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– Si no tuviera que ir a trabajar esta noche, me quedaría aquí y jugaría contigo -dijo.

– Puedes venir más tarde.

Mick se sentó en una silla Adirondack en frente de ella y le quitó el pañuelo de las caderas que voló hasta caer a sus pies.

– O podrías venir tú esta noche cuando salga de trabajar.

Mick colocó las manos detrás de los muslos de Maddie y la empujó entre sus rodillas.

– ¿A Mort?

Mick negó con la cabeza y le mordisqueó un lado de la pierna.

– Mete algo de ropa en una bolsa y ven a mi casa. Sé que te gusta dormir y que me vaya por la mañana, pero creo que ya tenemos que dejar de fingir que esto no es más que sexo… ¿No crees?

¿Qué creía ella? No podía ser más que sexo. Nunca podría ser más que eso. Maddie cerró los ojos y le acarició el pelo con los dedos.

– Sí.

Mick mordió suavemente la cara externa de sus muslos.

– Podría venir a recogerte para que no tuvieras que conducir de noche.

Aquello estaba mal. Era un error, pero se sentía tan bien… Le parecía realmente bueno.

– Yo puedo conducir.

– Ya sé que puedes, pero yo pasaré a buscarte.

– ¿Qué estáis haciendo? -preguntó una vocecita desde algún lugar detrás de Maddie.

Mick levantó la cabeza y se quedó paralizado.

– Travis -dejó caer la mano y se puso en pie-. Hola, chaval. ¿Qué pasa?

– Nada. ¿Qué estabas haciendo?

Maddie se volvió y vio al sobrino de Mick de pie en la escalera de arriba de la terraza.

– Solo estaba ayudando a Maddie con el traje de baño.

– ¿Con la boca?

Maddie se rió tapándose la boca con la mano.

– Bueno, esto… -Mick se quedó callado y miró a Maddie. Era la primera vez que lo veía azorado-. Maddie tenía un hilo -prosiguió y señaló vagamente el muslo-, y tuve que quitárselo.

– ¡Ah!

– ¿Qué haces aquí? -preguntó Mick.

– Mamá me trajo para que jugara con Pete.

Mick miró hacia la terraza de los vecinos.

– ¿Tu madre está todavía en casa de los Allegrezza?

Travis sacudió la cabeza.

– Se ha ido. -Dejó de mirar a su tío y miró a Maddie-. ¿Encontraste más ratones muertos?

– Hoy no, pero tengo una gata y dentro de pocos meses será lo bastante grande para cazarlos.

– ¿Tienes una gata?

– Sí. Se llama Bola de nieve. Tiene un ojo de cada color y sobremordida.

Mick la miró.

En serio.

– Os lo enseñaré, chicos.

– ¿Qué es una sobremordida? -preguntó Travis mientras los tres entraban en la casa.

Mick estaba en casa media hora antes de que su hermana llamara a la puerta. Meg no esperó a que le respondiera.

– Travis me contó que te vio besando el culo de Maddie Dupree -dijo al entrar en la cocina, donde encontró a Mick preparándose un bocadillo antes de irse a trabajar.

Mick la miró.

– Hola, Meg.

– ¿Es cierto?

– No le estaba besando el culo. -Le estaba mordiendo el muslo, pensó.

– ¿Por qué estabas allí? Travis vio tu barco en su muelle. ¿Qué está pasando entre vosotros?

– Me gusta. -Cortó el bocadillo de jamón y lo dejó en un plato de papel-. No es nada serio.

– Está escribiendo un libro sobre mamá y papá. -Le cogió de la muñeca para atraer su atención-. Va a dejarnos a todos fatal.

– Dice que no está interesada en dejar a nadie fatal.

– Y una mierda. Está hurgando en la mugre para sacar dinero de nuestro dolor y de nuestro sufrimiento.

Miró los profundos ojos verdes de su hermana.

– A diferencia de ti, Meg. Yo no vivo en el pasado.

– No. -Le soltó la muñeca-. Prefieres no pensar en él, como si no hubiera ocurrido.

Cogió la mitad del bocadillo y le dio un mordisco.

– Sé lo que ocurrió, pero no lo revivo cada día como haces tú.

– Yo no lo revivo cada día.

