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– ¡Neil! -grité. Di unos golpecitos con la base del vaso contra la madera de roble-. ¡Neil! ¡Neil-o-rama!

Neil regentaba el local, pero ante todo era barman y hoy estaba sirviendo en la barra. Era un hombre delgado y pálido con un rostro fino y agradable escondido detrás de la montura metálica de unas gafas. Se parecía un poco a Jean-Paul Sartre, pero con una coleta y una camisa de flores. Abandonó su posición estratégica debajo del televisor y atrapó una botella de Johnnie Walker al acercarse.

– Cuando oigas ese tintineo del hielo, tienes que venir corriendo. Por compasión -proferí.

Inclinó la botella encima de mi vaso y sirvió una dosis generosa.

– Te lo estás currando bien, Ev -repuso con su voz tranquila e impertubable-. Espero que hayas dejado el coche en casa.

– Eh, Neil! -repliqué. Levanté el vaso, moviéndolo como un remolino debajo de la nariz-. Soy el mejor conductor de todo el continente.

– ¡Oh, oh!

– De cualquier continente.

– Estoy hablando con un hombre muerto -respondió Neil-. ¿Me dejarás tu colección de sellos?

Bebí un sorbo y dejé el vaso sobre la barra. Puse el dedo en el borde del cuenco ya vacío de galletas saladas.

– Más música y más galletas -exigí. Y seguí bebiendo.

Se llevó el cuenco vacío y lo reemplazó por uno lleno. Me llevé un puñado de galletas saladas a la boca.

– No he comido casi nada en todo el día -expliqué.

Neil miró con ansia el partido en televisión. Luego, resignado, se apoyó en la barra y puso todo su empeño en concentrarse en mí.

– Demasiado ocupado, he ahí el porqué -aclaré-. Demasiado ocupado desgraciando a mi mujer, mi vida quiero decir. Bueno, mi mujer y mi vida. Y mi trabajo.

– ¿Todo en un solo día? Realmente eres un tipo ocupado.

– Podría suceder una tragedia dentro de las murallas de una única ciudad en un solo día -puntualicé-. Lo dijo Aristóteles.

– Ah, sí, siempre está por aquí repitiendo lo mismo. El viejo y zumbado Aristóteles, le llamamos. El loco A.

– La vida imita al arte.

– Sí. Y también imita muy bien a Sophie Tucker.

– Estoy de acuerdo -confirmé.

No tenía ni idea de lo que estábamos hablando pero asentí convencido. A continuación encendí un cigarrillo y bebí un poco más de whisky.

– ¿Has oído el tintineo del hielo?

– No.

– Me pareció oír un pequeño tintineo metálico… Quizá no. ¿Qué iba a decir?

– Ibas a decirme que las mujeres no son como los hombres.

– Ah, sí. Las mujeres y los hombres son completamente distintos.

– ¿De verdad? -preguntó Neil-. Nunca había oído esa frase antes.

– De verdad -respondí-. Completamente -y moví el cigarrillo en el aire para demostrar cuán diferentes eran-. Verás, un hombre tiene la verga dura y la cabeza enterrada en el suelo. Eso es lo único que le importa. Dentro y fuera. Sin más. Pero las mujeres creen que todo tiene que significar algo.

– Probablemente porque ellas tienen hijos -puntualizó Neil, ahogando un bostezo con la mano.

– Es porque ellas tienen hijos -repetí, apuntando con el cigarrillo-. Hashe que she pocupe todol tiempo. Hashe que clean que todot’ene que ssser duna manera. Correcto e incorrecto, bueno y malo. ¿Qu’importa? Qué importa. Todos m’rimos de toos modosh. Quizá muramos mañana.

Echando un vistazo al televisor, Neil asintió.

– Eres un tipo profundo, Ev. He estado sirviendo en un bar la mayor parte de mi vida y nadie me ha dicho algo parecido desde las nueve y media.

– He follado con la hija del jefe… ¡no! Esta vez ha sido con su mujer. No, espera, con su hij… no, sí, con su mujer. Y ¿qué significa eso? ¿Por eso tengo que perder mi trabajo? ¿Eso significa que mi mujer tiene que echarme de casa?

– Pues… sí.

– Nooo -repliqué-. Esoshh moralista. -Vacié el vaso y lo dejé con fuerza sobre la barra para que el hielo tintineara-. Otra vez.

– Sí, lo he oído.

Sacó una cuchara repleta de hielo del recipiente que se encontraba debajo de la barra. Echó el hielo en el vaso y al mismo tiempo vertió el contenido de la botella. Me llevé el cigarrillo a los labios y observé la operación a través del humo rizado.

