Pero ahora era demasiado tarde. Bob y Jane me miraron fijamente, y toda la situación se cristalizó en mi mente. Me levanté las gafas con una mano y me froté el puente de la nariz. Comprendí toda aquella historia ridícula y me sentí mal.
– De acuerdo -dije con un suspiro-. Todo esto apesta. Apesta de verdad.
Bob asintió con la cabeza y frunció el ceño.
Yo me erguí.
– Bueno, ¿qué necesitas?
Siguió mirándome, absorto en sus pensamientos ocultos tras su expresión impasible. Me dio asco. ¿Cómo se había enterado? ¿Por qué tenía que enterarse? Deseé que me maldijera por ello. Deseé no haber visto nunca a su miserable mujer. Habría querido volver a la época en la que se podía salir fuera y batirse en duelo. Pistolas al amanecer en un bois de Bologne. Hubiera sido más fácil de soportar que todo aquello.
– Michelle tenía una entrevista programada con Frank Beachum -explicó Bob al fin.
– Frank Beachum -repetí.
Estaba pensando de nuevo en las piernas esbeltas de Michelle, en sus huesos quebradizos; en el cuerpo alto y fuerte de Patricia, en su pecho bajo mi mano. Entretanto, la mirada inmutable de Bob me consumió e hizo que las imágenes se desvanecieran.
– De acuerdo -respondí pestañeando-. De acuerdo. Frank Beachum. El tipo al que van a cargarse hoy. Sí, lo recuerdo. Michelle tenía reserva para el espectáculo.
– También tenía una entrevista con él. A las cuatro, cara a cara, en la celda de la muerte.
– Sí, sí, lo recuerdo.
– Alan quiere que hagas el reportaje en lugar de Michelle -dijo Bob.
– Alan. De acuerdo -asentí.
Empezaba a concentrarme de nuevo. Recibí el mensaje. Alan quería que yo sustituyera a Michelle. Alan me quería, Bob no. Lo que Bob quería era verme hervir como alquitrán caliente en el fondo de su mirada inquebrantable. Permanecí de pie delante suyo como un estúpido durante un par de segundos. Intenté pensar en la respuesta adecuada. Intenté pensar en lo que habría dicho si no hubiese estado durmiendo con su mujer. Si sólo fuera un reportero a quien se le diera un caso en su día libre.
– Así que Beachum… -comenté-. ¿Qué hizo? Yo no estaba en aquel entonces. Mató a una chica o algo parecido.
– A una mujer embarazada -aclaró Bob con su voz tranquila y controlada-. Una estudiante de universidad, Amy Wilson. Durante el verano trabajaba en una tienda de ultramarinos en Dogtown. Le debía dinero a Beachum, unos cincuenta dólares más o menos, por unas reparaciones que éste le había hecho en el coche. La mató de un tiro.
– Bien. ¿Algo que deba saber sobre él?
Bob levantó el hombro ligeramente.
– Trabajaba como mecánico en la estación de Amoco, en Clayton. Eso es todo.
– Es uno de esos locos renacidos -se entrometió Jane March inesperadamente.
Me sentí aliviado (y encantado) de tener un excusa para escapar de Bob y prestarle atención a ella. Sin embargo, todavía podía percibir su mirada, sus ojos, como dos finas hileras de dientes royendo mi perfil mientras la miraba.
– Sí, todos parecen renacer ante la galería de la muerte -observé-.Ese lugar parece tener la tasa de natalidad más elevada del país.
– Eh, eh, no tan de prisa -replicó Jane-. No seas tan cínico. Ya había renacido antes de que todo esto empezara. En el pasado había tenido profesiones varias, sin domicilio fijo. Nació en Michigan, creo. Familia rota y madre alcohólica. Había estado en la cárcel antes por asaltos violentos, disputas en bares y ese tipo de cosas. Y luego me parece que pasó tres años en la prisión del estado por golpear a un policía porque intentaba multarle.
– Parece un tipo razonable.
– Pero estaba completamente limpio desde hacía unos cuatro años antes del asesinato de Wilson. Salió de ese mundo y conoció a su mujer, Bunny o Bonnie o Bipsy o algo así. Ella también es una renacida. Me parece que fue ella quien le llevó hasta Jesús.
– Sí, conozco ese tipo de gente que forma clanes -comenté-. Chico conoce chica, chica salva alma de chico, chico y chica se van de juerga asesina interestatal.
– Cínico, cínico -Jane March frunció los labios remilgadamente-. Eran muy majos. Tuvieron una hija y compraron una casa en Dogtown. El tenía su empleo como mecánico y ella se ocupaba del bebé. Formaban la familia americana perfecta. El hombre estuvo completamente limpio durante tres o cuatro años. Luego, un cuatrode julio, entró en la tienda de ultramarinos, la tienda de Pocum en Dogtown. Amy Wilson estaba en la caja, le dice que no tiene el dinero que le debe…
– Y el viejo Frank simplemente pierde esos asquerosos estribos suyos.
– Eso parece.
– Tsé, tsé. Espero que al menos haya mostrado su arrepentimiento.
– Bueno, no. La verdad es que en eso ha sido un poco lento -aclaró Jane March-. Insiste en que sólo fue a la tienda a comprar salsa A-1 para la carne para poder hacer el picnic del 4 de julio.
¡Ya! Una historia muy convincente.
Sí, eso es lo que pensó el jurado. El hecho de que un tipo que estaba en la tienda lo viera salir con la pistola aún humeante no le ayudó mucho. Y luego una pobre mujer que no tenía ni idea de lo que pasaba casi lo atropelló en el aparcamiento.
– ¡Salsa A-1! ¡Me gusta! ¡Muy bueno! -me reí.
– Lo que Michelle quería con su historia era… -La voz baja, contenida y penetrante de Bob hizo que me volviera hacia él y me recordó el ambiente nauseabundo que había entre nosotros y la conversación que no estábamos teniendo cuando Jane March empezó a hablar-. Lo que quiero con esta historia -prosiguió con la mano en alto, explicando las cosas con su típico estilo de profesor de escuela- es el interés humano, ¿de acuerdo? Qué es lo que se siente al estar en la galería de la muerte el último día. No lo sobrecargues con detalles sobre el caso. Ya hemos hablado suficientemente del tema, las apelaciones y todo eso. Quiero saber el aspecto de la celda, la pinta de Beachum y lo que le ronda por la cabeza. Una crónica de interés humano, eso es lo que quiero. ¿Entendido?
– Sí, por supuesto -respondí.
Me subí las gafas que se me habían deslizado por el sudoroso puente de la nariz. Esto casi ha terminado, me dije a mí mismo. No será demasiado horrible. Todavía no, ahora no. Primero hablaríamos de la historia. Así era como Bob hacía las cosas. Profesional, ordenado, tranquilo. Primero hablaríamos de la historia y lo demás vendría a continuación. De momento, lo único que tenía que hacer era mantener la boca cerrada y la cabeza gacha; hacer el trabajo, cumplir con el encargo y conseguir pasar el día sin encarar el terrible desastre que sin duda se avecinaba. Pasaríamos el día de hoy, y mañana… quizá se acabaría el mundo. ¿Quién sabe? Tal vez tendría suerte.
– Crónica de interés humano -repetí-. Entendido.
Me pareció adivinar una mueca de aversión en la boca de Bob durante un segundo, pero su cara redonda y juvenil recobró la impasibilidad, la expresión tranquila y los ojos azules de nuevo en sus profundidades.