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El comisario estaba despierto cuando sonó el teléfono. No se levantó para responder, sabía que sería alguien de la dirección de la policía recordándole la orden de presentarse a las nueve, atención, no a las nueve y veintiuna, en el puesto militar seis-norte. Lo más seguro es que no vuelvan a telefonear y se comprende fácilmente el porqué, en su vida profesional, y quién sabe si también en la vida particular, los policías hacen gran consumo del proceso mental a que llamamos deducción, también conocido como inferencia lógica del raciocinio, Si no responde, dirán, es porque ya viene de camino. Cuánto se equivocaban. Es cierto que el comisario está levantado, es cierto que ha entrado en el cuarto de baño para los necesarios alivios y aseos del cuerpo, es cierto que se ha vestido y va a salir, pero no para llamar al primer taxi que se encuentre y decirle al conductor que le mira expectante por el espejo retrovisor, Lléveme al puesto seis-norte, Puesto seis-norte, perdone, pero no sé dónde está eso, será una calle nueva, Es un puesto militar, si tiene ahí un mapa, se lo señalo. No, este diálogo no sucederá jamás, ni ahora ni nunca, lo que el comisario va a hacer es comprar los periódicos, con esa idea se fue anoche pronto a la cama, no para descansar lo que necesitaba y llegar al encuentro en el puesto seis-norte. Las farolas de la calle todavía están encendidas, el quiosquero acaba de subir las persianas, comienza a colocar las revistas de la semana, y cuando termina este trabajo, como una señal, las farolas se apagan y la furgoneta de reparto aparece. El comisario se aproxima mientras el quiosquero dispone los periódicos según el orden que ya conocemos pero, esta vez, de uno de los de menor venta se ven casi tantos ejemplares como los que habitualmente tienen los de mayor tirada. Al comisario se le antoja buen augurio, aunque esta agradable sensación de esperanza sufrió un choque violento, los titulares de los primeros periódicos de la fila eran siniestros, inquietantes, esta vez todos en rojo intenso, Asesina, Esta mujer mató, Otro crimen de la mujer sospechosa, Un asesinato hace cuatro años. En el otro extremo, el periódico donde el comisario estuvo ayer preguntaba, Qué más nos falta por saber. El título era ambiguo, podía significar esto, aquello y también sus contrarios, pero el comisario prefirió verlo como una pequeña linterna colocada en el valle de las sombras para guiarle los atribulados pasos. Démelos todos, dijo. El quiosquero sonrió al mismo tiempo que pensaba que, por lo visto, había ganado un buen cliente para el futuro y le entregó una bolsa de plástico con todos los periódicos dentro. El comisario miró alrededor en busca de taxi, en vano esperó casi cinco minutos, por fin se decidió a ir andando hasta la providencial, s.a., ya sabemos que no está lejos de aquí, pero la carga es pesada, nada menos que una bolsa de plástico abarrotada de palabras, más fácil sería llevar el mundo a las espaldas. Quiso la suerte que, habiéndose metido por una calle estrecha con la intención de atajar camino, se le deparase un modesto café a la antigua usanza, de esos que abren temprano porque el dueño no tiene nada más que hacer y donde los clientes entran para cerciorarse de que las cosas, allí, siguen en los lugares de siempre y el sabor del bollo de arroz emana de la eternidad. Eligió una mesa, pidió un café con leche, preguntó si hacían tostadas, con mantequilla, claro, margarina ni olerla. Vino el café con leche, y era sólo pasable, pero las tostadas llegaron directamente de las manos del alquimista que si no descubrió la piedra filosofal fue porque no consiguió traspasar la fase de la putrefacción. Ya había abierto el periódico que más le interesaba, lo hizo apenas se acababa de sentar, y una ojeada le bastó para percatarse de que el ardid resultó, el censor se dejó engañar por la confirmación de lo que ya conocía, sin pasarle por la cabeza que hay que tener mucho cuidado con lo que se cree saber, porque por detrás se oculta una cadena interminable de incógnitas, la última de ellas, probablemente, sin solución. De cualquier modo, no merecía la pena hacerse ilusiones, el periódico no iba a estar durante todo el día en los quioscos, podía imaginarse al ministro del interior bramando poseso de furia y gritando, Retiren esa mierda inmediatamente, a ver si averiguan quién dio esas informaciones, la última parte de la frase acudió al discurso por arrastramiento automático, de sobra sabía él que sólo de una persona