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El relato de estos acontecimientos, cada uno en su género, dejó consternados y asombrados a los compañeros, siendo de notar, con todo, que la mujer del médico, quizá por negársele las palabras, no consiguió comunicar el sentimiento de horror absoluto que había experimentado ante la puerta del subterráneo, aquel rectángulo de pálidas y vacilantes luminarias que daba a la escalera por la que se llegaría al otro mundo. Lo de las imágenes con los ojos vendados impresionó fuertemente, aunque de diverso modo, la imaginación de todos, en el primer ciego y en su mujer, por ejemplo, se notó cierto malestar. Para ellos se trataba, principalmente, de una indisculpable falta de respeto. Que todos ellos, humanos, se encontrasen ciegos, era una fatalidad de la que no tenían la culpa, son desgracias que llegan, nadie está libre, pero ir, sólo por eso, a taparles los ojos a las santas imágenes, les parecía un atentado sin perdón posible, y peor si quien lo cometió fue el cura de la iglesia. El comentario del viejo de la venda negra es bastante diferente, Entiendo la impresión que te habrá causado, imagino una galería de museo, todas las estatuas con los ojos tapados, no porque el escultor no hubiera querido desbastar la piedra hasta donde estaban los ojos, sino tapados así como dices, con esos paños atados, como si una ceguera sola no bastase, es curioso que una venda como ésta mía no causa la misma impresión, a veces da incluso un aire romántico a la persona, y se rió de lo que había dicho y de sí mismo. En cuanto a la chica de las gafas oscuras, se contentó con decir que esperaba no tener que ver en sueños esa maldita galería, que de pesadillas ya iba bien servida. Comieron de lo malo que había, que era lo mejor que tenían, la mujer del médico dijo que cada día era más difícil encontrar comida, que quizá tendrían que salir de la ciudad e irse a vivir al campo, allí, al menos, los alimentos que cogieran serían más sanos, y debe de haber cabras y vacas sueltas, podríamos ordeñarlas, tendríamos leche, y está el agua de los pozos, podremos cocer lo que nos parezca, la cuestión es encontrar un buen sitio. Cada uno dio después su opinión, unas más entusiastas que las otras, pero para todos estaba claro que la situación acuciaba, quien expresó una satisfacción sin reticencias fue el niño estrábico, posiblemente por tener buenos recuerdos de vacaciones. Después de haber comido, se echaron a dormir, lo hacían siempre, desde el tiempo de la cuarentena, cuando les enseñó la experiencia que un cuerpo acostado aguanta mejor el hambre. Por la noche no comieron, sólo el niño estrábico recibió algo para ir entreteniendo los molares y engañar el apetito, los otros se sentaron a oír la lectura del libro, al menos no podrá protestar el espíritu contra la falta de alimento, lo malo es que la debilidad del cuerpo llevaba a veces a distraer la atención de la mente, y no por falta de interés intelectual, no, lo que ocurría era que el cerebro se deslizaba hacia una media modorra, como un animal que se dispone a hibernar, adiós mundo, por eso no era raro que cerrasen estos oyentes mansamente los párpados, se disponían a seguir con los ojos del alma las peripecias del enredo hasta que un lance más enérgico los sacudía de su torpor, cuando no era simplemente el ruido del libro encuadernado cerrándose de golpe, con estruendo, la mujer del médico tenía estas delicadezas, no quería dar a entender que sabía que el soñador se había quedado dormido.