Una vez en la tienda, encontró una camita para gatos, pero no encontró ningún transportín. La metió en el carro, junto con un juguete y un DVD para gatos cuyo metraje estaba lleno de pájaros, peces y ratones. Le daba un poco de vergüenza comprar un DVD para un gato, pero se imaginó que Bola de nieve se mantendría alejada de los muebles si se quedaba hipnotizada mirando un pez.
Mientras estaba en la tienda, hizo acopio de papel higiénico, jabón para la lavadora y su más secreta indulgencia: el Weekly News of Universe. Le encantaban las historias sobre saltamontes de veintidós kilos y de mujeres que estaban esperando un bebé del Yeti, pero sus historias favoritas eran siempre las apariciones de Elvis. Dejó caer la revista en blanco y negro dentro del carrito y se dirigió al pasillo de las cajas.
Carleen Dawson estaba trabajando en la caja cinco cuando Maddie puso sus compras en la cinta.
– He oído que es usted la hija de Alice, ¿o es solo un rumor como eso de que Brad Pitt venía a la ciudad?
– No, eso es cierto. Alice Jones era mi madre.
Maddie hurgó en el bolso y sacó la cartera.
– Yo trabajé con Alice en Hennessy.
– Sí, lo sé -dijo, y se preparó para las próximas palabras de Carleen.
– Era una buena chica. Me gustaba.
La sorpresa curvó los labios de Maddie en una sonrisa.
– Gracias.
Carleen registró todo y lo metió, salvo la cama, en una bolsa.
– No debió tontear con un hombre casado, pero no merecía lo que Rose le hizo.
Maddie pasó la tarjeta y entró el número de identificación personal.
– En eso estoy de acuerdo.
Pagó la compra y salió de Value Rite sintiéndose mucho mejor que cuando entró. Lo metió todo en el maletero del coche y decidió que ya que estaba allí, iría a echar un vistazo a la feria de artes y oficios. Se puso las grandes gafas de sol negras, cruzó la calle y entró en el parque. Nunca había estado en una feria de artes y oficios, sobre todo porque no se ocupaba mucho de la decoración.
En el puesto de Pronto Pup, derrochó en un corn dog con extra de mostaza. Vio a Meg y a Travis con un hombre alto y calvo que llevaba una camiseta que decía: Sparrow es mi colega pirata. Enseguida se fijó en que Mick no estaba con ellos, y esperó a que pasaran antes de dirigirse al tenderete de PAWS a mirar collares para mascotas, ropa para mascotas y comederos. La otomana rosa de princesa gatuna era excesiva, pero encontró un transportín en forma de bolsa de bolos. Era roja, con corazones blancos y forrada de piel negra. También tenían bolsillos a juego para guardar premios. Encargó una cueva de tres pisos y una caja para excrementos eléctrica, que se las entregarían la próxima semana. El transportín se lo llevó con ella para poder llevar a Bola de nieve a casa al día siguiente.
Se colgó el transportín del hombro y tiró el palito del corn dog al salir del tenderete. Al doblar a la derecha junto al puesto de Mr. Pottery, prácticamente se dio de bruces contra el pecho de Mick Hennessy. Miró la camiseta azul que le cubría el amplio pecho, subió por el cuello que tanto había besado, la barbilla obstinada y la presión enojada de la boca, y siguió subiendo hasta los ojos tapados por las gafas de sol. Se le aceleró el corazón, le dio una punzada, y notó una oleada de calor en todo el cuerpo. Su primer instinto fue huir de la ira que emanaba Mick, pero en lugar de eso se las arregló para saludarle de manera agradable.
– Hola, Mick.
– Maddie -respondió frunciendo el ceño.
Examinó el rostro de Mick, alimentando imágenes de él en un lugar solitario de su interior, imágenes del cabello negro acariciándole las cejas y del morado del pómulo.
– ¿Qué te ha pasado en la cara?
Mick sacudió la cabeza.
– No tiene importancia.
– ¿No vas a presentarme a tu amiga? -preguntó Darla, la lanzadora de bragas, que estaba de pie a su lado.
