– Mi madre era Alice Jones.
Un leve gesto le frunció el ceño y luego dio un respingo como si alguien le hubiera disparado. Mick examinó la cara de Maddie como si intentase ver algo en lo que no se había fijado antes.
– Dime que estás bromeando, Maddie.
Ella negó con la cabeza.
– Es cierto. Alice Jones no es una cara en un artículo de periódico que cautivara mi atención; era mi madre.
Maddie le tendió la mano, pero Mick retrocedió y ella desistió del intento. Creía que no podía sentir más dolor, pero se equivocaba.
Mick le miró a los ojos. Había desaparecido el hombre que acababa de decirle que la amaba. Ahora veía al Mick enfadado, pero nunca lo había visto furioso con tanta frialdad.
– A ver si lo entiendo. ¿Mi padre se follaba a tu madre y yo te he estado follando a ti? ¿Es eso lo que me estás diciendo?
– Yo no lo veo así.
– No hay otro modo de verlo.
Mick se volvió sobre los talones y salió de la cocina, Maddie lo siguió por la sala hasta el dormitorio.
– Mick…
– ¿Te ha producido algún extraño placer todo esto? -La interrumpió mientras cogía el polo y empezaba a ponérselo-. Cuando viniste a la ciudad, ¿tenías la intención de joderme la mente desde el principio? ¿Es algún tipo de venganza retorcida por lo que mi madre le hizo a la tuya?
Maddie negó con la cabeza y se negó a ceder a las lágrimas que amenazaban con anegarle los ojos. No lloraría delante de Mick.
– Yo nunca quise tener nada que ver contigo, jamás, pero tú no dejabas de insistir. Quería decírtelo.
– Bobadas. -Se metió el polo por la cabeza y lo alisó a la altura del pecho-. Si hubieses querido decírmelo, habrías encontrado el modo. No tuviste ningún problema para compartir cualquier otro detalle de tu vida. Sé que de niña eras gorda y que perdiste la virginidad a los veinte años. Sé que llevas una loción perfumada diferente cada día y que tienes un vibrador, al que llamas Carlos, junto a la cama. -Se inclinó y recogió los calcetines y los zapatos-. ¡Por el amor de Dios, incluso sé que no eres una chica culo! -Le apuntó con uno de los zapatos y prosiguió-: ¡Y se supone que he de creerme que no podías sacar a relucir la verdad en cualquier momento, en cualquier conversación, antes de esta noche!
– Sé que no es un consuelo, pero nunca pretendí herirte.
– No estoy herido. -Se sentó en el borde de la cama y se puso los calcetines blancos-. Estoy asqueado.
Maddie notó que su propia ira iba en aumento y se sorprendió de poder sentir algo además que aquel dolor mortal en el pecho. Se recordó a sí misma que él tenía derecho a estar furioso. Habría tenido que saber antes con quién se estaba relacionando, en lugar de saberlo tarde, cuando ya no había más remedio.
– Eso es duro.
– Nena, tú no sabes lo que es ser duro. -Levantó la mirada hacia ella y luego volvió a mirar las botas negras que se estaba poniendo y se ató los cordones-. Esta noche he estado una hora intentando defenderte delante de mi hermana. Ella intentaba decirme que no me liara contigo, pero yo estaba pensando con la polla. -Hizo una pausa para fulminarla con la mirada-. Y ahora tengo que ir a contarle esto de ti. Tengo que decirle que eres la hija de la camarera que arruinó su vida y ver cómo se desmorona.
Tal vez Mick tuviera más derecho a estar enfadado que ella, pero al oírle llamar a su madre «la camarera» y ver que se preocupaba más por su hermana que por sus sentimientos desgarrados y en carne vida, explotó.
– Tú. Tú. Tú. Estoy tan harta de oír hablar de ti y de tu hermana… ¿Y qué pasa conmigo? -Apuntó hacia sí misma-. Tu madre mató a la mía. Cuando tenía cinco años, me fui a vivir con una tía abuela que nunca quiso tener hijos y que demostraba más amor y cariño por sus gatos que por mí. Tu madre me hizo eso. Ni tú ni tu familia habéis pensado por un momento en mí. Así que no quiero oír nada sobre ti y tu pobre hermana.
