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La cocina estaba limpia y ordenada, no había demasiado polvo sobre los muebles, otra ventaja del tiempo lluvioso, aparte de haber hecho crecer las coles y las hierbas, realmente, los huertos, vistos desde arriba, le parecían a la mujer del médico selvas en miniatura, Andarán por aquí sueltos los conejos, se preguntó, seguro que no, seguirían viviendo en las conejeras, esperando la mano ciega que les llevase hojas de col y que luego los agarre de las orejas y los saque de allí pataleando, mientras la otra mano prepara el golpe ciego que les romperá las vértebras junto al cráneo. La memoria de la chica de las gafas oscuras la conducía por el interior de la casa, como la vieja del piso de abajo, tampoco tropezó ni dudó, la cama de los padres estaba por hacer, debían de haberlos recogido de madrugada, se sentó allí a llorar, la mujer del médico se sentó a su lado, le dijo, No llores, qué otras palabras se pueden decir, las lágrimas qué sentido tienen cuando el mundo ha perdido todo su sentido. En el dormitorio de la chica, sobre la cómoda, había un jarrón de vidrio con flores ya secas, el agua se había evaporado, fue a ellas a donde se dirigieron las manos ciegas, los dedos rozaron los pétalos muertos, qué frágil es la vida si la abandonan. La mujer del médico abrió la ventana, miró a la calle, allí estaban todos, sentados en el suelo, esperando pacientemente, el perro de las lágrimas fue el único que levantó la cabeza, le dio aviso el sutil oído. El cielo, otra vez cubierto, empezaba a oscurecerse, caía la noche. Pensó que hoy no precisarían buscar un abrigo donde dormir, se quedarían aquí, A la vieja no le va a gustar que pasemos todos por su casa, murmuró. En aquel momento, la chica de las gafas oscuras le tocó el hombro, y dijo, Las llaves están en la cerradura, no se las llevaron. La dificultad, si lo era, estaba resuelta, no tendrían que soportar el malhumor de la vieja del primero, Voy a bajar a llamarlos, se está haciendo de noche, qué bien, hoy al menos podemos dormir en una casa, bajo el techo de una casa, dijo la mujer del médico, Ustedes se quedarán en la cama de mis padres, Ya veremos luego, Aquí quien manda soy yo, estoy en mi casa, Tienes razón, lo haremos como tú quieras, la mujer del médico abrazó a la chica, después bajó a buscar a los otros. Escaleras arriba, hablando animados, tropezando de vez en cuando en los peldaños pese a las advertencias de la guía, Son diez en cada tramo, parecía que venían de visita. El perro de las lágrimas los seguía tranquilamente, como si fuese cosa de toda la vida. En el rellano, la chica de las gafas oscuras miraba para abajo, es la costumbre cuando sube alguien, sea para saber de quién se trata, si no es persona conocida, sea para celebrar con palabras la acogida, si son amigos, en este caso no era necesario tener ojos para saber quién llega, Entrad, entrad, poneos cómodos. Apareció la vieja del primero acechando en la puerta, creyó que aquel tropel sería uno de esos bandos que aparecen para dormir, y no se equivocaba, preguntó, Quién anda por ahí, y la chica de las gafas oscuras respondió desde arriba, Es mi grupo, la vieja quedó confusa, cómo pudo la chica llegar al rellano, lo comprendió inmediatamente y se irritó consigo misma por no haber tenido la precaución de buscar y recoger las llaves de las puertas de salida, era como si estuviese perdiendo los derechos de propiedad de una casa de la que, desde hacía meses, era única habitante. No encontró mejor manera de compensar la súbita frustración que decir, abriendo la puerta, Recuerden lo de la comida, no se hagan los olvidadizos. Y como ni la mujer del médico ni la chica de las gafas oscuras, una ocupada en guiar a los que llegaban, otra en recibirlos, le respondieran, gritó destemplada, Lo han oído. Mala cosa hizo, porque el perro de las lágrimas, que en ese momento exacto pasaba ante ella, empezó a ladrar furioso, la escalera atronaba toda con los alaridos del can, fue mano de santo, la vieja soltó un grito de miedo y se metió atropelladamente en su casa, cerrando la puerta. Quién es esa bruja, preguntó el viejo de la venda negra, son cosas que se dicen cuando no tenemos ojos para nosotros mismos, si hubiera vivido él como vivió ella, ya veríamos lo que le duraban sus modos civilizados.