Engulló y dio un trago de una botella de cerveza Sam Adams.

– Quizá no cada día, pero de vez en cuando creo que finalmente has cambiado, entonces pasa algo y es como si volvieras a tener diez años. -Dio otro mordisco-. Yo voy a vivir mi vida en el presente, Meg.

– ¿No crees que quiero que vivas tu vida? Pues sí quiero. Quiero que encuentres a alguien, ya sabes a lo que me refiero, pero no a ella.

– Tú hablaste con ella. -Se estaba aburriendo de la conversación. Le gustaba Maddie. Le gustaba todo de ella, y pensaba seguir viéndola.

– Solo porque quería que oyera que nuestra madre no era una loca.

Dio otro sorbo y dejó la botella sobre la encimera.

– Mamá estaba loca.

– No. -Sacudió la cabeza y le cogió por un hombro para volverlo hacia ella-. No digas eso.

– ¿Por qué si no habría de matar a dos personas y luego suicidarse? ¿Por qué si no dejaría a sus dos hijos huérfanos?

– No pretendía hacer eso.

– Eso lo dices tú, pero si solo quería asustarlos ¿por qué cargó la treinta y ocho?

Meg dejó caer la mano.

– No lo sé.

– Volvió a poner el bocadillo en el plato y se cruzó de brazos.

– ¿Has pensado alguna vez si pensó en nosotros?

– Sí pensó.

– Entonces ¿por qué, Meg? ¿Por qué matar a papá y luego suicidarse era más importante que sus hijos?

Meg apartó la mirada.

– Mamá nos quería, Mick. No te acuerdas de lo bueno, solo de lo malo. Nos quería y también quería a papá.

No era él a quien le fallaba la memoria. Recordaba lo bueno y lo malo.

– Nunca dije que no nos quisiera. Solo que no lo bastante, supongo. Puedes abogar por ella otros veintinueve años, pero yo nunca entenderé por qué sintió que su única opción era matar a papá y luego suicidarse.

– Nunca he querido que tú lo supieras, pero… -dijo Meg, humillando la mirada, con una voz que no era más que un susurro-. Papá iba a abandonarnos -añadió mirándole a los ojos.

– ¿Qué?

– Papá nos iba a dejar por esa camarera. -Tragó saliva con dificultad, como si la palabra se le hubiera quedado atragantada-. Oí que mamá hablaba de eso por teléfono con una amiga. -Meg rió amargamente-. Se supone que con alguna de las que no se había acostado con papá.

Su padre planeaba dejar a su madre. Sabía que debía sentir algo, rabia, indignación, tal vez, pero no sentía nada.

– Mamá le había aguantado demasiado -continuó Meg-. La humillación de que toda la ciudad conociera todos esos sórdidos líos, año tras año… -Meg sacudió la cabeza-. La iba a dejar por una camarera de cócteles de veinticuatro años y no pudo soportarlo. No podía permitir que le hiciera eso.

Mick miró los preciosos ojos y el cabello negro de su hermana. La misma hermana que le había protegido y a la que protegía, al menos en la medida de sus posibilidades.

– ¿Lo sabías durante todos estos años y no me lo has contado?

– No lo habrías entendido.

– ¿Qué es lo que no habría entendido? Entiendo que prefirió matarlo antes que dejar que se divorciara de ella. Entiendo que estaba enferma.

– ¡No estaba enferma! La presionaron demasiado. Ella lo amaba.

– Eso no es amor, Meg. -Cogió el plato y la cerveza y salió de la cocina.

– Como si tú lo supieras.

Aquello lo frenó en seco y se volvió para mirarla desde el pequeño comedor.

– ¿Alguna vez has estado enamorado, Mick? ¿Has amado alguna vez a alguien tanto que la idea de perderlo te hace nudos en el estómago?

Pensó en Maddie, en su sonrisa y en su humor seco, y en la gatita de dientes salidos que había adoptado a pesar de que no le gustaban los gatos.

– No estoy seguro, pero estoy seguro de una cosa. Si alguna vez amo a una mujer de ese modo, jamás le haría daño, y estoy jodidamente seguro de que no le haría daño a los hijos que tuviera con ella. Puede que no sepa demasiado sobre el amor, pero eso lo sé seguro.