– Si tu madre no hubiera estado acostándose…
– Si tu padre no hubiera estado acostándose con todas las mujeres de la ciudad y tu madre no hubiera sido una puta vengativa con una propensión a la psicosis, todos habríamos sido felices como perdices, ¿verdad? Pero tu padre se estaba acostando con mi madre y tu madre cargó una pistola y los mató a los dos. Esa es nuestra realidad. Cuando me mudé a Truly, esperaba odiarte a ti y a tu hermana por lo que tu familia me había hecho. Te parecías tanto a tu padre que esperaba odiarte a primera vista, pero no fue así. Y cuanto más te conocía más cuenta me daba de que no te parecías en nada a Loch.
– Hasta esta noche yo también lo creía. Si en la cama eres como tu madre, ahora entiendo por qué mi padre estaba dispuesto a salir por la puerta y abandonarnos por ella. Las Jones os quitáis la ropa y los Hennessy nos volvemos estúpidos.
– ¡Espera! -le interrumpió Maddie levantando la mano-. ¿Tu padre iba a dejaros? ¿Por mi madre?
Su madre tenía razón con respecto a Loch.
– Sí, acabo de descubrirlo. Supongo que ya tienes algo para poner en tu libro. -Sonrió, pero no fue una sonrisa agradable-. Soy como mi padre y tú como tu madre.
– Yo no me parezco en nada a mi madre y tú no te pareces en nada a tu padre. Cuando te miro solo te veo a ti. Por eso me enamoré de ti.
– No importa lo que veas, porque cuando te miro, no sé quién eres. -Se puso en pie-. No eres la mujer que creía que eras. Ahora, cuando te miro, me pone enfermo haberme follado a la hija de la camarera.
Maddie crispó los puños.
– Se llamaba Alice y era mi madre.
– Me importa una mierda.
– Ya lo sé. -Maddie salió de la habitación hecha una furia y se metió en el despacho, solo para regresar al cabo de un momento con una carpeta y una foto.
– Esta era ella. -Sostenía la vieja foto enmarcada-. Mírala. Era guapa, tenía veinticuatro años y toda la vida por delante. Era alocada e inmadura y tomó decisiones pésimas cuando era joven, sobre todo en lo referente a los hombres. -Sacó la foto de la escena del crimen de la carpeta-. Pero no se merecía esto.
– ¡Joder! -Mick volvió la cabeza.
Maddie lo tiró todo sobre la cómoda.
– Tu familia nos hizo esto a ella y a mí. ¡Lo mínimo que podías hacer es pronunciar su maldito nombre cuando hables de ella!
Mick la miró, frunciendo el ceño sobre los bellos ojos.
– Me he pasado la mayor parte de la vida sin hablar ni pensar en ella. Y voy a pasarme el resto de mi vida sin pensar en ti.
Cogió la cartera de la cama y salió de la habitación.
Por encima de los latidos de su corazón, Maddie oyó la puerta principal cerrarse de un portazo y se estremeció. Había sido peor de lo que se imaginaba. Imaginaba que se enfadaría, pero no que se asquearía. Aquello había sido como un puñetazo en el hígado.
Se dirigió hacia la puerta y a través de la mirilla observó cómo su camioneta se alejaba por el camino. Cerró el pestillo y se reclinó contra la puerta maciza. Las lágrimas que había estado conteniendo le anegaron los ojos. Un sonido que casi no reconocía como propio le rasgó el pecho. Como una marioneta a la que cortan los hilos, fue resbalando hasta sentarse en el suelo.
– Miau.
Bola de nieve se subió a su regazo y escaló por la bata. Con la minúscula lengüita rosa lamió las lágrimas de las mejillas de Maddie.
¿Cómo era posible que le doliera tanto y se sintiera tan absolutamente vacía por dentro?
Capítulo 16
Meg se llevó los dedos a las sienes y apretó, como cuando era niña.
– Tendrían que impedir que se salga con la suya.
Los extremos de la bata rosada ondeaban alrededor de sus tobillos, mientras caminaba por la pequeña cocina. Eran las nueve de la mañana y por suerte era su día libre. Travis había pasado la noche en casa de Pete, felizmente ajeno al torbellino que se gestaba en su casa.