podrían haber partido esta filtración y esta traición. Fue entonces cuando el comisario decidió hacer la ronda de los quioscos hasta donde las fuerzas le alcanzaran para observar si el periódico se estaba vendiendo mucho o poco, para ver las caras de las personas que lo compraban y si directamente iban a la noticia o si se entretenían en futilidades. Echó un vistazo rápido a los cuatro periódicos grandes, groseramente elemental, aunque eficaz, el trabajo de intoxicación del público proseguía, dos y dos son cuatro, y siempre serán cuatro, si ayer hiciste aquello, hoy harás esto, y quien tenga el descaro de dudar de que una cosa lleve forzosamente a la otra está en contra de la legalidad y del orden. Agradecido, pagó su cuenta y salió. Comenzó por el quiosco donde compró los periódicos y tuvo la satisfacción de ver que la pila que le interesaba ya era mucho más baja. Interesante, no, preguntó al quiosquero, está vendiéndose mucho, Parece que alguna radio ha hablado de un articulo que trae, Una mano lava la otra y las dos lavan el rostro, dijo misteriosamente el comisario, Tiene razón, respondió el quiosquero, sin ver la relación. Para no perder tiempo buscando quioscos se informaba en cada uno dónde quedaba el más próximo, tal vez gracias a su aspecto respetable siempre le respondían, aunque claramente se veía que a cada empleado le habría gustado preguntarle Qué tiene el otro que yo no tenga aquí. Pasaron horas, ya el inspector y el agente, en el puesto seis-norte, se cansaron de esperar y pidieron instrucciones a la dirección de la policía, ya el director habló con el ministro, ya el ministro dio conocimiento de la situación al jefe del gobierno, ya el jefe del gobierno le respondió, El problema no es mío, es suyo, revuélvalo. Entonces aconteció lo inevitable, llegando al décimo quiosco el comisario no encontró el periódico. Lo pidió haciendo como que iba a comprarlo, pero el quiosquero le dijo, Ha llegado tarde, hace menos de cinco minutos que se los han llevado. Se los llevaron, por qué, Están retirándolos de todas partes, Retirándolos, Es otra manera de decir que han secuestrado la edición, Y por qué, qué traía el periódico para que lo secuestraran, Era algo relacionado con la mujer de la conspiración, mire en ésos, ahora parece que mató a un hombre, No podría conseguirme un periódico, me haría un gran favor, No tengo, pero incluso teniendo no se lo vendería, Por qué, Quién me dice a mi que usted no es un policía que va por ahí viendo si caemos en la trampa, Tiene toda la razón, cosas peores se han visto en este mundo, dijo el comisario y se alejó. No quería encerrarse en la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, para escuchar la llamada de la mañana y probablemente algunas otras que exigirían saber dónde rayos se había metido, por qué motivo no respondía al teléfono, por qué no cumplió la orden que le habían dado de estar a las nueve en el puesto seis-norte, pero la verdad es que no tenía adónde ir, ante la casa de la mujer del médico habría ahora un mar de personas gritando, unos a favor, otros en contra, lo más seguro es que la mayoría estén a favor, los otros son minoría, no querrán arriesgarse a ser vejados o algo peor. Tampoco podría ir al periódico que publicó la noticia, si no hay policías de civil en la entrada, estarán muy cerca, ni siquiera puede telefonear porque tiene la certeza de que las comunicaciones estarán intervenidas, y al pensar esto comprendió, por fin, que también la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, estará vigilada, que los hoteles estarán alertados, que no hay en la ciudad una sola alma que lo pueda acoger, aunque quisiera. Adivina que el periódico ha recibido la visita de la policía, adivina que el director ha sido forzado, por las buenas o por las malas, a identificar a la persona que facilitó las informaciones subversivas publicadas, quizá haya tenido la debilidad de mostrar la carta con el sello de la providencial, s.a., firmada de puño y letra por el comisario en fuga. Se sentía cansado, arrastraba los pies, tenía el cuerpo bañado en sudor, pese a que el calor no fuera para tanto. No podía andar todo el día por estas calles haciendo tiempo sin saber para qué, de súbito sintió un deseo enorme de ir al jardín de la mujer del cántaro inclinado, sentarse en el borde de la fuente, acariciar el agua verde con las puntas de los dedos y llevárselos a la boca. Y después, qué haré después, preguntó. Después, nada, volver al laberinto de las calles, desorientarse, perderse y volver