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Metió la campanilla en el transportín del gato y salió del parque, pero como un clip atraído por un imán, su mirada fue atraída hacia el puesto de la cerveza y hacia el hombre que estaba de pie en la entrada. Solo que esta vez Mick no estaba con Darla. Tanya King, con su cuerpo pequeño y sus ropas pequeñas, estaba delante de él, y él inclinaba la cabeza mientras escuchaba cada una de sus palabras. Tenía la mano en el pecho y las comisuras de la boca esbozaron una sonrisa cuando ella le dijo algo.

No parecía estar pensando en Maddie en absoluto, y de repente ya no se sintió más fuerte después de tener el corazón roto.

A través de las gafas, Mick se quedó mirando a Maddie mientras cruzaba la calle y salía del parque. Deslizó la mirada por la espalda y el trasero de Maddie. El recuerdo de sus piernas ciñéndole la cintura y sus propias manos en el trasero de ella relampagueaba en su cerebro, tanto si quería recordarlo como si no. Y no quería. Rara vez pasaba un día sin que algo le recordara a Maddie. Su camioneta, su barco, su bar. No podía entrar en Mort sin recordar la noche en que llegó por la puerta trasera con una gabardina y una de sus corbatas colgando entre los hermosos pechos desnudos. Le gustaba creer que solo había habido sexo con ella, pero Maddie tenía razón en eso. Había habido más que el olor de su piel y su sabor en la boca de Mick. En momentos esporádicos se preguntaba dónde andaría ella y si se habría ido a Boise para la boda de su amiga. O se acordaba de su risa, el sonido de su voz y de su elegante boca.

«¿Me tomas el pelo? ¿Celosa de una pedorra descerebrada? Si quieres ponerme celosa, empieza a salir con alguien que tenga la mitad de cerebro que ella y un mínimo de clase», había dicho ella, como si existiera la menor posibilidad de mierda de que alguna vez saliera con Darla. No había tenido relaciones sexuales desde la última noche que había pasado con Maddie, pero estaba totalmente desganado. Nunca había estado tan desganado.

«Conoces mucho más de mí que si me gusta estar encima o debajo. Conoces más que el olor de mi piel o el sabor que dejo en tu boca.» Al verla y oler el perfume de su piel, la necesidad de sentirla contra su pecho una vez más había sido abrumadora, y durante una fracción de un descuidado segundo, había llegado a levantar las manos para acercarla. Gracias a Dios que se había reprimido antes de tocarla.

«No puedes asumir quién soy.» Tenía razón en eso. Era una mentirosa que había utilizado su cuerpo para hacerle hablar del pasado, y él había caído en la trampa.

Darla no era la única tonta del culo. Maddie desapareció al cruzar la calle y volvió a mirar a Tanya. Estaba hablando de… algo.

– Mi nuevo entrenador es brutal, pero consigue resultados.

¡Ah, sí! El entrenamiento físico de Tanya. No cabía duda, Tanya tenía un buen cuerpo. Era una lástima que la mano que Tanya le había puesto en el pecho no provocase ninguna reacción en su cuerpo. Necesitaba una distracción. Sus esfuerzos por olvidar a Maddie, por quitársela de la cabeza y no pensar en ella, no estaban funcionando.

Tal vez Tanya era exactamente lo que necesitaba.

Capítulo 18

La noche antes de la boda de Clare, las cuatro amigas se reunieron en la casa de Maddie en Boise. Se sentaron en el salón de Maddie, delante de la chimenea hecha con piedra del río. La casa de Boise estaba amueblada en tonos marrones y beiges, y hacía un momento Maddie había descorchado una botella de Moët. Las cuatro mujeres levantaron las copas de champán y brindaron por la futura felicidad de Clare con su novio Sebastian Vaughan.

Hacía poco más de un año, las cuatro estaban solteras. Ahora Lucy estaba casada y Clare estaba a punto de casarse. Adele continuaba pensando que le habían echado una maldición con todas aquellas citas espantosas, y Maddie se había enamorado y le habían roto el corazón. Adele era la única de las cuatro cuya vida no había cambiado de una manera drástica. Aunque Maddie ya había confiado a sus amigas lo que sentía por Mick, aquella era la noche de Clare, no una fiesta para compadecerse de Maddie. Hacía una semana desde que había visto a Mick en el parque con Tanya, y recordarlo aún la ponía enferma.

