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Se reclinó en su asiento y miró hacia arriba. Un débil destello de luz más allá de su campo de visión, llamó su atención. Comprendió que estaba viendo uno de los poco frecuentes tránsitos de Eleonora, la sexta y más ambiciosa de las gigantescas arcologías. Estaba en órbita a casi mil kilómetros de altura, y pasaba junto a la estación sólo una vez cada tres días. Los medios de comunicación, escépticos, habían bautizado al principio como «la locura de Salter» a la primera arcología, pero ésta había empezado su desarrollo hacía catorce años y había crecido con firmeza. Hasta que la gran estación espacial estuvo completada, Salter Wherry pareció contentarse con que el mote original sirviera como oficial. Entonces por fin la bautizó Amanda, ayudó a su población de cuatro mil personas a establecerse en ella y luego, aparentemente, perdió todo interés en ella. Su mente estaba centrada en la construcción de la segunda arcología, luego en la tercera…

Curiosa, Judith conectó con el ordenador central de la Estación y solicitó una imagen de alta resolución de Eleanora. La arcología a medio construir parpadeó en la pantalla a todo color. El esqueleto estaba ya terminado, un armazón esférico de setecientos metros de vigas metálicas. Una serie de paneles recubrían la mitad de la estructura, lo que permitía estimar el tamaño de las salas y corredores internos que existirían en la nave definitiva. Dejando espacio para las instalaciones de energía, alimentación y mantenimiento y para las zonas recreativas, el Arca final albergaría confortablemente a doce mil personas. Era la mayor de todas, hasta el momento. Y tenía más instalaciones y espacio habitable por persona de lo que una familia media disponía en la Tierra. Dos arcologias más empezaban a ser construidas en órbitas mayores—, y cada una de ellas iba a ser mayor que ésta.

Judith pensó de nuevo en su propia oficina, allá en el Instituto. El traslado del grupo a este lugar (si llegaba a hacerse, pues hacía ya mucho rato que Hans Gibbs se había marchado), le había parecido algo muy grande cuando le fue propuesto por primera vez. Pero, comparado con lo que Salter Wherry estaba planeando para las arcologías, no era nada. Estaban diseñadas para mantenerse por sí mismas durante un período de siglos y aún más, libres para moverse a través del sistema solar y más allá si querían hacerlo, independientes incluso de la luz del sol. A partir de un litro o dos de agua, las plantas de fusión que se hallaban en su interior proporcionarían energía suficiente durante años. Como apoyo de los sistemas de reciclado, cada arcología arrastraría consigo un asteroide de varios metros de diámetro para explotarlo si hacía falta.

Judith sacudió la cabeza, pensativa. Hizo girar la silla para ver las escotillas que daban a la Tierra. Abajo era de día, y podía ver la gran mancha que cubría la mayor parte de Zaire y África central. Parte de los desecados bosques ecuatoriales estaban aún ardiendo, y proyectaban una sombra oscura sobre la tercera parte del continente. La zona reseca se extendía desde el Mediterráneo hasta más allá del ecuador, y nadie podía predecir cuándo terminaría. Era difícil imaginar qué vida había abajo, pues los cambios climatológicos habían hecho imposibles los viejos estilos de vida africanos. Y, al otro lado del Atlántico, la gran base amazónica también se secaba rápidamente, convirtiéndose en un tizón que ardería dentro de unos pocos meses a menos que el clima cambiara.

Volvió la cabeza y Eleanora apareció de nuevo ante su campo de visión, a lo lejos. Abajo, en la Tierra, las arcologías parecían remotas, la ensoñación de un hombre. Pero cuando se estaba aquí arriba, observando las naves que recorrían el espacio entre la Estación y la esfera distante y brillante de Eleanora…

—¿Te interesa hacer ese viaje? —dijo la voz de Hans Gibbs a sus espaldas—. Hay mucho espacio disponible para gente cualificada, y serías una candidata de primera.

El hechizo quedó roto. Judith advirtió que había estado observando el espacio inconscientemente, más fascinada de lo que había esperado. Le miró, interrogante.

—La respuesta es sí —dijo él. Sacudió la cabeza, sorprendido—. Habría apostado mi hígado a que ni siquiera consideraría verte… Te dije que Salter Wherry nunca ve a nadie excepto a unos cuantos ayudantes. ¿Y qué es lo que ahora hace? Accede a verte.

—Gracias.

Hans Gibbs se echó a reír.

—Por el amor de Dios, no me lo agradezcas a mí. Todo lo que hice fue pedírselo… y no esperaba otra cosa sino una rápida negativa. Accedió tan pronto que me pilló desprevenido. Empecé a darle argumentos para que hiciera una excepción en este caso, y luego me di cuenta. Supongo que eso demuestra lo poco que le conozco, a pesar de todos estos años. Si estás dispuesta, podemos ir ahora mismo. Su suite está al otro extremo del Eje Superior, directamente frente a nosotros. Vamos, antes de que cambie de opinión.

6

La Estación Salter estaba construida siguiendo el esquema en forma de doble rueda, definido treinta años antes para las estaciones permanentes en el espacio.

La rueda de arriba, el Eje Superior, estaba reservada para las salas de comunicaciones, viviendas y salones recreativos. Rotaba alrededor del eje fijo que se le unía desde la rueda inferior. Con un diámetro de cuatrocientos metros, el Eje Superior tenía una gravedad efectiva que oscilaba entre cero en el eje hasta casi un cuarto de g en la circunferencia exterior. La sección inferior, más gruesa, giraba mucho más lentamente, necesitando casi dos horas para dar una revolución completa, comparada con el período de rotación de un minuto del Eje Superior. Todos los servicios agrícolas, energéticos, de mantenimiento y construcción residían en la rueda inferior.

—Y también algunas personas —dijo Hans Gibbs mientras avanzaban por la cinta móvil en dirección al centro del Eje Superior—. En cuanto se acostumbran a la gravedad cero, es difícil hacer que vuelvan aquí arriba. Hay un programa de ejercicios obligatorios, pero no creerías los trucos que inventan para no ejercitarlos. Tenemos ingenieros que no podrán volver a la Tierra sin someterse antes a un año de acondicionamiento… Pasan todo el tiempo flotando por el Engranaje. Incluso comen allí abajo. —Señaló un corredor de metal de veinte metros de diámetro que salía formando ángulos rectos de su pasillo interior—. Ésa es la ruta principal entre el Engranaje y el Eje Superior. Ves, ahora estamos en el centro. Si quisiéramos podríamos colgarnos de aquí y flotar.

Se detuvieron unos segundos para que Judith pudiera echar un buen vistazo alrededor. La sección central era un laberinto de cables, pasadizos y compuertas.

—Todo está presurizado —explicó Hans Gibbs cuando Judith preguntó por la necesidad de compuertas interiores—. Pero las diferentes secciones tienen distintos niveles de presión. Las compuertas, claro, están también por cuestiones de seguridad. Nunca hemos tenido una descompresión o una mala pérdida de aire, pero podría suceder en cualquier momento… no podemos detectar todos los meteoritos.

La cogió del brazo mientras se agarraban al cable para iniciar otro tramo en su camino hacia el Eje Superior. Los músculos de ella se tensaron ligeramente bajo sus dedos, pero no hizo ningún comentario.

—¿Has pasado mucho tiempo en caída libre? —preguntó él después de un instante. Se dio la vuelta para mirarla a la cara mientras recorrían el túnel en forma de espiral que les llevaba al borde del Eje Superior.