– Moralista -repetí-. Todo el mundo piensa éste actúa bien, éste mal. Has matado a alguien, pues te pincharán. Has follado con alguien, pues fuera. Todosh mierda. Pura mierda. Neil. Hace que todo el mundo sea desgraciado. Nada es bueno o malo, sino que el pensamiento lo hace así. William Shakespeare. Incluso Billy el Niño dijo algo así.

– Sí, sabía un par de cosas de ese estilo.

– No juzguéis, y no seréis juzgados. Fue Jesucristo quien lo dijo, ¿o no? ¡Por el amor de Dios!

– El viejo J. Últimamente no ha venido mucho por aquí.

– Ya. Ese era el problema con mis padres. Mish pares ’doptivos. Grandesh abogados. Grandes cerdos asquerosos y liberales. Cerdos. Siempre sabían lo que se debía hacer, siempre sabían quién era el malo de la película y quién era el santo. Siempre de parte de los ángeles. ¿Pero cómo lo sabían? ¿Me entiendes? ¿Qué es lo que está bien y lo que está mal? ¿Cómo pueden saberlo? ¿Quién se lo ha dicho?

– Mmmhh… ¿Platón?

Relinché como un caballo.

– Era un intento -aclaró Neil-. No llegamos a estudiar a Platón.

Ingerí otra dosis de nicotina, pero ya había perdido su capacidad de divertirme. Me abrasó la garganta y yo aplasté el cigarrillo suavemente en el cenicero de cristal, dejándolo doblado y humeante. Incliné la cabeza sobre el vaso y me puse a estudiar el hielo que flotaba en el líquido de color ámbar. Asentí mientras lo miraba con aire pesimista. Había alcanzado el nivel de embriaguez en el que se empiezan a tener Ideas sobre la Vida. Vida con mayúscula, Ideas con mayúscula. Había llegado al punto en que esas Ideas parecen enlazarse formando una cadena que encaja perfectamente o, lo que es lo mismo, en la que los vínculos forjados en la herrería de la creación se vuelven claros a través del velo de la mortalidad y el tiempo. O algo parecido. En cualquier caso, ahí sentado, con el cuello lánguido y la barbilla moviéndose suavemente por encima de la nuez, se me ocurrió la Idea con toda claridad: la vida es un mal arreglo en el que los hombres raramente resultan ganadores. Situaciones azarosas hacen que, a lo largo de generaciones, desde tiempos inmemoriales, se hayan combinado en una historia casi desconocida, que se funde en el momento de tu concepción en un aparato de relojería inexorable. Lo que te parecen decisiones, opiniones, revelaciones, desarrollo, no son más que el tictac del mecanismo, aliviado por el accidente ocasional, o por dos -en el caso de que se trate de accidentes-, sonoro y lastimero por la sospecha omnipresente de que la máquina del destino no descansa. Bueno, en aquel momento todo eso parecía tener sentido. Y cuando impuse esa Idea a los distintos hechos de mi existencia -como cada uno suele imponerse sus propias ideas-, esos hechos fueron forzados -como suele ocurrir- a alinearse con la Idea que, por consiguiente, parecía explicarlo todo a la perfección.

Así que eructé miserablemente. Levanté el vaso de whisky hasta mi cabeza colgante y sorbí el licor con un ruido sonoro.

– Aaaaaaaah -suspiré, al dejar el vaso encima de la barra-. ¿Por qué zienen que dejame tirao? ¿Quén she loa pedido? ¿Q’voy asher, por ’mor d’Dios?

Mis ojos se llenaron de lágrimas y me pregunté, se lo pregunté a toda la arena repleta del público de mi imaginación, quién en el mundo podía ser más miserable que yo.

– Shempre ’mponiéndome shush cosas. Dishéndome l’que shtá bien y l’que shtá mal. Dulces trucshoness -Levanté el dedo pulgar y el índice para mostrar cuán miserables eran esa instrucciones morales-. Queños discursos sore cada cosha. Sé amable, sé bueno. Y Dios era una carga insoportable. Casi veía en sus ojos qué libro estúpido habían estad’yendo, qué artículo estúpido en qué revista estúpida. Y, para empezar, ¿quién les había pedido que me adoptaran? ¿Dónde estaba mi verdadero padre? ¿Eh? Eso esh lo que quiero saber. ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Dónde está mi jodido padre? Alguien tiene que decírmelo, por qué no ellos.