Hasta aquel momento, Maddie no se había dado cuenta de que estaban juntos. El pelo de Darla estaba tan frito como siempre, llevaba una de sus camisetas sin mangas, brillante, y unos tejanos dolorosamente ceñidos.
– Darla, esta es Madeline Dupree, pero en realidad se llama Maddie Jones.
– ¿La escritora?
– Sí. -Maddie se ajustó el transportín de gato en el hombro. ¿Qué estaba haciendo Mick con Darla? No cabía duda de que se merecía algo mejor.
– J.W. me dijo que había oído que intentabas exhumar a los Hennessy y a tu madre.
– Joder -renegó Mick.
Maddie miró a Mick, luego volvió a dirigir su atención hacia Darla.
– Eso no es verdad. Nunca haría tal cosa.
Mick sacó unas cuantas monedas del bolsillo y se las dio a su acompañante.
– ¿Por qué no te adelantas al puesto de la cerveza? Yo iré enseguida.
– ¿Te va bien una Budweiser? -preguntó Darla después de coger el dinero.
– Muy bien.
– ¿Cuánto tiempo más vas a quedarte en la ciudad? -dijo Mick en cuanto Darla se alejó.
Maddie se encogió de hombros y miró el gran trasero de Darla desparecer entre la muchedumbre.
– No puedo decirlo. -Volvió a mirar la cara del hombre que hacía que el corazón le latiese en la garganta-. Por favor, dime que no estás saliendo con Darla.
– ¿Estás celosa?
No, estaba furiosa. Furiosa de que él no la amara. Furiosa de que ella siempre lo amaría. Furiosa de que una parte de su ser quisiera arrojarse a sus brazos como una colegiala desesperada y suplicarle que la amara.
– ¿Me tomas el pelo? ¿Celosa de una pedorra descerebrada? Si quieres ponerme celosa, intenta salir con alguien que tenga la mitad de cerebro que ella y un mínimo de clase.
Mick entornó los ojos.
– Al menos no va por ahí pretendiendo ser alguien que no es.
Sí, lo pretendía. Iba por ahí pretendiendo que usaba la talla diez, pero Maddie no quiso hacer ese comentario en mitad de un parque abarrotado, porque ella tenía un mínimo de clase.
– No todo lo que sale de su boca es una mentira -dijo Mick con una voz apenas audible con todo aquel ruido de fondo.
– ¿Cómo lo sabes? Ni siquiera te quedas el tiempo suficiente para llegar a conocer a alguien.
– Crees que me conoces muy bien.
– Sé que te conozco. Probablemente mejor que ninguna otra mujer, y apostaría a que soy la única a la que has conocido de verdad.
Mick negó despacio con la cabeza.
– Yo no te conozco.
Maddie miró fijamente a sus gafas de sol.
– Sí me conoces, Mick.
– Saber cuál es tu postura sexual favorita no es lo que yo llamaría «conocerte».
Mick quería reducir solo a sexo lo que había habido entre los dos. Tal vez empezara de aquel modo, pero se había convertido en mucho más que eso. Al menos para ella. Avanzó un paso y se puso de puntillas. Estaba tan cerca de él que podía notar el calor de su piel a través de la camisa. Tan cerca, que estaba segura de oír el latido de su corazón mientras le decía al oído:
– Conoces mucho más de mí que si me gusta estar encima o debajo. Conoces más que el olor de mi piel o el sabor que dejo en tu boca. -Cerró los ojos y añadió-: Me conoces, solo que no puedes asumir quién soy.
Y sin decir más se dio media vuelta y lo dejó allí plantado. No podía decir que el primer encuentro con Mick hubiera ido bien, pero al menos le obligaría a pensar en ella.
En lugar de salir pitando del parque e irse a casa para evitar encontrarse con Mick otra vez, se obligó a tomarse su tiempo. Había estado deprimida unas cuantas semanas, pero ahora estaba mejor, más fuerte después de tener el corazón roto. Se detuvo en el puesto de Mad Hatter y en el tenderete de Spoon Man. El señor Spoon Man vendía todo tipo de artilugios, desde joyas hasta relojes, hechos con cucharas, y Maddie compró una campanilla que pensó que quedaría bien en la terraza de atrás.