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– Mick no es mala persona, es solo que se comporta de modo muy protector. Ha tenido una infancia muy dura y no le gusta hablar de nuestros padres. Si lo conocieras en otras circunstancias, seguro que te gustaría.

Le gustaba más de lo que era prudente, dadas las circunstancias. No quería ni pensar en lo mucho que le habría gustado sentarse en su regazo si no fuera un Hennessy.

– Estoy segura de que es cierto.

Meg frunció el ceño.

– Por la ciudad corre el rumor de que se va a hacer una película de tu libro.

– ¿En serio?

– Sí. Carleen vino a mi trabajo ayer y me dijo que Angelina Jolie iba a interpretar el papel de mi madre y Colin Farrel de mi padre.

Colin Farrell no tenía sentido, porque era irlandés, pero ¿Angelina Jolie?

– No he recibido ninguna oferta para hacer la película. -Mierda, ni siquiera le había hablado a su agente del libro-. Así que puedes decirle a todo el mundo que no va a venir ningún equipo de cine por el momento.

– Eso es un alivio -dijo Meg, luego dirigió su atención hacia los ventanales-. Tu gato quiere entrar.

– No es mío. Creo que es un gato callejero. -Maddie sacudió la cabeza y se recostó en el sillón-. ¿Quieres un gatito?

– No. No soy persona de tener animales. Le he prometido a mi hijo un perro si se porta bien durante un mes. -Se echó a reír-. Y no creo que tenga que cumplir mi promesa por el momento.

Cuando Meg reía se parecía un poco a Mick.

– Yo tampoco soy persona de tener animales -le confesó Maddie y se preguntó si Meg había ido a su casa para charlar de animales o de sus padres-. Son una carga.

– ¡Oh, a mí no me importa eso! Yo no quiero tenerlos porque se mueren.

Por lo que a Maddie respectaba, eso era lo único bueno de los gatos.

– De niños teníamos un caniche llamado Princesa. Era de Mick.

¿Mick tenía un caniche? No solo no imaginaba a Mick con un caniche, sino que no lo podía imaginar llamándolo Princesa.

– ¿Le puso él ese nombre?

– Sí, y se murió a los trece años. La única vez que he visto a Mick llorar fue cuando enterró a esa perra. En el funeral de nuestros padres se comportó como un estoico hombrecito. -Meg sacudió la cabeza-. He visto morir a demasiada gente en mi vida. No quiero encariñarme de un animal y que se me muera. La mayoría de la gente no lo entiende, pero eso es lo que siento.

– Lo entiendo. -Y era cierto. Más de lo que Meg imaginaba, al menos por el momento.

– Te estarás preguntando por qué me he pasado por aquí en lugar de esperar a que te pusieras en contacto conmigo.

– Supongo que estás nerviosa por hablar de tu madre y tu padre y de lo que sucedió aquella noche de agosto.

Meg asintió y se colocó el cabello detrás de las orejas.

– No sé por qué quieres escribir sobre lo que ocurrió, pero lo cierto es que quieres. Así que he pensado que deberías oírlo de boca de mi familia, y Mick no va a hablar contigo. De modo que solo quedo yo.

– ¿Te importa si grabo la conversación?

Meg tardó mucho rato en contestar, y ella pensó que se negaría.

– Supongo que está bien. Mientras podamos pararla si me siento incómoda.

– Claro que sí. -Maddie se levantó del sillón y fue al escritorio. Metió una cinta nueva en la pequeña grabadora, cogió una carpeta y un bolígrafo y regresó al salón-. No tienes que decir nada que no quieras decir.

Lo dijo a sabiendas que su trabajo era conseguir que Meg lo escupiera todo. Acercó la grabadora a su boca y dijo el nombre de Meg y la fecha, luego la dejó en el borde de la mesa de café.

– ¿Por dónde empiezo? -preguntó Meg mirando la grabadora.

– Si te sientes cómoda, ¿por qué no hablas de lo que recuerdas de tus padres? -Maddie se recostó hacia atrás en el sillón y descansó las manos en el regazo. Paciente y nada amenazadora-. Ya sabes, los buenos tiempos.

Y después de que Meg hablase de ellos, llegarían a los malos.

