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Judith sintió que se le ponía la carne de gallina. Salter Wherry estaba dispuesto a trasladar una estación de muchos millones de dólares al espacio y hacer un acuerdo a largo plazo, simplemente para asegurarse de que ella estaría disponible. ¡Cuidado!, le dijo una voz interior. Recuerda, la adulación es una herramienta que nunca falla.

¿Sospechaba él que estaría obligada a trasladar algunos de los experimentos al espacio si sus ideas sobre los procesos de la conciencia eran correctas? Y si ella ya sabía qué causaba el problema de narcolepsia entre el personal de la estación espacial de Salter Wherry, entonces desde el punto de vista de él, el traslado del Instituto sería innecesario. Ella estaría manipulando al maestro manipulador.

—Parece que duda —continuó él—. Déjeme ofrecerle un argumento adicional. Ya conozco su indiferencia personal hacia el dinero, de modo que no se lo ofreceré. ¿Pero qué hay de la libertad para experimentar?

Se acercó a la mesa y cogió uno de los dos portafolios. Su mano era delgada, con dedos largos y huesudos. Judith le observó prudentemente mientras él abría la carpeta y se la tendía.

—El año pasado fueron presentadas siete peticiones a las Naciones Unidas por parte de la doctora Judith Niles para llevar a cabo experimentos sobre la investigación del sueño, usando doce nuevas drogas que afectan el metabolismo. Los experimentos iban a hacerse usando sujetos humanos…

—…voluntarios, como quedó claro en las solicitudes.

—Lo sé. Pero todas fueron rechazadas. Tal vez porque hace tres años dirigió usted un experimento que terminó en un desastre. Los archivos son bastante claros. Usando una combinación de Tritofil y una técnica de refuerzo EEG y feedback consiguió mantener a tres voluntarios despiertos, alertas y aparentemente sanos durante más de treinta días. Pero entonces empezaron las complicaciones. Primero se produjo la atrofia de las respuestas emocionales, luego la atrofia del intelecto. Para citar una visión crítica del estudio: «La doctora Niles ha tenido éxito no en abolir la necesidad de sueño, sino sólo en inducir la enfermedad de Alzheimer. No necesitamos más demencia senil.»

—Maldita sea, si sabe tanto, probablemente sabe también quién escribió esa crítica. Fue Dickson, cuya solicitud para una investigación idéntica, bajo peores condiciones de control, fue rechazada en favor de la mía.

—Claro que lo se. —Salter Wherry volvió a sonreír—. Mi propósito no es reprocharle nada. Es preguntarle cuánto tardará, por las razones que sean, en poder continuar sus experimentos con sujetos humanos… como dice, con volunarios dispuestos.

Judith se cruzó de manos. Su cara no mostraba ninguna expresión. ¿Cuánto sabía él? Estaba casi al filo de la nueva investigación.

—Podrían pasar años antes de que se permitieran esos experimentos —dijo por fin.

—O podría no suceder nunca. Recuerde que el retraso es la forma más eficaz para negar algo. —Él apretaba con fuerza, dominaba la reunión, y los dos lo sabían—. Recuerde el Eclesiastés. Para cada cosa hay una estación, y una época para cada propósito bajo el cielo. Su tiempo es éste, su propósito está aquí, en la estación. Debe aprovechar la oportunidad. En PES-Uno no estará atada por las reglas que mantienen inmóvil a su Instituto en la Tierra. Aquí, usted creará las reglas.

Judith le miró. Había vuelto a recuperar su autocontrol. —Usted hace todas las reglas aquí. Salter Wherry sonrió, y durante un segundo reapareció la boca sensual del joven que había sido.

—Está mal informada. Admitamos que hay ciertas reglas en las que insisto. Todo lo demás es negociable. Dígame qué experimentos quiere realizar. Yo seré el primero en sorprenderme si no accedo a todos ellos. Lo haré por escrito. Si es así, ¿vendrá aquí?

