuviera bastante. Como si tuviera quince años y pudiera durar toda la noche.
Un rizo de cabello negro le cayó sobre la frente, y ella lo cogió y se lo volvió a poner en su sitio.
– Es una habitación algo diferente de la última vez que estuviste aquí con… ¿cómo se llamaba?
– Brandy Green. -Miró alrededor, la cómoda de caoba, las mesitas de noche y las lámparas-. A decir verdad, no recuerdo cómo era.
– ¿Hace mucho tiempo?
Mick volvió a mirar a Maddie.
– Estaba demasiado ocupado para notarlo. -La sonrisa le arrugó las comisuras de los ojos-. Brandy era mayor que yo y yo solo intentaba impresionarla.
– ¿Lo conseguiste?
– ¿Impresionarla? -Lo pensó un momento y luego sacudió la cabeza-. No lo sé.
– Bueno, a mí sí me has impresionado.
– Lo sé.
Mick se tendió en la cama a su lado, colocó a Maddie encima de él y luego la atrajo hacia su pecho.
– ¿Cómo lo sabes?
– Porque gimes sin parar.
Maddie se retiró el cabello hacia atrás.
– ¿Ah sí?
– Sí. Me gusta. -Mick le acarició un brazo-. Me permite saber que estás concentrada en lo que te estoy haciendo.
Maddie se encogió de hombros.
– Me gusta el sexo. Me gusta desde la primera vez, cuando estudiaba en la UCLA y perdí la virginidad con mi primer novio, Frankie Peterson.
La mano de Mick se detuvo.
– Esperaste hasta que tenías ¿cuántos… veinte?
– Bueno, yo era Cincinnati Maddie, ¿te acuerdas? Pero cuando salí de casa de mi tía para ir a la universidad perdí casi treinta kilos, porque era tan pobre que no tenía dinero para gastar en comida. En aquellos días solía trabajar mucho. Tanto que quemé todas mis grasas, y ahora me niego a hacer nada que me cause problemas, que sea doloroso o aburrido.
Maddie le acarició la fina línea de vello del vientre.
– No necesitas hacer ejercicio -dijo Mick recorriendo con la mano la espalda de ella hasta el trasero-. Eres perfecta.
– Estoy demasiado blanda.
– Eres una mujer. Se supone que debes ser blanda.
– Pero yo soy…
Mick la tumbó en la cama y la miró desde arriba.
– Te miro y nada de lo que pienso me impide querer estar contigo. -Recorrió el rostro de Maddie con la mirada-. He intentado alejarme de ti. He intentado mantener las manos lejos de ti, pero no puedo. -La miró a los ojos-. Tal vez después de esta noche lo consiga.
A Maddie se le atragantó el aliento en el pecho. No quería una noche. Quería muchas noches, pero él era Mick Hennessy y ella era Maddie Jones. Tendría que decírselo. Y pronto.
– Entonces será mejor que nos apliquemos. -Maddie le puso la mano en la nuca y le acarició el corto cabello con los dedos-. Mañana podrás volver a estar enfadado conmigo, y yo volveré a la abstinencia. Todo volverá a ser como era antes de esta noche.
Mick hizo una mueca.
– ¿Tú crees?
Maddie asintió.
– Ninguno de los dos anda buscando el amor, ni siquiera un compromiso más allá de esta habitación. Ambos queremos lo mismo, Mick. -Maddie atrajo la boca de él hasta la suya y le susurró en los labios-. Sin ataduras. Solo un polvo de una noche.
Como creía que era la última vez que disfrutaba del sexo antes de volver a la abstinencia, se aseguraría de que fuera memorable.
Le dejó durante el tiempo de abrir el grifo de la bañera de hidromasaje y verter jabón de baño con perfume a mango en el agua. Luego lo cogió de la mano y lo llevó al cuarto de baño. Jugaron con las burbujas de espuma y cuando llegó el momento, lo cabalgó como si fuera un caballito de mar. Esta vez, cuando llegó a la cima, se aseguró de que lo llamaba por su nombre.
Cuando terminaron y Mick tiró por el váter el último condón, Maddie se quedó dormida con la espalda apretada contra el pecho de Mick y él con la mano en uno de sus senos. Él le estaba hablado de algo, ella acurrucó el trasero contra la entrepierna de Mick y se quedó dormida. Tenía intención de ponerse una bata y acompañarle hasta la puerta, pero hacía tanto tiempo que no se sentía segura y protegida… Claro que era una ilusión. Siempre había sido una ilusión. Nadie salvo ella misma podía hacer que estuviera segura y protegida de verdad, pero había estado bien.