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Mick se rascó las sienes y se sentó hacia delante. Desde la noche en que descubrió quién era Maddie en realidad, las estaba pasando putas y no sabía cómo salir de aquello. Su vida parecía una sucesión de días desgraciados. Pensaba que las cosas mejorarían, pero su vida no iba a mejor, y no sabía qué hacer al respecto. Maddie era quien era, y él era Mick Hennessy, y por mucho que le amara, la vida real no era una peli de esas hechas para la televisión del canal femenino que a Meg le gustaba ver.

Se inclinó hacia delante y acercó la caja de Xerox. La destapó y miró en el interior el disco naranja y una pila de papel. En la primera página, escrito en un cuerpo de letra grande se leía: hasta que la muerte nos separe.

Maddie había dicho que aquella era la única copia. ¿Por qué habría de dársela a él? ¿Por qué tomarse tantas molestias y pasar tanto tiempo haciendo algo, para luego dárselo a él cuando lo había terminado?

No quería leerlo. No quería que se lo tragase el pasado. No quería leer nada acerca de su padre infiel, de su madre enferma y de la noche en que ella se pasó de la raya. No quería ver las fotografías ni leer los informes de la policía. Ya había pasado por ello una vez y no se sentía como para revisitar el pasado, pero mientras cogía la tapadera para volver a cerrar la caja, llamó su atención la primera frase.

– Te prometo que esta vez será diferente, nena. -Alice Jones echó un vistazo a su pequeña hija y luego volvió fijar la mirada en la carretera-. Truly te va a encantar. Se parece un poco al cielo y ya va siendo hora de que Jesús nos ayude a encontrar una vida mejor.

Pero la nena no dijo nada. Ya había oído aquello antes…

Maddie metió el DVD de Bola de nieve en el reproductor y la sentó en la cama para gatos que estaba delante del televisor. Aún no eran las diez de la mañana y ya estaba harta de Bola de nieve.

– Si no te portas bien te meteré en el transportín y te encerraré en el maletero del coche.

– Miau.

– Lo digo en serio.

Bola de nieve estaba atravesando por una especie de fase pasiva-agresiva. Maullaba porque quería salir. Maullaba porque quería entrar, pero cuando Maddie abría la puerta, salía corriendo en dirección contraria. Era de esperar que la gata fuera más agradecida.

Apuntó hacia la nariz de la gatita.

– Te lo advierto. Estás agotando mi paciencia.

Se levantó y salió de puntillas. Bola de nieve no la siguió, por el momento estaba petrificada delante de los periquitos que gorjeaban en la pantalla.

Sonó el timbre y Maddie fue a la parte delantera de la casa y espió por la mirilla. Después de despedirse de Mick la noche anterior, no esperaba volver a verlo. Y allí estaba él, con bastante mal aspecto. La mitad inferior de su rostro estaba cubierto de barba como todas las veces que se había quedado hasta tarde haciendo el amor. Abrió la puerta y vio que llevaba la caja de Xerox en la mano. El corazón le dio un vuelco. Todo ese trabajo y él no lo había leído.

– ¿No vas a invitarme a entrar?

Abrió la puerta y la cerró después de que entrara. Llevaba un forro polar negro North Face y, bajo la barba de un día, tenía las mejillas sonrosadas por el frío de la mañana. La siguió hasta el salón, transportando consigo su olor y el olor del aire de octubre por toda la casa. Le encantaba aquel olor y lo había echado de menos.

– ¿Tu gata está viendo la televisión?

Su voz también era algo ronca.

– Por el momento.

Mick dejó la caja sobre la mesa de café.

– He leído tu libro.

Maddie miró el reloj de encima del televisor solo para asegurarse de la hora que era. Se lo había dado para que lo leyera y lo destruyera porque lo amaba, y probablemente él lo había leído por encima.

– ¡Qué rápido!

– Lo siento.

– No lo sientas. Algunas personas leen muy deprisa.

Mick sonrió, pero la sonrisa no llegó hasta sus ojos azules ni marcó sus hoyuelos.

– No. Siento lo que mi madre le hizo a la tuya. No creo que nadie de mi familia se haya disculpado nunca. Estábamos demasiado obsesionados por lo que nos hizo a nosotros, como para pararnos a pensar en lo que te hizo a ti.

Maddie parpadeó.

– ¡Oh, no tienes que disculparte! -consiguió exclamar sorprendida-. Tú no hiciste nada malo.

Mick se rió sin ganas.

– No me lo pongas tan fácil, Maddie. He hecho un montón de cosas mal. -Se desabrochó la cremallera de la chaqueta, llevaba el mismo polo de Mort que vestía la noche anterior; seguro que debía de tener docenas de polos-. Creer que si no pensaba en lo que había ocurrido en el pasado no me molestaría ni me afectaría fue una estupidez. Si realmente lo hubiera superado, no me habría importado quién fueras. Me habría sorprendido y puede que hasta me hubiera asustado, pero no me habría importado.

Pero le importaba, tanto que la había apartado de su vida.

– Me he pasado toda la noche leyendo tu libro. Al principio no quería leerlo porque pensaba que sería una larga lista de trapos sucios sobre mis padres, rematada con fotos macabras, pero no lo era.

Maddie sintió deseos de acariciarlo, acariciarle el pecho con las manos y descansar la cara en su cuello.

– Intenté ser imparcial.

– Has sido sorprendentemente imparcial. Si tu madre hubiera disparado a la mía, yo no sé si habría sido tan imparcial. Noté una extraña conexión con mis padres, con mi vida de niño, y comprendí cómo todo se fue poniendo tan feo. Comprendí que no siempre tienes una segunda oportunidad para hacer bien las cosas.

Sintió deseos de que él la acariciara, de que le cogiera la cara con las manos y bajara la boca hasta la suya. Pero Mick tenía los dedos metidos en los bolsillos de los tejanos.

– Cuando te vi en el parque, dije que no te conocía, pero era una mentira. Te conozco. Sé que eres divertida e inteligente y que te congelas en cuanto baja un poco la temperatura. Sé que te encanta el pastel de queso, pero que en lugar de comerlo te untas con una crema que huele a pastel. Sé que tienes un problema con la gente que te dice lo que tienes que hacer. Y sé que quieres que todo el mundo crea que eres una mujer dura, pero recogiste a esa gatita de dientes salidos y le diste un hogar. Todo lo que sé de ti me hace quererte más.

Maddie percibió en el corazón aquel dolor familiar y bajó la mirada, desconfiando de la emoción que se expandía por su pecho.

– Desde que volví a Truly -dijo Mick-, me he sentido como si estuviera anclado en un lugar, sin poder moverme, pero no estaba quieto, estaba esperando. Creo que te estaba esperando a ti.

Maddie notó un ligero escozor en los ojos y se mordió el labio superior.

– Cuando estoy contigo, siento una calma que no había sentido nunca en mi vida. Estoy unido a ti y tú estás también unida a mí y es bueno sentir eso. Como si tuviera que ser así. Te quiero, Maddie, y siento mucho haber tardado tanto en volver a decírtelo.

Levantó la mirada y sonrió.

– Te he echado de menos.

Mick se rió y por fin aparecieron esos hoyuelos en las mejillas.

– No más que yo a ti. He sido un triste imbécil. -La abrazó y la alzó del suelo-. Nunca creí que la muerte ocurriera por algún motivo -dijo mientras la miraba a la cara-, pero en nuestras vidas ha sido distinto, yo no me habría enamorado de ti.

La fue bajando despacio hasta que sus pelvis se encontraron. Él estaba preparado para el amor, deslizó las manos por debajo de la blusa y le acarició la espalda desnuda.