atrás, caminar, caminar, comer sin apetito, sólo para poder sostener el cuerpo, entrar en un cine dos horas, distraerse viendo las aventuras de una expedición a marte en aquel tiempo en que aún existían los hombrecillos verdes, y salir pestañeando ante la brillante luz de la tarde, pensar en entrar en otro cine y gastar otras dos horas navegando veinte mil leguas en el submarino del capitán nemo, y luego desistir de la idea porque algo extraño ha sucedido en la ciudad, estos hombres y estas mujeres que van distribuyendo pequeños papeles que los transeúntes se detienen para leer y después se guardan en los bolsillos, ahora mismo acaban de entregarle uno al comisario, es la fotocopia del artículo del periódico secuestrado, ese que lleva el titular Qué más nos falta por saber, ese que cuenta entre líneas la verdadera historia de los cinco días, entonces el comisario no consigue reprimirse, y allí mismo, como un niño, rompe a llorar convulsivamente, una mujer de su edad se le acerca y le pregunta si se siente mal, si necesita ayuda, y él sólo puede gesticular que no, que está bien, que no se preocupe, muchas gracias, y, como el azar a veces hace bien las cosas, alguien desde un piso alto de este edificio lanza un puñado de papeles, y otro, y otro, y aquí abajo, la gente levanta los brazos para alcanzarlos, y los papeles vuelan como palomas y uno descansa un momento en el hombro del comisario y luego se desliza hasta el suelo. Resulta que no todo está perdido, la ciudad ha tomado el asunto en sus manos, ha puesto en marcha cientos de máquinas fotocopiadoras, y ahora son grupos animados de chicas y chicos los que van metiendo los papeles en los buzones de las casas o los entregan en las puertas, alguien pregunta si es publicidad y ellos responden que sí señor, y de la mejor que hay. Estos felices sucesos dieron nueva alma al comisario, como por arte de magia, de la blanca, no de la negra, le desapareció la fatiga, es otro hombre este que avanza por las calles, es otra la cabeza que va pensando, viendo claro lo que antes era oscuro, enmendando conclusiones que antes parecían de hierro y ahora se deshacen entre los dedos que las palpan y ponderan, por ejemplo, no es nada probable que la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, siendo como es una base reservada, haya sido sometida a vigilancia, colocar allí policías al acecho podría hacer que se levantaran sospechas sobre la importancia del local, lo que, por otro lado, tampoco sería tan grave, trasladando la providencial, s.a., a otro lugar, el asunto quedaba resuelto. Esta nueva y negativa conclusión volvió a lanzar densas sombras de tempestad sobre el ánimo del comisario, pero la conclusión siguiente, aunque no tranquilizadora en todos los aspectos, le sirvió, al menos, para solventar el grave problema de habitación o, dicho de otra manera, la duda de saber dónde dormiría esta noche. El caso se explica en pocas palabras. Que el ministerio del interior o la dirección de la policía hayan visto con justificado desagrado cómo su funcionario cortó los contactos de forma unilateral no quiere decir que les hayan dejado de interesar sus andanzas y su paradero habitual y, por tanto, en caso de imperiosa necesidad, cómo poder encontrarlo. Si el comisario decidiera perderse en esta ciudad, si se escondiera en algún antro tenebroso como hacen los forajidos y los fugitivos, sería el mayor de los esfuerzos dar con él, sobre todo si hubiera llegado a establecer una red de complicidades con los medios de la subversión, operación que, por otro lado, dada su complejidad, no se monta en media docena de días, que tantos son los que hemos pasado aquí. De modo que nada de vigilancia en las dos entradas de la providencial, s.a., dejar, por el contrario, el camino libre para que la querencia natural, que no es sólo cosa de toros, haga regresar al lobo a su cubil, al papagayo de mar a su agujero de la roca. Cama conocida y acogedora podrá tener el comisario, suponiendo que no vengan a despertarlo a medianoche, abierta la puerta con sutiles ganzúas y rendido él ante la amenaza de tres pistolas que le apuntan. Es bien cierto que, como algunas veces ya habremos dicho, hay ocasiones tan nefastas en la vida que si a un lado llueve, al otro hace viento, así en esta situación se encuentra el comisario, obligado a escoger entre pasar una mala noche debajo de un árbol del jardín, a la vista de la mujer del cántaro, como un vagabundo, o confortablemente consolado por las mantas ya usadas y por las sábanas arrugadas de la providencial, s.a., seguros