Detuvo la mano.
– ¿Me estás ofreciendo la posibilidad de hacer fotos dentro de tu bar?
– Sí.
Normalmente no solía tomar fotos para sus libros, pero no sería ningún problema si lo hacía.
– Quiero verte.
– ¿Me estás sobornando?
Hubo un silencio en la línea.
– ¿Es eso un problema? -preguntó Mick.
¿Lo era?
– Solo si crees que voy a acostarme contigo por unas cuantas fotos.
– Cielo -dijo a través de lo que parecía un suspiro de exasperación-, me gustaría que desnudarte fuera tan fácil, pero no.
Solo porque fuera a Hennessy y sacara algunas fotos no significaba que nadie tuviera que acabar quitándose la ropa. Había vivido sin sexo durante cuatro años. Era evidente que tenía bastante autocontrol.
Si aceptaba e iba, estaría utilizando la innegable atracción que existía entre ambos para conseguir sus propósitos. Tal como él estaba usando el deseo de ella de fotografiar el interior del bar para conseguir los suyos. Se preguntó si su conciencia se rebelaría y declinaría la tentadora oferta, pero tal como ocurría de vez en cuando en su vida, en lo referente a su trabajo y sus escrúpulos, su conciencia guardó silencio.
– Ahí estaré.
Después de colgar el teléfono respiró hondo y contuvo la respiración. Entrar en ese bar no iba a ser lo mismo que entrar en cualquier otra escena del crimen que había pisado y explorado. Entrañaba una cuestión personal.
Suspiró. Había visto fotos de la escena del crimen y leído los informes. Veintinueve años después no sería un problema. Se había sentado, separada por una mampara, en frente de asesinos que le contaban exactamente lo que harían con su cuerpo si alguna vez tenían la oportunidad. Comparado con esa pesadilla, entrar en Hennessy iba a ser coser y cantar. Ningún problema.
Hennessy estaba pintado de un indescriptible color gris y era más grande de lo que parecía desde fuera. En el interior había dos mesas de billar y una pista de baile a ambos lados de la larga barra. En medio, tres escalones conducían al nivel inferior, que estaba rodeado de una barandilla blanca y donde había diez mesas redondas. Hennessy nunca había tenido la reputación de acoger chicas malas e indomables que tenía Mort. Era más tranquilo y era famoso por las buenas copas y la buena música. Y durante un tiempo, por el asesinato. Hennessy había sobrevivido a esto último, hasta que cierta escritora sobre crímenes reales aterrizó en la ciudad.
Mick estaba detrás de la barra y echaba ginebra South en una coctelera. Levantó la mirada hacia Maddie y hacia su resplandeciente cabello, distinguiendo mechas cobrizas en la cola en que se había recogido el pelo, luego volvió a mirar la botella que tenía en las manos.
– Mi bisabuelo construyó este bar en mil novecientos veinticinco.
Maddie dejó la cámara en la barra y miró a su alrededor.
– ¿Durante la prohibición?
– Sí. -Señaló el nivel inferior-. Esa parte era un comedor. Hacía y vendía alcohol etílico en la trastienda.
Maddie le miró con aquellos grandes ojos marrones que se volvían cariñosos y sexys cuando él le besaba el cuello. En aquel momento tenía los ojos muy abiertos, como si estuviera viendo fantasmas.
– ¿Alguna vez lo pillaron? -preguntó Maddie mirando a su alrededor otra vez, con la mente absorta y ajena a Mick, que intentaba por todos los medios entablar una conversación.
Cuando abrió la puerta de atrás y la vio allí plantada, parecía muy tensa, tuvo que controlar su primer impulso de empujarla contra la pared y besarla hasta dejarla sin aliento.
– No. -Mick sacudió la cabeza.
Ambos sabían que ella había ido a hacer fotos y Mick se sorprendió de lo tensa que se encontraba dentro del bar. Pensó que se alegraría. Le estaba dando lo que quería, pero Maddie no parecía feliz. Parecía a punto de desmoronarse.
