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A Wilmer pareció no afectarle lo cerca que había estado del fracaso.

—Supongo que tenías razón, Kallen —dijo alegremente cuando estuvo abajo, sano y salvo—. Es extraño. Me habría apostado el cuello a que yo tenía la velocidad adecuada y tú no.

—Menos mal que no fuiste el primero en llegar —dijo severamente Rosanne; había visto lo cerca que había estado Kallen de perder también su asidero—. Si Peron hubiera hecho eso se habría visto en problemas. ¿Y qué es eso que traes ahí dentro? Probablemente es su masa lo que no tuviste en cuenta en tus cálculos.

Wilmer alzó una maleta verde.

—¿Aquí? Comida. No sabía cuánto tiempo Íbamos a estar aquí. No tengo ganas de morirme de hambre, aunque a vosotros no os importe hacerlo. Y si hubiera sido el primero, Rosanne, con mi trayectoria habría sido también el primero en salir. A esa velocidad y altura no habría llegado a alcanzar Remolino. Hay una moraleja en todo esto: mejor venir demasiado alto y rápido que lento y bajo.

Había empezado a saltar de un pie a otro, probando su equilibrio. La gravedad efectiva en el ecuador de Remolino no era exactamente cero, pero era tan débil que resultaba relativamente fácil dar un salto hacia arriba de cientos de metros. Todos lo habían intentado y habían perdido el interés por hacerlo. Se tardaban minutos en caer de nuevo a la superficie, flotando como una pluma, y con una experiencia era suficiente.

Pronto partieron del ecuador de Remolino, viajando en grupos y dirigiéndose a la reconfortante gravedad de las regiones polares. Solo Sy quedó atrás, haciendo sus propios experimentos, solitarios y sorprendentes, sobre el movimiento en aquel áspero terreno.

El avance fue más lento de lo que habían esperado. Podían volar sin mucho esfuerzo sobre la superficie, usando las pequeñas unidades propulsoras. Pero la rápida rotación de Remolino hacía que hubiera que tener en cuenta las fuerzas de Coriolis, y por eso había que ajustar constantemente la línea del vuelo. Los ordenadores de los trajes rehusaban aceptar y seguir un simple reconocimiento hacia el norte, y era fácil desviarse veinte o treinta grados del rumbo. Después de un par de horas de camino, Sy les dio alcance y les pasó rápidamente. Había descubierto un truco propio para estimar y compensar los efectos de Coriolis.

A medida que volaban hacia el norte, el aspecto de la tierra que tenían debajo cambiaba gradualmente. El ecuador estaba compuesto por grandes rocas amontonadas en arcos, espirales y muros que desafiaban la gravedad. Unos pocos kilómetros hacia el polo, el terreno empezaba a suavizarse y se convertía en una planicie de piedras aplastadas. No era un paisaje agradable, y la temperatura podía congelar el mercurio. Pero, comparado con algunos de los otros mundos, Remolino parecía un lugar donde pasar las vacaciones.

Los trajes tenían sistemas de reciclado y amplios suministros de comida. Los contendientes estuvieron de acuerdo en continuar directamente hasta el polo y descansar allí unas cuantas horas antes de regresar al ecuador y marcharse. Según Gilby, en el polo encontrarían un domo de investigación, donde podrían dormir cómodamente y quitarse los trajes durante unas cuantas horas. Todas las exploraciones científicas sobre Remolino habían sido completadas hacía muchos años, pero las instalaciones del domo aún deberían estar en perfecto funcionamiento.

Elissa y Peron habían decidido viajar juntos, utilizando la radio para sus conversaciones privadas. Los ordenadores de los trajes registrarían los mensajes que llegaran y les interrumpirían si había alguno urgente. Elissa parloteaba llena de animación y alegría.

—Tengo montones de cosas que decirte. Ayer no tuve oportunidad de hablar contigo, porque estabas demasiado ocupado preparándote para el aterrizaje. Pero he pasado mucho tiempo haciéndome amiga de uno de los miembros de la tripulación: Tolider, el del pelo corto y poco sentido del humor.

