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Charlene le ayudó a levantar a Wherry del asiento. Lo hizo con toda la gentileza que pudo, mientras parte de su cerebro continuaba sorprendida y miraba a Wolfgang y a Hans. En los últimos minutos se había producido un cambio extraño y repentino en su relación. Hans era aún mayor, más experimentado. Pero a medida que los hechos empezaban a volverse más confusos y deprimentes, parecían encogerse, mientras que Wolfgang se volvía más fuerte y determinado. En este momento, no había duda sobre quién estaba al mando. Hans seguía las órdenes de Wolfgang sin ninguna duda. Estaba ante la consola, pegado al micro, y sus dedos volaban sobre las teclas.

—Deja a Wherry aquí —dijo tras unos segundos—. El Centro Médico dice que Olivia Ferranti estará aquí en un momento. Túmbalo y no le muevas, no intentes nada a menos que deje de respirar… van a traer un equipo reanimador.

—Bien. —Wolfgang hizo un gesto a Charlene, y entre los dos bajaron cuidadosamente al suelo a Salter Wherry, colocando la chaqueta de Wolfgang para que apoyara en ella la cabeza. Wherry se quedó tumbado un momento y luego intentó levantarse.

—No se mueva —dijo Charlene.

Él meneó un poco la cabeza.

—Las pantallas. —La voz de Wherry era un susurro—. Tengo que ver las pantallas. Pregunta. Las ciudades.

Hans se había girado para verles. Asintió.

—Ya he pedido información sobre eso. Las ciudades importantes. ¿Qué más?

—¿Puedes contactar con la nave donde viaja el personal del Instituto? —preguntó Wolfgang—, Tenemos que hablar con JN. Están bastante lejos de la atmósfera, pero no sé si se les ve desde aquí.

—No importa. —Hans se volvió hacia la consola—. Podemos contactar a través de relés. Intentaré localizarles. Tendremos que usar otro canal. Haré que aparezca en la pantalla que tenéis detrás.

Se puso a trabajar ante el tablero. Era el único que tenía algo que hacer que le ocupara por completo. Charlene y Wolfgang se quedaron a un lado, sintiéndose indefensos. Salter Wherry, después de su esfuerzo por levantar la cabeza, yacía inmóvil. Parecía haber perdido toda la sangre, y tenía la cara lívida y las manos crispadas. Su respiración jadeante era el único sonido que rompía el urgente bip de los nuevos lanzamientos. Las chispas ya no se concentraban en una banda alrededor de la órbita de la Tierra. Ahora cubrían el globo como una red brillante, más densa en el hemisferio norte y en el polo.

Olivia Ferranti llegó cuando las imágenes del satélite de reconocimiento aparecían en la pantalla. La doctora miró sorprendida la explosión blanquiazul que había sido Moscú, y luego la ignoró y se arrodilló junto a su paciente. Su ayudante conectó rápidamente los electrodos de la unidad portátil al pecho desnudo de Salter Wherry, y cogió una sierra de aspecto ominoso y un escalpelo de un maletín esterilizado.

—Ya están listas las transmisiones de la nave que querías —dijo Hans—. ¿Con quién quieres hablar?

—Con JN —contestó Wolfgang—. Charlene, será mejor que hables con ella. Dile que abandonen la trayectoria de encuentro hasta que nuestros misiles de defensa les sobrepasen. Estarán más seguros y…

Sus palabras se perdieron en un estallido de ruido procedente de las unidades de comunicación.

—Maldición. —Hans Gibbs redujo rápidamente el volumen hasta un nivel tolerable—. Es lo que me temía. Algunas explosiones termonucleares están al borde de la atmósfera. Estamos recibiendo Efectos Pulsares Electromagnéticos, y eso borra las señales. Estamos a salvo, pues todo el sistema Wherry fue reforzado hace tiempo. No estoy tan seguro en lo que respecta a la nave. Voy a intentar un canal láser. Espero que estén reforzados contra los EPE y espero que estemos en línea en ese momento.

