Выбрать главу

– Por supuesto -respondió Maddie mientras las luces estroboscópicas lanzaban destellos.

Aquello le dolió, sobre todo porque no era cierto.

– Bueno, cielo, no te valoras lo bastante.

– Claro que me valoro lo bastante. -Otro clic, un destello y luego añadió-: Pero sé cómo son las cosas.

Mick dio un trago, y la fría ginebra le calentó la garganta y se asentó en el estómago.

– Dime lo que crees que sabes.

– Sé que no soy la única mujer con la que pasas el tiempo.

Maddie bajó la cámara y se dirigió hacia un extremo de la barra.

– Tú eres la única mujer con la que salgo ahora mismo.

– Ahora mismo, pero cambiarás de tercio. Estoy segura de que todos somos intercambiables.

Mick se alejó, mientras la luz estroboscópica reflejaba el flash.

– No creí que eso te importara.

Mick se sumió en las sombras y recostó las caderas contra la gramola.

– No me importa. Solo digo que estoy segura de que todos somos iguales en la oscuridad.

Maddie empezaba a putearlo de verdad, pero tenía la sensación de que era eso lo que pretendía. Se preguntó por qué demonios tenía tantas ganas de verla. Estaba dando crédito a los rumores que circulaban sobre él, y Mick se preguntaba por qué le importaba. No era de su incumbencia si él veía a otras mujeres, y se preguntó por qué le molestaba eso a él. Tal vez debería echarla de una patada en el culo y llamar a otra. El problema era que no quería llamar a ninguna otra, y eso le daba casi tanta rabia como la actitud de Maddie.

Ella sacó varias fotos del suelo de delante de la barra desde diferentes ángulos.

– Te equivocas en eso. No todos los coños son iguales en la oscuridad -dijo él.

Ella le miró fijamente. Pretendía ofenderla pero, típico de Maddie, no actuaba como las demás mujeres. Respiró hondo y soltó el aire despacio.

– ¿Estás intentando que me enfade?

– Me parece justo. Tú estás intentando que me enfade.

Lo pensó un momento y luego confesó.

– Tienes razón.

– ¿Por qué?

– Tal vez porque no quiero pensar en lo que estoy haciendo. -Se dirigió hacia el extremo de la barra y miró las alfombras antideslizantes del suelo. Tomó unas cuantas fotos y bajó la cámara. En un susurro, apenas audible para él, añadió-: Esto es más duro de lo que creía.

Mick se enderezó.

– Es la misma barra y los mismos espejos, las mismas luces y la misma vieja caja registradora. -Bajó la cámara y se cogió al extremo de la barra-. Lo único que cambia es la sangre y los cuerpos.

Mick se acercó y dejó la copa en la barandilla al pasar.

– Ella murió aquí. ¿Cómo te lo explicas? -dijo Maddie con la voz entrecortada.

Mick le puso las manos en los hombros.

– Ya no pienso en eso.

Maddie se volvió y le miró con los ojos muy abiertos y sobrecogidos.

– ¿Cómo es posible? Tu madre mató a tu padre justo en lo alto de los escalones.

– Es solo un lugar. Cuatro paredes y un techo. -Mick le acarició los brazos-. Sucedió hace mucho tiempo. Como te he dicho, no pienso en eso.

– Yo sí.

Se mordió los labios y volvió la cabeza para secarse las lágrimas.

Mick nunca había conocido a una escritora antes que a Maddie, pero le parecía que era terriblemente emotiva, para ser una mujer que escribía sobre gente a la que no había conocido.

– Esto ha sido mucho más duro de lo que creí que sería. Yo no suelo tomar fotos para los libros, y creí que podría hacerlo.

Tal vez se había metido tanto en los detalles y los sentía tanto como para escribir sobre ellos. ¿Qué cojones sabía él? Él ni siquiera leía libros.

Maddie le miró.

– Tengo que irme.

Cogió la cámara de la barra y rodeó a Mick. Al salir, cogió la chaqueta y el bolso del taburete en el que los había dejado antes.

