—Java. La cadena de volcanes de la isla, como por simpatía con el clima extremo del mundo, había vuelto a la vida. Gran parte del centenar de millones de personas que vivía allí había emprendido la huida hacia el norte, hasta las aguas poco profundas del Mar de Java. Las cámaras tomaban desde el aire hasta el más mínimo detalle de los frágiles botes, sobrecargados, mientras se dirigían a Borneo y a Sumatra.
Pero no sólo la tierra era activa sísmicamente. Cuando la tsunami golpeó, ni un solo barco permaneció a flote. La ola de dieciocho metros que golpeó Yakarta y toda la costa norte de Java se aseguró de que aquellos que se habían quedado en tierra no tendrían un destino mejor que los parientes que se habían hecho a la mar. Hoy, las cámaras mostraban puñados de supervivientes aislados mientras grupos de rescate les recogían y les enviaban a campamentos de montaña en las mesetas centrales.
—Moscú. Informes sobre el gran oblasts agrícola estaban llegando a la oficina central de planificación, donde se mantenía una calma pétrea mientras llegaban las noticias de que las cosechas de trigo y maíz, arroz y centeno se habían agotado y de que los fuertes vientos habían erosionado el terreno fértil y lo habían transportado a la atmósfera.
Salter Wherry permanecía encorvado sobre su consola, absorbiendo nueva información, contrastándola con la antigua. Sólo su boca y sus ojos parecían vivos. Tras las escenas de Moscú, cambió al interior del edificio de las Naciones Unidas. El formulismo ritual de la cámara no podía esconder las corrientes internas de furia y tensión procedentes del mundo exterior. El embajador de la Unión Soviética, con rostro tenso y frío estaba terminando su discurso.
—Lo que estamos viendo en el mundo hoy no es un accidente de la naturaleza, ni simples vicisitudes del clima del planeta. Estamos viendo una modificación deliberada del clima, cambios dirigidos contra la Unión Soviética y nuestros amigos a cargo de otras naciones. Ha pasado la época de ser reticente a la hora de nombrar a estos países. Mi país es víctima de una guerra económica. No podemos permitir…
Wherry golpeó impaciente el tablero. Tenía el ceño fruncido y sus ojos brillantes quedaban oscurecidos por las espesas cejas. Después de unos segundos, Eleonora apareció en la pantalla ante él, un ovoide plateado contra el fondo de estrellas y la Tierra iluminada. Congeló la imagen mientras pedía datos sobre los informes de construcción. Las líneas curvas de las vigas de soporte geodésico del casco exterior habían desaparecido, cubiertas por brillantes paneles exteriores. Los sistemas eléctricos finales estaban siendo instalados, junto con las fuentes de energía y los tanques hidropónicos; el gran cilindro de agua estaba casi lleno.
Wherry saltó a las otras arcologías. La más distante, Amanda, aparecía como una imagen granulosa e indistinta. Ahora estaba a casi cuatro millones y medio de kilómetros de la Tierra, girando lentamente en un plano elíptico. Dentro de ocho años, a menos que se adoptara otra nueva trayectoria, la nave colonial estaría en la órbita de Marte. Los científicos de a bordo estaban ya hablando de la posibilidad de colocar una pequeña estación en Fobos, y consultaban con la Estación Salter los recursos disponibles para el proyecto.
Salter Wherry apagó la pantalla y permaneció inmóvil largo rato. Por fin, tecleó otra secuencia. En la pantalla apareció la cara de Hans Gibbs, con el pelo enmarañado.
—Hans, ¿tienes el horario previsto para el embarque del personal del Instituto Neurológico?
—Aquí delante no. Espera un minuto y lo tendré.
—No hace falta. Voy a decirte lo que tienes que hacer. Tiene que estar todo aquí arriba dentro de setenta y siete días.
—Cierto. Judith Niles puso reparos, pero creo que tenemos tiempo de sobra.
—Hans, no será así. Creo que no tenernos tanto tiempo. Todo va a irse al infierno muy rápidamente. Creo que entiendo bastante de política internacional, pero hoy no podría ni siquiera suponer qué país es el que va a volverse loco primero. Todos son candidatos. Quiero que elabores un horario revisado que tenga aquí dentro de treinta días a todo el mundo del Instituto, personas, animales y equipo. Dile a Muncie que quiero que haga lo mismo en relación con todo lo que necesitemos para terminar con Eleanora, en igual plazo de tiempo.
Hans Gibbs, de repente, pareció mucho más despierto.
—¡Treinta días! Es imposible, sólo los permisos nos llevarán ese tiempo.
—No te preocupes por los permisos. Deja que yo me encargue de ellos. Empieza a trabajar con los embarques. Rápido. El coste es irrelevante. ¿Me oyes? —Salter Wherry sonrió—. Irrelevante. ¿Cuántas veces me has oído decir eso sobre el coste de algo, Hans? Treinta días. Tienes treinta días.
Hans Gibbs se encogió de hombros.
—Lo intentaré. Pero además de los permisos, tenemos que preocuparnos de que nos den facilidades para hacer los lanzamientos. Si nos ponen pegas…
Se detuvo y soltó una imprecación. La conexión se había cortado. Hans estaba hablando a una pantalla en blanco.
9
Wolfgang Gibbs cerró los ojos y se echó hacia delante hasta que tocó con la cabeza el frío metal de la consola. Su cara estaba blanca, perlada por el sudor. Después de unos instantes, deglutió con dificultad, se sentó derecho, inspiró profundamente e hizo otro intento. Marcó la secuencia para emitir un mensaje codificado, y esperó a que la unidad ante él señalara su aceptación.
—Bien, Charlene… —tuvo que volver a aclararse la garganta—, te prometí un informe en cuanto pudiera acostumbrarme. La transmisión ya me ha salido mal tres veces seguidas, así que si ésta tampoco lo hace, diré que no es mi día. Al principio pensé que me pondría en contacto contigo inmediatamente después de llegar aquí, ¡eso demuestra lo optimista que soy! Bueno, ahí voy una vez más. Si oyes sonidos raros a mitad de la grabación, no te preocupes. Sólo soy yo, perdiendo otra vez el hígado y los pulmones.
Tosió roncamente.
—Hans dice que sólo una persona de cada cincuenta tiene una reacción tan mala a la caída libre como yo, así que, con suerte, no tendrás problemas. Dicen que incluso yo me encontraré mejor dentro de un par de días. Espero que sea así. De todas maneras, ya me he quejado bastante. Empecemos a trabajar.
»La mayor parte del viaje fue como una seda. Lo teníamos todo bien atado, para que no se soltara, y Cameron llenó a los animales de sedantes hasta las cejas. Lástima que no pudiera hacer lo mismo conmigo. Cuando llegamos a la caída libre, al principio todo salió bien, aunque mi estómago se sintió como si lo hubieran trasladado unos cuantos centímetros. Pero me las arreglé bastante bien. Entonces empezamos a trasladar a los animales a sus habitáculos permanentes. No les gustó, y demostraron su disgusto de la única forma posible. Te digo una cosa: ojalá no tengamos que volver a trasladarnos a la carrera. No me pagan lo suficiente para que tenga que nadar toda una semana a través de una nube de excrementos de animales flotando. Todo pringado de pared a pared. Luego empecé a notar que iba a devolver el desayuno. Y lo devolví… y luego el almuerzo y la cena del día anterior, y todavía me parece que no voy a ser capaz de volver a comer.
«Vale. Supongo que eso no es lo que quieres oír, ¿verdad? Volvamos al asunto real. Lo adornaré para los informes del laboratorio, pero es así como estamos.