de ver que la pila que le interesaba ya era mucho más baja. Interesante, no, preguntó al quiosquero, está vendiéndose mucho, Parece que alguna radio ha hablado de un articulo que trae, Una mano lava la otra y las dos lavan el rostro, dijo misteriosamente el comisario, Tiene razón, respondió el quiosquero, sin ver la relación. Para no perder tiempo buscando quioscos se informaba en cada uno dónde quedaba el más próximo, tal vez gracias a su aspecto respetable siempre le respondían, aunque claramente se veía que a cada empleado le habría gustado preguntarle Qué tiene el otro que yo no tenga aquí. Pasaron horas, ya el inspector y el agente, en el puesto seis-norte, se cansaron de esperar y pidieron instrucciones a la dirección de la policía, ya el director habló con el ministro, ya el ministro dio conocimiento de la situación al jefe del gobierno, ya el jefe del gobierno le respondió, El problema no es mío, es suyo, revuélvalo. Entonces aconteció lo inevitable, llegando al décimo quiosco el comisario no encontró el periódico. Lo pidió haciendo como que iba a comprarlo, pero el quiosquero le dijo, Ha llegado tarde, hace menos de cinco minutos que se los han llevado. Se los llevaron, por qué, Están retirándolos de todas partes, Retirándolos, Es otra manera de decir que han secuestrado la edición, Y por qué, qué traía el periódico para que lo secuestraran, Era algo relacionado con la mujer de la conspiración, mire en ésos, ahora parece que mató a un hombre, No podría conseguirme un periódico, me haría un gran favor, No tengo, pero incluso teniendo no se lo vendería, Por qué, Quién me dice a mi que usted no es un policía que va por ahí viendo si caemos en la trampa, Tiene toda la razón, cosas peores se han visto en este mundo, dijo el comisario y se alejó. No quería encerrarse en la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, para escuchar la llamada de la mañana y probablemente algunas otras que exigirían saber dónde rayos se había metido, por qué motivo no respondía al teléfono, por qué no cumplió la orden que le habían dado de estar a las nueve en el puesto seis-norte, pero la verdad es que no tenía adónde ir, ante la casa de la mujer del médico habría ahora un mar de personas gritando, unos a favor, otros en contra, lo más seguro es que la mayoría estén a favor, los otros son minoría, no querrán arriesgarse a ser vejados o algo peor. Tampoco podría ir al periódico que publicó la noticia, si no hay policías de civil en la entrada, estarán muy cerca, ni siquiera puede telefonear porque tiene la certeza de que las comunicaciones estarán intervenidas, y al pensar esto comprendió, por fin, que también la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, estará vigilada, que los hoteles estarán alertados, que no hay en la ciudad una sola alma que lo pueda acoger, aunque quisiera. Adivina que el periódico ha recibido la visita de la policía, adivina que el director ha sido forzado, por las buenas o por las malas, a identificar a la persona que facilitó las informaciones subversivas publicadas, quizá haya tenido la debilidad de mostrar la carta con el sello de la providencial, s.a., firmada de puño y letra por el comisario en fuga. Se sentía cansado, arrastraba los pies, tenía el cuerpo bañado en sudor, pese a que el calor no fuera para tanto. No podía andar todo el día por estas calles haciendo tiempo sin saber para qué, de súbito sintió un deseo enorme de ir al jardín de la mujer del cántaro inclinado, sentarse en el borde de la fuente, acariciar el agua verde con las puntas de los dedos y llevárselos a la boca. Y después, qué haré después, preguntó. Después, nada, volver al laberinto de las calles, desorientarse, perderse y volver atrás, caminar, caminar, comer sin apetito, sólo para poder sostener el cuerpo, entrar en un cine dos horas, distraerse viendo las aventuras de una expedición a marte en aquel tiempo en que aún existían los hombrecillos verdes, y salir pestañeando ante la brillante luz de la tarde, pensar en entrar en otro cine y gastar otras dos horas navegando veinte mil leguas en el submarino del capitán nemo, y luego desistir de la idea porque algo extraño ha sucedido en la ciudad, estos hombres y estas mujeres que van distribuyendo pequeños papeles que los transeúntes se detienen para leer y después se guardan en los bolsillos, ahora mismo acaban de entregarle uno al comisario, es la fotocopia del artículo del periódico secuestrado, ese que lleva el titular Qué más nos falta por saber, ese que cuenta entre líneas la verdadera historia de los cinco días, entonces el comisario no consigue reprimirse, y allí mismo, como un niño, rompe a llorar convulsivamente, una mujer de su edad se le acerca y le pregunta si se siente mal, si necesita ayuda, y él sólo puede gesticular que no, que está bien, que no se preocupe, muchas gracias, y, como el azar a veces hace bien las cosas, alguien desde un piso alto de este edificio lanza un puñado de papeles, y otro, y otro, y aquí abajo, la gente levanta los brazos para alcanzarlos, y