– La ciudad era demasiado pequeña e insignificante en aquellos tiempos y mi bisabuelo se llevaba bien con todo el mundo. Cuando acabó la prohibición, destruyó el interior del local y lo convirtió en un bar. A excepción del mantenimiento y algunas restauraciones necesarias, está igual que entonces. -Mick añadió un chorrito de vermut y luego tapó la coctelera-. Mi bisabuelo convirtió esta zona de aquí en una pista de baile y mi padre trajo las mesas de billar. -Agitó la ginebra de primera calidad y el vermut con una mano y buscó debajo de la barra con la otra-. He decidido dejarlo como está.
Colocó primero una y luego otra copa helada de Martini sobre la barra. Añadió unas aceitunas pinchadas en palillos y, mientras lo servía, recorrió con la mirada la firme mandíbula de Maddie y el cuello, y bajó hasta la blusa blanca y el primer botón que amenazaba peligrosamente con abrirse y ofrecerle una magnífica visión del escote.
– He puesto mi dinero y mi energía en Mort. La semana que viene mi colega Steve y yo nos reuniremos con un par de inversores para hablar de montar un negocio de excursiones en helicóptero por esta zona. ¿Quién sabe si resultará? Llevar bares es lo que sé hacer, pero en realidad me gustaría diversificar el negocio y tengo otros intereses. Así no me siento como si estuviera estancado.
Empujó la copa de Martini hacia ella y se planteó si había oído lo que había dicho.
Los dedos de Maddie tocaron la base de la copa.
– ¿Por qué te sientes como si estuvieras estancado?
Sí le había oído.
– No lo sé. Tal vez porque de niño no veía el momento de salir cagando leches de aquí. -Cogió el palillo del Martini y mordió la aceituna-. Pero aquí estoy.
– Tu familia está aquí. Yo no tengo familia… bueno, salvo unos primos que conocí brevemente. Si tuviera un hermano o una hermana, me gustaría vivir cerca de ellos. Al menos supongo que lo haría.
Recordó que su madre había muerto cuando ella era pequeña.
– ¿Dónde está tu padre?
– No lo sé. No lo conocí. -Removió el Martini con las aceitunas-. ¿Cómo sabes lo que bebo?
Mick se preguntó si había cambiado de tema a propósito.
– Conozco todos tus secretos. -Maddie se alarmó un poco y él sonrió-. Recuerdo que estabas tomando un Martini la primera noche que te vi.
Mick dio la vuelta a la barra y se sentó a su lado. Maddie se volvió hacia él y Mick puso un pie entre los de ella encima de la anilla metálica del taburete. Maddie llevaba una falda negra y la rodilla forzaba la tela a subir por encima de los lisos muslos.
– ¿En serio?
Maddie cogió la copa y le miró por encima. Vació la mitad de la copa de un trago. Tragaba su mejor ginebra como si fuera agua, y si no iba con cuidado, Mick tendría que llevarla a casa en coche, lo cual no era mala idea.
– Me sorprende que te acuerdes de algo más que de la tentadora oferta de Darla de enseñarte el culo -dijo ella relamiéndose el labio inferior.
– Recuerdo que esa noche te portaste como una sabihonda. -Le cogió las manos y le acarició los dedos con el pulgar-. Me pregunté cómo sería besarte en esa boca de listilla.
– Ahora ya lo sabes.
– Sí. -Repasó el rostro de Maddie con la mirada, las mejillas, las mandíbulas y los labios húmedos, y volvió a mirarla a los ojos-. Ahora que lo sé, pienso en todos los lugares en que no te besé la otra noche.
Maddie dejó la copa sobre la barra.
– Dios, eres bueno.
– Soy bueno en un montón de cosas.
– Sobre todo en decir lindezas a una mujer como si lo sintieras de verdad.
Mick dejó caer la mano.
– ¿No crees que sienta de verdad?
Maddie cogió la cámara y giró en el taburete. Mick quitó el pie y ella se levantó.
– Estoy segura de que lo sientes de verdad. -Le dio la espalda y levantó la cámara-. Todas las veces que lo dices y a todas las mujeres a las que se lo dices.
Mick cogió la copa y también se levantó.
– ¿Crees que se lo he dicho a otras mujeres?
Enfocó y tomó una foto de las mesas vacías.