– Mi madre ha invitado a medio Boise a la boda. Ha estado en sil… -Clare hizo una pausa y se inclinó a su izquierda para mirar detrás de la silla de Maddie-. Hay un gato en tu casa.

Maddie se dio media vuelta y miró a Bola de nieve, que se saltaba a la torera las reglas y subía a las tapicerías satinadas. Maddie dio unas palmadas y se puso de pie.

– Bola de nieve.

La gata miró a Maddie y bajó al suelo.

– ¿Conoces a ese gato? -le preguntó Adele.

– Más o menos la he adoptado.

– ¿Más o menos?

Lucy se inclinó hacia delante.

– Tú odias a los gatos.

– Lo sé.

Clare se tapó los labios con dos dedos.

– Le has puesto Bola de nieve a tu gata. ¡Qué monada!

– Eso es impropio de ti -añadió Lucy.

Adele ladeó la cabeza y la miró preocupada.

– ¿Te encuentras bien? Te vas unos meses y vuelves con un gato. ¿Qué más has estado haciendo en Truly que no sepamos?

Maddie levantó la copa y se acabó el champán.

– Nada.

Lucy enarcó una ceja de sospecha.

– ¿Cómo va el libro?

– La verdad es que bastante bien -respondió con sinceridad-. Ya debo de haber escrito más de la mitad.

La siguiente mitad sería la más dura. La parte en la que tendría que escribir sobre la noche en que murió su madre.

– ¿Qué tal Mick Hennessy? -preguntó Adele.

Maddie se levantó y se acercó a la mesa de café.

– No lo sé. -Se sirvió más champán-. No me habla.

– ¿Le contaste por fin quién eres en realidad?

Maddie asintió y rellenó las copas de sus amigas.

– Sí, se lo dije, y no se lo tomó demasiado bien.

– Al menos no te acostaste con él.

Maddie apartó la mirada y dio un trago.

– ¡Oh, Dios mío! -exclamó Clare-. ¿Abandonaste la abstinencia con Mick Hennessy?

Maddie se encogió de hombros y se sentó.

– No pude evitarlo.

Adele asintió.

– Tiene un polvo.

– Muchos hombres tienen un polvo. -Lucy dio un sorbo mientras estudiaba a Maddie. Frunció el ceño-. Estás enamorada de él.

– Eso no importa. Él me odia.

– Estoy segura de que eso no es verdad. Nadie puede odiarte -dijo Clare, la más bondadosa de las cuatro.

Ante una mentira tan flagrante, Maddie no pudo evitar sonreír, mientras Lucy se atragantaba con el champán.

Adele se recostó hacia atrás y se echó a reír.

– Maddie Jones tiene un gato y se ha enamorado. ¡Las ranas están criando oficialmente pelo!

El día después de la boda de Clare, Maddie cogió a su gata y se dirigió a Truly. La boda había sido preciosa, claro. Y en la fiesta, Maddie se había divertido y había bailado toda la noche. Bailó con algunos hombres guapos y solteros, y se preguntó si alguna vez llegaría un día en su vida en el que no comparase a todos los hombres que conocía con Mick Hennessy.

Se pasó el resto de septiembre escribiendo y reviviendo los meses anteriores a la muerte de su madre. Insertó fragmentos de entrevistas y entradas del diario, incluida la última:

Mi niña cumplirá seis años el año que viene e irá a primer grado. No puedo creer lo mayor que está. Me gustaría poder darle más. Tal vez pueda. Loch me dijo que me amaba. Ya he oído eso antes. Dice que dejará a su mujer y se irá conmigo. Dice que no ama a Rose, y va a decirle que no quiere vivir más con ella. También he oído eso antes. Quiero creerlo. ¡¡No, le creo!! Solo espero que no esté mintiendo. Sé que quiere a sus hijos. Habla mucho de ellos. Le preocupa que cuando le diga a su mujer que quiere divorciarse los hijos tengan que ser testigos de una escena. Teme que le tire cosas o haga alguna locura, como prenderle fuego al coche. Me preocupa que haga daño a Loch y se lo he dicho. Él se ha echado a reír y ha dicho que Rose nunca haría daño a nadie.