los papeles vuelan como palomas y uno descansa un momento en el hombro del comisario y luego se desliza hasta el suelo. Resulta que no todo está perdido, la ciudad ha tomado el asunto en sus manos, ha puesto en marcha cientos de máquinas fotocopiadoras, y ahora son grupos animados de chicas y chicos los que van metiendo los papeles en los buzones de las casas o los entregan en las puertas, alguien pregunta si es publicidad y ellos responden que sí señor, y de la mejor que hay. Estos felices sucesos dieron nueva alma al comisario, como por arte de magia, de la blanca, no de la negra, le desapareció la fatiga, es otro hombre este que avanza por las calles, es otra la cabeza que va pensando, viendo claro lo que antes era oscuro, enmendando conclusiones que antes parecían de hierro y ahora se deshacen entre los dedos que las palpan y ponderan, por ejemplo, no es nada probable que la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, siendo como es una base reservada, haya sido sometida a vigilancia, colocar allí policías al acecho podría hacer que se levantaran sospechas sobre la importancia del local, lo que, por otro lado, tampoco sería tan grave, trasladando la providencial, s.a., a otro lugar, el asunto quedaba resuelto. Esta nueva y negativa conclusión volvió a lanzar densas sombras de tempestad sobre el ánimo del comisario, pero la conclusión siguiente, aunque no tranquilizadora en todos los aspectos, le sirvió, al menos, para solventar el grave problema de habitación o, dicho de otra manera, la duda de saber dónde dormiría esta noche. El caso se explica en pocas palabras. Que el ministerio del interior o la dirección de la policía hayan visto con justificado desagrado cómo su funcionario cortó los contactos de forma unilateral no quiere decir que les hayan dejado de interesar sus andanzas y su paradero habitual y, por tanto, en caso de imperiosa necesidad, cómo poder encontrarlo. Si el comisario decidiera perderse en esta ciudad, si se escondiera en algún antro tenebroso como hacen los forajidos y los fugitivos, sería el mayor de los esfuerzos dar con él, sobre todo si hubiera llegado a establecer una red de complicidades con los medios de la subversión, operación que, por otro lado, dada su complejidad, no se monta en media docena de días, que tantos son los que hemos pasado aquí. De modo que nada de vigilancia en las dos entradas de la providencial, s.a., dejar, por el contrario, el camino libre para que la querencia natural, que no es sólo cosa de toros, haga regresar al lobo a su cubil, al papagayo de mar a su agujero de la roca. Cama conocida y acogedora podrá tener el comisario, suponiendo que no vengan a despertarlo a medianoche, abierta la puerta con sutiles ganzúas y rendido él ante la amenaza de tres pistolas que le apuntan. Es bien cierto que, como algunas veces ya habremos dicho, hay ocasiones tan nefastas en la vida que si a un lado llueve, al otro hace viento, así en esta situación se encuentra el comisario, obligado a escoger entre pasar una mala noche debajo de un árbol del jardín, a la vista de la mujer del cántaro, como un vagabundo, o confortablemente consolado por las mantas ya usadas y por las sábanas arrugadas de la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros. Al final la explicación no fue tan sucinta como habíamos prometido arriba, sin embargo, y esperamos que se comprenda, no podíamos abandonar sin la debida ponderación ninguna de las variables en juego, menudeando con imparcialidad los diversos y contradictorios factores de seguridad y de riesgo, para terminar concluyendo lo que desde el principio ya sabíamos, que no vale la pena correr a bagdad tratando de evitar la cita que teníamos marcada en samarra. Puesto todo en la balanza y desistiendo de emplear más tiempo en aferir los pesos hasta el último miligramo, hasta la última posibilidad, hasta la última hipótesis, el comisario tomó un taxi para la providencial, s.a., esto era ya al final de la tarde, cuando las sombras refrescan el sendero de enfrente y el sonido del agua cayendo en las fuentes cobra aliento y se torna súbitamente perceptible para sorpresa de quien pasa. No se veía ni un papel abandonado en las calles. A pesar de todo, se nota que el comisario va un tanto aprensivo y verdaderamente no le faltan motivos. Que su propio razonamiento y el conocimiento adquirido a lo largo del tiempo sobre las mañas policiales lo hayan inducido a pensar que ningún peligro le estará acechando en la providencial, s.a., o lo asaltará durante la noche, no significa que la ciudad de samarra no esté donde está. Esta reflexión indujo al comisario a llevarse la mano a la pistola y pensar, Por si acaso, aprovecho la subida en el ascensor para quitarle el seguro. El taxi se detuvo, Llegamos, dijo el conductor, y en ese instante el comisario vio, pegada al parabrisas, una fotocopia del artículo. A pesar del miedo, sus angustias y sus temores habían merecido la pena. El portal del edificio estaba desierto, el portero ausente, el escenario era perfecto para el