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– Pueden partir un ratón en dos -dijo Travis mientras se acercaba a Mick. Se balanceó sobre los talones y sonrió-. A veces les cortan la cabeza cuando van a por el queso.

– ¡Dios bendito, chaval! -Maddie arrugó el entrecejo cuando bajó la vista hacia Travis-. Eso es espantoso.

– Aja.

Mick sujetó la tubería bajo el brazo y colocó la mano libre sobre la cabeza de Travis.

– Este chico tan espantoso es mi sobrino, Travis Hennessy. Travis, saluda a Maddie Dupree.

Maddie le tendió la mano y estrechó la de Travis.

– Es un placer conocerte, Travis.

– Lo mismo digo.

– Y gracias por contarme eso de las trampas -continuó, y le soltó la mano-. Lo tendré en cuenta si me decido por la decapitación.

Travis ensanchó la sonrisa hasta mostrar una boca desdentada.

– El año pasado maté toneladas de ratones -alardeó empleando su marca especial de encanto de niño de siete años-. Llámame.

Mick bajó la mirada hacia su sobrino y aunque no estaba seguro, le pareció que Travis estaba sacando pecho.

– El mejor modo de librarse de los ratones -dijo evitando que Travis se pusiera más en ridículo-, es tener un gato.

Maddie sacudió la cabeza y fijó los ojos castaños en los de Mick, tan cálidos, tiernos y líquidos.

– Los gatos y yo no nos llevamos bien. -Mick le miraba los labios y volvió a preguntarse cuánto tiempo hacía que no besaba una boca tan estupenda-. Prefiero tener cabezas cortadas en la cocina o esqueletos escondidos apestándolo todo.

Maddie estaba allí hablando de cabezas cortadas y esqueletos apestosos y Mick se estaba excitando. Justo allí en la ferretería Handy Man, como cuando tenía dieciséis años y no se podía controlar. Había estado con un montón de mujeres hermosas y no era ningún niño. Había salvado a Travis de hacer el ridículo, pero ¿cómo iba a salvarse él?

– Tenemos que arreglar unas cañerías. -Cogió la selladura y retrocedió un paso-. Buena suerte con esos ratones.

– Nos vemos, chicos.

– Sí -dijo Travis, y le siguió hasta el mostrador donde estaba la caja-. Era guay -susurró-. Me gustaba el olor de su pelo.

Mick se echó a reír y dejó el PVC cerca de la caja registradora. El niño solo tenía siete años, pero era un Hennessy.

Capítulo 3

5 de septiembre de 1976

¡¡Dan me dijo que iba a dejar a su esposa por mí!! Me dijo que había estado durmiendo en el sofá desde mayo. Acabo de enterarme de que se quedó embarazada en junio. ¡¡Me ha engañado y me ha mentido!! ¿Cuándo me llegará el turno de la felicidad? La única persona que me quiere es mi niña. Ahora tiene tres años y cada día me dice que me quiere. Merece una vida mejor.

¿Por qué Jesús no nos deja caer en algún lugar agradable?

Maddie cerró los ojos e inclinó la cabeza en la silla del despacho. Al leer los diarios, Maddie no solo había descubierto la pasión de su madre por los signos de exclamación, sino también su amor por los maridos ajenos. Contando a Loch Hennessy, ya había estado con tres a sus veinticuatro años. Sin contar a Loch, cada uno le había prometido que dejaría a su esposa por ella, pero al final, ¡¡todos le habían engañado y mentido!!

Maddie dejó el diario sobre la mesa y estiró los brazos por encima de su cabeza. Además de salir con casados, Alice también había salido con hombres solteros. Al final, todos le habían engañado y mentido y la habían dejado por otra. Todos excepto Loch. Aunque, si aquella relación no se hubiera acabado enseguida, Maddie estaba segura de que Loch habría acabado engañándole y mintiéndole como todos los demás. Solteros o casados, su madre había elegido hombres que le habían roto el corazón.

A través de las ventanas abiertas, la ligera brisa le traía el sonido de la barbacoa de los vecinos. Era Cuatro de Julio y Truly estaba celebrando la fiesta. En la ciudad, los edificios estaban engalanados con banderitas de color rojo, blanco y azul, y aquella mañana se había celebrado un desfile por la calle Mayor. Maddie había leído en el periódico local acerca de la gran celebración que se planeaba en el parque Shaw y el «impresionante espectáculo de fuegos artificiales» que empezaría «al caer la noche».