Wherry, por fin, se sentó frente a ella. —Tal vez. Su oferta es más que generosa. —Y, si somos realistas, estaremos de acuerdo en que las cosas no van bien abajo, en la Tierra. No la presionaré. Pero tengo una pregunta más. Le dijo a Hans Gibbs que esta reunión era absolutamente esenciaclass="underline" si no había encuentro cara a cara, entonces no habría acuerdo. Muy poco usual. Me dijo su motivo, que su propia credibilidad con la gente que trabaja para usted disminuiría si no me veía. Pero usted y yo sabemos que eso es absurdo. Su prestigio y reputación tienen bastante peso entre su personal para que una reunión conmigo no sea ni necesaria ni relevante. Así que, ¿por qué quiso verme?

Judith hizo una larga pausa antes de replicar. Su siguiente observación podría hacer enfadar a Salter Wherry hasta el punto de perder todo su interés en el traslado del Instituto. Pero necesitaba ganar un poco de ventaja psicológica. —Me han dicho que tiene usted ciertos gustos y preferencias personales. Que nunca, bajo ninguna circunstancia, trata directamente con una mujer. Y que se había recluido sin esperanza. Sus hábitos sexuales no son asunto mío, pero no podría trabajar con nadie con quien se me negara el contacto personal. Sólo podría trabajar para usted si podemos reunimos para discutir los problemas.

—¿Por qué necesita mis consejos? —dijo él—. Seamos realistas. En su trabajo, mi contribución no sería más que ruido y distracción.

—Ésa no es la cuestión. Mis relaciones demandan una cierta lógica, independiente del sexo y la personalidad. De otra manera, no puedo trabajar con ellas.

Él sonrió de nuevo.

—¿Y pretende que hay lógica en sus presentes negociaciones con la impenetrable burocracia de las Naciones Unidas? Es mejor para usted que yo no me entrometa.

Se levantó.

—Tiene mi palabra. Si viene aquí, tendrá acceso a mí. Pero, a medida que se vaya haciendo mayor, aprenderá que la lógica es un lujo que a veces debemos ignorar. La mayor parte de la raza humana se las arregla sin ella. Es usted, indiscutiblemente, una mujer… Déjeme destruir otro rumor diciéndole que la encuentro atractiva. Y estoy reunido con usted, cara a cara. Así que ahí tiene las especulaciones. Cuando regrese a la Tierra, tal vez haga correr la voz de que muchos de los «hechos conocidos» sobre mí son simples invenciones. Aunque sé que esto no establecerá ninguna diferencia con la opinión pública.

Se había detenido ante ella de una manera que daba a entender claramente que la reunión había terminado. Judith permaneció sentada.

—Me ha hecho usted una última pregunta —dijo—. ¿Por qué insistí en este encuentro? Le he dado mi respuesta. Ahora creo que tengo derecho a hacer también otra pregunta más.

Él asintió.

—Es justo.

—¿Por qué accedió a verme? Según Hans Gibbs, era seguro que iba a rehusar. Creo que el problema de la narcolepsia es importante para usted… ¿pero tan importante? No lo creo.

Salter Wherry se inclinó un poco, y su cara arrugada quedó delante de la de Judith. Parecía muy viejo y muy cansado. Ella pudo sentir la tristeza en sus ojos, más allá del fuego y el hierro. Cuando por fin sonrió, aquellos ojos adquirieron un tono soñador.

—Es usted una persona extraordinaria. Pocas personas ven un segundo nivel en los motivos, excepto para sí mismos y para sus propios propósitos. No quiero mentirle, y estoy seguro de que sus motivos son más profundos de lo que hemos tratado en esta reunión. Hoy, usted y su personal encontrarían difíciles de aceptar mis otros motivos. Por tanto, no se los diré. Pero algún día conocerá mis razones. Se detuvo un momento, y luego añadió suavemente: —Y ahora que la conozco, creo que las aprobará. Se dio la vuelta y se encaminó a la puerta antes de que Judith pudiera responderle. La entrevista con Salter Wherry había terminado.

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