crimen perfecto, la puñalada directa en el corazón, el golpe sordo del cuerpo cayendo sobre el pavimento, la puerta que se cierra, el automóvil con matriculas falsas que se aproxima y parte llevándose al asesino, no hay nada más simple que matar y ser muerto. El ascensor estaba abajo, no necesitó llamarlo. Ahora sube, va a dejar la carga en el piso catorce, dentro una serie de inconfundibles chasquidos dice que un arma está dispuesta para disparar. En el pasillo no se ve ni un alma, a esta hora las oficinas ya están todas cerradas. La llave se deslizó suavemente en la cerradura, casi sin ruido la puerta se dejó abrir. El comisario la empujó con la espalda, encendió la luz, ahora va a recorrer todas las dependencias, abrir los armarios donde puede caber una persona, mirar debajo de las camas, apartar las cortinas. Nadie. Se sintió vagamente ridículo, un fierabrás de pistola en puño apuntando a la nada, pero el que se asegura, dicen, muere de viejo, deben de saberlo en esta providencial, s.a., siendo como es de seguros y de reaseguros. En el dormitorio la luz del contestador está encendida, indica que hay dos llamadas, una tal vez sea del inspector pidiéndole que tenga cuidado, otra será de un secretario de albatros, o las dos son del director de la policía, desesperado por la traición de un hombre de confianza y preocupado por su propio futuro, aunque la responsabilidad de la elección no le pertenezca. El comisario se puso ante sí el papel con los nombres y direcciones del grupo, al que había añadido el número de teléfono del médico, y marcó. Nadie le respondió. Volvió a marcar. Marcó una tercera vez, pero ahora como si fuera una señal, dejó que sonaran tres toques y colgó. Marcó por cuarta vez y por fin respondieron, Diga, dijo secamente la mujer del médico, Soy yo, el comisario, Ah, buenas noches, hemos esperado su llamada. Qué tal están, Nada bien, en veinticuatro horas han conseguido hacer de mi una especie de enemigo público número uno, Lamento la parte que tuve en que eso haya sucedido, No ha sido usted quien escribió lo que ha aparecido en los periódicos, Hasta eso no he llegado, Quizá lo que ha publicado hoy uno de ellos y los miles de copias que se han repartido ayuden a aclarar este asunto, Ojalá, No parece muy esperanzado, Tengo esperanzas, claro, pero necesitan tiempo, la situación no se resolverá de un momento a otro, No podemos seguir viviendo así, encerrados en esta casa, estamos como en la cárcel, He hecho cuanto estaba a mi alcance, es lo que le puedo decir, No va a volver por aquí, La misión que tenía encomendada ha terminado, tengo orden de regresar, Espero que volvamos a vernos alguna vez, y en días más felices, si los hubiera, Por lo visto se han perdido por el camino, Quiénes, Los días felices, Me va a dejar más desanimada de lo que ya estaba, Hay personas que continúan de pie incluso cuando son derrumbadas, y usted es una de ellas, Pues en estos momentos bien que agradecería que me ayudaran a levantarme, Lamento no estar en situación de poderle dar esa ayuda, Creo que ha ayudado mucho más de lo que quiere que se sepa, Eso es sólo una impresión suya, recuerde que está hablando con un policía, No lo he olvidado, pero es cierto que he dejado de considerarlo como tal, Gracias por esas palabras, ahora sólo me queda despedirme hasta cualquier día de éstos, Hasta cualquier día, Cuídese, Lo mismo le digo, Buenas noches, Buenas noches. El comisario colgó el teléfono. Tenía ante sí una larga noche y ninguna manera de pasarla a no ser durmiendo, si el insomnio no decide entrar en su cama. Mañana, probablemente, vendrán a buscarlo. No se presentó en el puesto seis-norte como le habían ordenado, por eso vendrán a buscarlo. Quizá dijera esto mismo una de las llamadas que ha borrado, quizá le avisaban de que los enviados llegarán aquí a las siete de la mañana y que cualquier intento de resistencia sólo empeorará de forma irremediable el mal ya hecho. Y, claro, no necesitan ganzúas para entrar porque traerán la llave. El comisario devanea. Tiene al alcance de la mano un arsenal de armas dispuestas para disparar, podrá resistir hasta el último cartucho, o, bueno, por lo menos, hasta la primera bomba de gas lacrimógeno que le suelten dentro de la fortaleza. El comisario devanea. Se ha sentado en la cama, después se deja caer, cierra los ojos e implora que el sueño no tarde, Ya sé que la noche no ha comenzado, piensa, que todavía queda claridad en el cielo, pero quiero dormir como parece que duerme la piedra, sin los engaños del sueño, encerrado para siempre en un bloque de piedra negra, al menos, por favor, si otra cosa no puede ser, hasta mañana, cuando vengan a despertarme a las siete. El sueño oyó la desolada invocación, vino corriendo y se quedó unos instantes, después se retiró para que el comisario se desnudara y se metiese en la cama, pero luego volvió, presto, para quedarse toda la noche a su lado, ahuyentando los sueños bien lejos, hasta la tierra de los fantasmas, allí donde, uniéndose el fuego y el agua, nacen y se multiplican.