La velada se había convertido en una mierda y Mick no sabía por qué. No sabía qué había hecho o qué había dejado de hacer. Pensó que ella sacaría unas cuantas fotos, tomarían una copa, charlarían y sí, era de esperar, que se desnudaran. Siguió a Maddie hacia la puerta de atrás y por el callejón.

– ¿Estás bien para conducir? -le preguntó al salir por la puerta trasera.

Maddie estaba de pie en el charco de luz y temblaba mientras se ponía la chaqueta. Ella asintió y se le cayó el bolso al suelo junto a sus pies. En lugar de recogerlo, se tapó la cara con las manos.

– ¿Por qué no te acompaño a casa? -Se acercó a ella, se inclinó y recogió el bolso. Le habían criado mujeres, pero no entendía a Maddie Dupree-. Estás demasiado alterada para conducir.

Maddie le miró a través de los ojos líquidos, mientras se le caían las lágrimas.

– Mick, tengo que contarte algo sobre mí. Algo que debería haberte contado hace unas semanas.

No le gustaba cómo sonaba aquello.

– Estás casada.

Dejó el bolso en el capó del coche de Maddie y esperó.

Ella negó con la cabeza.

– Yo… yo… -Soltó aire y se quitó las lágrimas de las mejillas-. Yo no soy… me temo… no puedo… -Se abrazó a Mick y se pegó contra su cuerpo-. No puedo quitarme las fotos de la escena del crimen de la cabeza.

¿Era eso? ¿Era eso lo que la alteraba tanto? Mick no sabía qué decir ni qué hacer. Se sentía impotente y le abrazó. La piel de su abdomen se tensó y sabía lo que le gustaría hacer. Pensó que era bueno que ella no pudiera leerle la mente, pero en realidad era culpa de ella. No debió apretarse contra él y colgarse de su cuello.

– ¿Mick?

– ¿Mmm?

Aquella noche volvía a oler a vainilla y le acarició la espalda. Abrazarla era casi tan bueno como el sexo.

– ¿Cuántos condones tienes?

Detuvo la mano. Había comprado una caja el día anterior.

– Tengo doce en la camioneta.

– Con esos bastarán.

Mick se apartó para mirarla a la cara, el perfil iluminado por la luz en la parte de atrás de Hennessy.

– No te entiendo, Maddie Dupree.

– Últimamente no me entiendo ni yo. -Le acarició el cabello y atrajo la boca de Mick hacia la suya-. Parece ser que contigo no puedo hacer lo correcto.

A la mañana siguiente, ya tarde, Maddie estaba en la cocina tomando una taza de café humeante. Llevaba puesta la bata de baño blanca y tenía el cabello húmedo, lacio y brillante de la ducha. La noche anterior había estado a punto de contarle a Mick que Alice Jones era su madre. Debió habérselo dicho, pero cuando abría la boca, las palabras no le salían. No le daba miedo, pero por alguna razón, no podía. Tal vez no fuera el momento adecuado, mejor en otra ocasión.

Más que ninguna otra cosa, necesitaba que él le ayudase a borrar de su cabeza las horribles imágenes. Había estado en la tumba de su madre y no se había desmoronado, pero cuando estuvo en el lugar exacto donde su madre había muerto, fue como si alguien le desgarrara el pecho y le arrancara el corazón. Tal vez si no hubiera visto las fotos de la sangre de su madre y su cabello rubio manchado de marrón oscuro… Tal vez si no se le hubiera hundido el mundo, no se habría emocionado tanto.

Odiaba emocionarse, sobre todo delante de otras personas y en concreto delante de Mick, pero él estaba allí y lo había visto, y ella necesitaba que alguien la abrazara y enfocara todo aquello que parecía desenfocado.

Mick la había seguido a su casa y Maddie le había cogido de la mano y llevado hasta el dormitorio. Él la había besado en todos aquellos lugares donde dijo había estado pensado besarla. Excitó cada terminación nerviosa de su cuerpo y Maddie sabía que debería sentirse mal al volver a estar con él. Estaba mal por su parte, pero estar con él era demasiado bueno para sentirse realmente mal.

– Miau.

Bola de nieve dibujó un ocho entre sus pies y Maddie miró a su gata. ¿Cómo había llegado su vida a aquel punto? Tenía un gato en casa y un Hennessy en la cama.