Las pantallas de reconocimiento contaban una historia escalofriante. Cada pocos segundos la imagen cambiaba para mostrar una nueva explosión. No había tiempo para identificar qué ciudad era antes de que se desvaneciera en el brillo de la fusión de hidrógeno. Sólo podían ver si era de día o de noche y así sabían a qué hemisferio llegaban los misiles. Era imposible estimar los danos o la pérdida de vidas antes de que una nueva escena llenara las pantallas. Salter Wherry tenía razón. La esperanza de un ataque preventivo había sido vana.

Wolfgang y Charlene contemplaban juntos la mayor parte de las pantallas. Aún enviaba señales desde una órbita geoestacionaria. Una vez más la pantalla chisporroteaba con las brillantes fluctuaciones de luz, pero esta vez no eran el resultado de la simulación del ordenador. Eran explosiones de cabezas nucleares múltiples de muchos megatones. Todo el hemisferio estaba sembrado de oscuros nubarrones, a medida que los edificios, los puentes, las carreteras, las casas, las plantas, los animales y los seres humanos eran volatilizados y llevados a la estratosfera.

—Hamburgo —susurró Wolfgang, casi para sí mismo—. Eso era Hamburgo. Mi hermana vivía allí. Con su marido y los niños.

Charlene no habló. Apretó su mano mucho más fuerte de lo que advertía. Las explosiones continuaron, llenando la pantalla de un silencio espectral que parecía casi peor que el ruido. ¿Deseaba que la pantalla mostrara imágenes de Norteamérica? ¿O prefería no saber qué había pasado allí? Con todos sus parientes en Chicago y Washington, parecía que no había esperanza para ninguno de ellos.

Se dio la vuelta. A Salter Wherry le habían colocado una mascarilla. Ferranti había abierto su camisa y le estaba haciendo algo en el pecho que Charlene prefirió no ver. El ayudante estaba preparando una camilla en la que transportarle.

¿Muerto o vivo? Charlene se sorprendió al ver que Wherry estaba completamente consciente y que sus ojos pugnaban por seguir las pantallas. Había una intensidad en su expresión que podía deberse a los estimulantes cardíacos, pero al menos aquella mirada terrible había desaparecido.

Charlene siguió la mirada de Wherry y observó la pantalla que había al fondo de la sala, donde aparecía una imagen difusa. Cuando se aclaró, comprendió que estaba viendo a Jan De Vries. Estaba sentado en la Lanzadera, con una pila de papeles en el regazo. Parecía muy mareado. Y estaba llorando.

—Doctor De Vries… Jan. —Charlene no sabía si podía verla u oírla, pero tenía que hablarle—. No intente acercarse. Tenemos conectado un sistema de misiles de defensa.

Él dio un respingo al oír su voz.

—¿Charlene? Puedo oírla, pero nuestro sistema de imagen no funciona. ¿Puede verme?

—Sí. —Nada más decirlo, Charlene lo lamentó. Jan De Vries estaba descompuesto, tenía toda la chaqueta manchada de vómito y sus ojos estaban rojos por el llanto. Para un hombre que siempre cuidaba su aspecto, su estado actual tenía que ser humillante—. Jan, ¿ha oído lo que he dicho? No deje que intenten acercarse.

—Lo sabemos. —De Vries se frotó los ojos—. Ese mensaje fue lo primero que vino. Estaremos en órbita hasta que sepamos que acercarse a la Estación Salter no es peligroso.

—Jan, ¿lo ha visto? Es terrible. El mundo está explotando.

—Lo sé. —De Vries hablaba claramente, casi de modo ausente. Charlene tuvo la impresión de que tenía la mente en otra parte.

—Tengo que hablar con algún médico de la Estación Salter —continuó diciendo él—. Tendría que haberlo hecho antes de despegar, pero había demasiado alboroto. ¿Puede encontrarme uno?

—Aquí mismo hay uno. Salter Wherry ha sufrido un ata que, y le está atendiendo.

—Bien, ¿quieres acercar al médico al comunicador? Es imperioso que hable con él sobre las instalaciones médicas de la Estación Salter. Necesitamos urgentemente ciertas drogas y equipo quirúrgico… —Jan De Vries se detuvo de repente, con aspecto perplejo, y sacudió la cabeza—. Lo siento, Charlene. La oí, pero tengo dificultades para concentrarme en más de una cosa a la vez. Dijo que Wherry había tenido un ataque. ¿Cuándo?