– Estoy segura de que has oído que mis padres se peleaban.

– Sí.

– No estaban todo el tiempo peleándose, era solo que cuando lo hacían… -Se calló y se miró la falda-. Mi abuela solía decir que eran muy apasionados. Que se peleaban y se amaban con más pasión que los demás.

– ¿Tú crees?

Meg frunció un poco el ceño y crispó las manos en el regazo.

– Yo solo sé que mi padre era… formidable. Siempre estaba contento. Siempre cantaba cancioncillas. Todo el mundo lo quería porque tenía algo. -Levantó la mirada y sus ojos verdes se encontraron con los de Maddie-. Mi madre se quedaba en casa con Mick y conmigo.

– ¿Era feliz tu madre?

– Ella… a veces estaba triste, pero eso no significa que fuera una mala madre -dijo Meg, y siguió hablando de las maravillosas meriendas campestres y las fiestas de cumpleaños, de las grandes reuniones familiares y de cuando Rose les leía cuentos a la hora de dormir; hacía que su familia pareciera la viva imagen de la felicidad hogareña.

Mierda. Maddie llevaba treinta minutos escuchando a Meg sublimando el pasado.

– ¿Qué pasaba cuando tu madre estaba triste? -preguntó Maddie.

Meg se sentó hacia atrás y se cruzó de brazos.

– Bueno, no es un secreto que las cosas se rompían. Estoy segura de que el sheriff Potter te ha hablado de la vez en que mi madre prendió fuego a la ropa de mi padre.

En realidad el sheriff no lo había mencionado.

– Mmm.

– Tenía el fuego controlado. No había necesidad de que los vecinos llamaran a los bomberos.

– Tal vez estaban preocupados porque esta zona es forestal y no cuesta mucho provocar un incendio.

Meg se encogió de hombros.

– Era mayo, así que no era muy probable. La temporada de incendios no empieza hasta más tarde.

Lo que no significaba que el fuego no pudiera haber causado serios daños, pero Maddie pensó que era inútil y contra-productivo discutir y tenía que acelerar las cosas.

– ¿Qué recuerdas de la noche en que tus padres murieron?

Meg miró la pantalla vacía del televisor.

– Recuerdo que había hecho calor aquel día y mamá nos llevó a Mick y a mí a la playa a nadar. Mi padre solía venir con nosotros, pero aquel día no vino.

– ¿Sabes por qué?

– No. Sospecho que estaba con la camarera.

Maddie no se molestó en recordarle que la camarera tenía un nombre.

– Después de que fuerais a la playa ¿qué pasó?

– Fuimos a casa a cenar. Papá no estaba en casa, pero aquello no era raro. Estoy segura de que estaba trabajando. Recuerdo que aquella noche pudimos pedir lo que quisimos para cenar. Mick pidió perritos calientes y yo pizza. Después comimos helado y vimos Donny & Mary. Recuerdo que lo vimos porque Mick estaba emperrado en que tenía que ver a Donny y Mary Osmond, pero luego quiso ver El increíble Hulk, así que se animó. Mi madre nos metió en la cama, pero a eso de la media noche, me desperté porque la oí llorar. Bajé de la cama y fui a su habitación, y estaba sentada en un lado de la cama completamente vestida.

– ¿Por qué lloraba? -Maddie se inclinó hacia delante.

– Porque mi padre tenía otra aventura -dijo Meg dirigiéndose Maddie.

– ¿Te lo dijo ella?

– Claro que no, pero yo tenía diez años. Sabía lo que eran las aventuras. -Meg entornó la mirada-. Mi padre no nos habría dejado por ella. Sé que en realidad no lo habría hecho.

– Alice creía que sí.

– Todas lo creían. -Meg rió sin ganas-. Pregúntales. Pregúntaselo a Anna van Damme, Joan Campbell, Katherine Howard y Jewel Finley. Todas creyeron que iba a dejar a mi madre por ellas, pero nunca lo hizo. Nunca la dejaba y tampoco la habría dejado por esa camarera.

– Alice Jones. -Maddie casi sintió lástima por Meg, que había recitado los nombres de las amantes de su padre.

– Sí.

– ¿Jewel Finley? ¿No era amiga de tu madre?