Abrió la boca. Mientras la contemplaba, la escena pareció girar bajo él, torciéndose como en un mapa extraño y surrealista. Apretó los dientes y se agarró con fuerzas al borde de la consola. Después de treinta desagradables segundos, pudo obligarse a verlo desde una perspectiva diferente. Lo insustancial era la superficie azul y blanca de la Tierra, la Estación Salter era real, tangible, sólida. Eso era. Agárrate a ese pensamiento. Lentamente, pudo aflojar su tenaza de la mesa que tenía delante.
Saldría bien. Todo era relativo. Si Jinx podía adaptarse a esta nueva vida y estar cómodo con una temperatura corporal cercana a la congelación, seguro que Wolfgang podría acostumbrarse a los cambios mucho más pequeños producidos por el traslado a la Estación Salter. Era mejor olvidar la autocompasión y volver al trabajo.
Ignorando los retortijones de su estómago, Wolfgang se obligó a mirar de nuevo, mientras la estación se dirigía hacia el Atlántico y la curva majestuosa de la frontera día-noche.
Tres días más y el personal del Instituto estaría en camino. Y si las noticias eran correctas, sería justo a tiempo. En su furia, en su pugna interminable, los gobiernos de la Tierra parecían dispuestos a bloquear el camino al mismo espacio.
10
Hans Gibbs había enviado a su primo un mensaje breve e incomprensible desde la sala de control.
—Mueve el culo y pásate por aquí. Rápido, o te perderás algo que nunca volverás a ver.
Wolfgang y Charlene estaban en medio del primer inventario cuando el mensaje llegó a través del intercomunicador. El la miró y señaló inmediatamente el terminal.
—Vamos.
—¿Qué? ¿Ahora mismo? —Charlene sacudió la cabeza, protestando—. Acabamos de empezar. Le prometí a Cameron que lo tendríamos todo organizado y dispuesto para empezar a trabajar en cuanto llegaran. Sólo nos quedan unas cuantas horas.
—Lo sé. Pero conozco a Hans. Nunca exagera. Debe ser algo especial. Vamos, terminaremos esto después.
La cogió de la mano y empezó a tirar de ella, demostrando su experiencia difícilmente ganada con la baja gravedad. Charlene llevaba en la Estación Salter menos de veinticuatro horas, pues era la segunda persona en hacer la transferencia completa desde el Instituto. A Wolfgang le parecía completamente injusto que ella no hubiera sufrido ni el más mínimo mareo. Pero al menos no tenía aún su facilidad de movimientos. Tiró de ella y la hizo girar, ajustando el momento angular y linear. Tras unos instantes, Charlene comprendió que debería moverse lo mínimo posible, y dejó que la guiara como si fuera un peso muerto. Recorrieron rápidamente el corredor helicoidal que llevaba a la zona de control central.
Hans les estaba esperando cuando llegaron, y tenía la atención fija en una pantalla que mostraba la Tierra en su centro. La imagen procedía de un satélite observador geoestacionario emplazado a treinta y cuatro mil kilómetros de altura, de manera que todo el globo parecía una pelota que llenaba la mayor parte de la pantalla.
—Desde esta distancia no se ve nada del tamaño de una nave —dijo Hans—, así que tenemos que trucarlo. Si queremos ver naves, el ordenador genera gráficos y los hace aparecer en la pantalla. Observad ahora. La acción empezará en un par de minutos.
Charlene y Wolfgang permanecieron tras él mientras Hans, indiferente, tecleó una corta secuencia de comandos. La pantalla permaneció silenciosa, mostrando Europa, Asia y África como un disco medio iluminado bajo una capa de nubes. Los segundos se alargaron hasta parecer una eternidad.
—¿Bien? —dijo Wolfgang por fin—. Aquí estamos. ¿Dónde está la acción?
Se inclinó hacia delante. Al hacerlo, la pantalla cambió. De repente, desde seis puntos diferentes del hemisferio, aparecieron una serie de chispas brillantes de luz roja. Primero fueron media docena, fáciles de distinguir. Pero a los pocos minutos el número se multiplicó, como luciérnagas pululando sobre el globo que había debajo. Cada una empezó a ejecutar la lenta inclinación hacia el este que mostraba que se dirigían a la órbita. Pronto fueron demasiado numerosas para que pudieran contarlas.