Maddie se levantó y entró en el baño. Aunque en realidad, ¿cómo iba a ser «impresionante» el espectáculo en aquella pequeña ciudad? En Boise, la capital, no se había celebrado un espectáculo decente desde hacía años.

Puso el tapón de la bañera de hidromasaje y abrió el grifo del agua. Mientras se desnudaba, la risa de sus vecinos entró por la pequeña ventana situada encima del váter. Unas horas antes ese mismo día, Louie y Lisa Allegrezza la habían invitado a su barbacoa, pero ni en sus mejores momentos era buena para conversar con personas a las que no conocía. Y en los últimos tiempos, Maddie no estaba en sus mejores momentos. Encontrar los diarios había sido una bendición y también un tormento. Los diarios habían respondido a algunas preguntas importantes para ella. Preguntas que la mayoría de la gente sabe desde su nacimiento. Se había enterado de que su padre era de Madrid y de que su madre se había quedado embarazada de Maddie en verano, después de graduarse de la escuela secundaria. Su padre estaba visitando a su familia en Estados Unidos y los dos se habían enamorado locamente. Al final del verano, Alejandro había regresado a España. Alice le había escrito varias cartas contándole que estaba embarazada, pero nunca obtuvo respuesta alguna. Según parece, su amor había sido unilateral.

Maddie se recogió el cabello hacia arriba y se lo sujetó con una pinza grande. Hacía tiempo que se había hecho a la idea de que nunca conocería a su padre, de que nunca sabría qué cara tenía ni cómo sonaba su voz, de que nunca le enseñaría a montar en bicicleta ni a conducir un coche, pero como todo lo demás, leer los diarios le había hecho aflorar todo aquello a la superficie, y se preguntaba si Alejando estaría vivo o muerto y qué pensaría de ella. Tal vez nunca lo sabría.

Maddie derramó jabón de baño de burbujas de pastel de chocolate alemán en el agua corriente y dejó un tubo de exfoliante corporal con aroma a pastel de chocolate a un lado de la bañera. Tal vez no le importase que su ropa interior combinase ni la marca de los zapatos, pero le encantaba la cosmética para el baño. Las cremas y lociones perfumadas eran su pasión. Prefería mil veces una crema exfoliante y una hidratante corporal a la ropa de marca.

Entró en la bañera y se hundió en el agua caliente y perfumada. «Aaah», suspiró y se metió bajo la espuma. Se reclinó contra la fría porcelana y cerró los ojos. Tenía todos los perfumes habidos y por haber, desde rosas hasta manzanas, desde café hasta pastel, y hacía años que se había reconciliado consigo misma y había aprendido a vivir con su hedonismo.

Hubo un tiempo en su vida en que se atiborraba de casi todo lo que le daba placer. Hombres, postres y cremas caras se encontraban en los primeros puestos de su lista. Como resultado de todo ese atiborramiento desarrolló una visión muy limitada de los hombres y un gran trasero. Un trasero muy suave y liso, pero un gran culo al fin. De niña había sufrido sobrepeso y los horrores de tener que acarrear una pesada carga otra vez le había obligado a cambiar de vida. Se dio cuenta de que necesitaba un cambio la mañana de su trigésimo cumpleaños cuando se despertó con una resaca de pastel de queso y un tipo llamado Derrick. El pastel de queso era mediocre y Derrick un chasco total.

En el fondo seguía siendo una hedonista, pero no practicante. Aún se excedía con las cremas y los productos de baño, pero los necesitaba para relajarse, desestresarse y para combatir la piel seca y escamada.

Se hundió más en el agua buscando un poco de paz. Su cuerpo sucumbió a las burbujas y al agua caliente, pero su mente no se aquietaba con tanta facilidad y continuó pasando revista a las últimas semanas. Estaba haciendo grandes progresos con el calendario y las notas. Tenía una lista de gente que aparecía en el último diario de su madre, los nuevos amigos que había hecho en Truly y personas con las que había trabajado. El juez de instrucción del condado que ejercía en 1978 había muerto; sin embargo, el sheriff aún vivía en Truly. Estaba retirado, pero Maddie estaba segura de que podía proporcionarle información valiosa. Tenía artículos de periódico, informes de la policía, descubrimientos del juez de instrucción y toda la información sobre la familia Hennessy que había podido recuperar. Ahora lo único que le quedaba por hacer era hablar con alguien relacionado con la vida y la muerte de su madre.