—¿Veis la de la izquierda? —dijo Hans—. Esa viene de Aussierport. La mayor parte de vuestros colegas estará a bordo: Judith, y De Vries, y Cannon. Estarán aquí dentro de hora y media.
—Santo Dios. —Charlene sacudió la cabeza, con el ceño fruncido—. No pueden ser naves. No hay tantas en todo el mundo.
Estaba demasiado absorta en la escena para captar la referencia familiar que Hans Gibbs había hecho sobre la directora del Instituto, pero Wolfgang dirigió a su primo una rápida mirada de comprensión.
—Charlene tiene razón —dijo Hans. Parecía satisfecho por su reacción—. Si sólo consideras las Lanzaderas y otras reutilizables, no hay tantas naves. Pero no disponíamos de tiempo. Salter Wherry me dijo que trajera aquí arriba a todo el mundo, gente y suministros, y al infierno con el coste. Es el jefe, y era su dinero. Por el modo en que se han ido desarrollando las cosas, si hubiera esperado más tiempo, nunca habríamos podido traer lo que necesitamos. Lo que veis ahora es la mayor emigración de personas y equipo que veréis nunca. Conseguí permiso para que pudieran despegar todas las naves que encontré, en todas partes del mundo. Observad ahora, hay más.
Una segunda oleada había comenzado, esta vez mostrada con un fuerte color naranja. Al mismo tiempo, otros brillantes puntos rojos empezaron a asomarse desde el lado oscuro de la Tierra. Los lanzamientos hechos desde el hemisferio invisible estaban apareciendo también.
Hans pulsó otra tecla y un puñado de puntos verdes apareció en la pantalla, esta vez en una órbita más alta.
—Esas son nuestras estaciones, todo el Imperio Wherry, excepto las arcologías, que están demasiado lejos para que las pueda mostrar la escala. Dentro de otra media hora veréis cómo la mayor parte de los lanzamientos empiezan a converger en las estaciones. En las próximas treinta y seis horas nos encontraremos con multitud de encuentros y atracadas.
—¿Pero cómo sabes dónde están las naves? —preguntó Charlene con los ojos completamente abiertos, hipnotizada por el remolino de chispas brillantes—. ¿Está todo calculado a partir de datos introducidos previamente?
—Mejor aún. —Hans señaló con el pulgar otra de las pantallas que tenía al lado—. Nuestros satélites de reconocimiento registran constantemente todo lo que despega. Señales térmicas infrarrojas para los despegues, apertura sintética del radar después. El software convierte los datos de velocidad y distancia en posiciones, y los muestra en la pantalla. Wherry instaló los sistemas de observación y seguimiento hace unos pocos años, cuando empezó a temer que algún loco en la Tierra intentara atacar una de estas Estaciones. Pero es ideal para usarlo de este modo.
Una tercera oleada comenzaba. Alrededor del ecuador, un nuevo lazo de brillantes reflejos azules se expandía sobre la superficie de la Tierra. El planeta estaba rodeado por una confusión multicolor de puntos de luz en forma de espiral.
—Por el amor de Dios. —Wolfgang olvidó cualquier pretensión de hacerse el tonto—. ¿Cuántas hay? He contado más de cuarenta, y ni siquiera he intentado sumar los lanzamientos del hemisferio americano.
—Doscientas seis naves de todas las formas y tamaños—, y la mayoría de ellas no están diseñadas para el tipo de puertos que tenemos aquí. El número de lanzamientos aparece registrado aquí. —Hans señaló una parte del aparato, pero tenía la atención fija en la pantalla.
—Va a ser una pesadilla —dijo alegremente—. Tenemos que ocuparnos de todas. La verdad es que ni siquiera vamos a intentar que todas lleguen aquí. Muchas se quedarán en una órbita baja y les enviaremos los remolcadores para que recojan a los pasajeros. No tuve tiempo para preocuparme por lanzamientos extra. Ya teníamos bastantes problemas para hacer que muchas de esas chatarras se pusieran en órbita.