—Ya me di cuenta —dijo Peron secamente—. Te vi acariciándole y fingiendo que también te gustaba. Es repugnante. ¿Para qué querrá la gente un gusano gordo y peludo como mascota?

Elissa se echó a reír.

—Si te dijera para qué, tu alma inocente se escandalizaría. Pero Tolider lo quiere solamente para que le haga compañía, y le cuida bien. Quien me quiere a mí, quiere a mi tardón, parece pensar. En cuanto pensó que yo también era una amante de los tardones, estuvo dispuesto a desnudar su alma. ¿Te vas a pasar ahora las próximas horas sintiéndote celoso o quieres saber lo que dijo?

—¡Oh!, de acuerdo. —La curiosidad de Peron era demasía do grande para mantener un tono indiferente, y sabía por propia experiencia lo buena que era Elissa sonsacando información a cualquiera—, ¿Qué te dijo?

—Después de sentirse cómodo conmigo hablamos sobre los Inmortales. Dice que no son un bulo o algo inventado por el gobierno. Y que no son hi humanos ni alienígenas. Dice que son máquinas.

—¿Cómo lo sabe?

—Los ha visto. Lleva más de veinte años trabajando en el espacio, y recuerda la última vez que vinieron los Inmortales. También dijo algo más en cuanto le hice soltar la lengua (cierra el pico, Peron), algo que el gobierno no quiere que sepa ninguno de los habitantes de Pentecostés. Me lo dijo porque quería advertirme, porque siente pena por mí. Dice que algunos de los ganadores de la Planetfiesta que salen del planeta son sacrificados a los Inmortales.

Ellos… eso quiere decir nosotros, se convertirán también en máquinas.

—¡Tonterías!

—Estoy de acuerdo, eso es lo que parece. Pero dio un montón de buenas razones. Se habla de los Inmortales, pero jamás se describe ninguno. No hay ninguna historia que diga que son como nosotros, o que sean grandes o pequeños o que tengan el pelo verde o seis brazos. Y dime: ¿qué le pasa a los ganadores de la Planetfiesta cuando salen del planeta?

—Sabes que no puedo responder a eso. Pero hemos visto vídeos sobre ellos después de que ganaran los juegos. ¿Cómo podría ser así si se hubieran convertido en máquinas?

—Yo sólo digo lo que dice Tolider… y se supone que es lo que se rumorea por toda la división espacial. Es como una antigua leyenda, que se remonta en el tiempo hasta el primer contacto con los Inmortales. Sabemos que los registros grabados de la Nave fueron destruidos, pero no hay ninguna duda de que salió del Sistema Solar hace más de veinte mil años y viajó por el espacio hasta que encontró Pentecostés hace cinco mil.

—Nadie discutiría eso, a excepción de tu tía, la que piensa que hemos estado siempre en Pentecostés. Nos lo enseñan en la escuela.

—Pero los viejos archivos dicen que todo lo que había en la Tierra quedó destruido y que todo el mundo murió en las Grandes Guerras. Supongamos que eso no es cierto… que es verdad en parte, pero exagerado. Supongamos, como dice Tolider, que quedaron los suficientes supervivientes de las bombas y el Largo Invierno para volver a empezar de nuevo. No lo harían desde cero, como nosotros en Pentecostes. Podrían haberse recuperado rápidamente. A nosotros nos llevó menos de cinco mil años multiplicarnos hasta llegar a ser más de mil millones. En la Tierra podrían haber tardado quince mil años en desarrollar su tecnología, más allá de lo que podamos imaginar, mientras nosotros aún deambulábamos en la Nave buscando un hogar. Ellos podrían tener máquinas cientos de generaciones por delante de nuestros mejores ordenadores. Tal vez incluso hayan alcanzado el punto en que la línea divisoria entre lo orgánico y lo inorgánico se pierde. Sabemos con seguridad que tendrían mejores ordenadores… ¿Te has dado cuenta de que son los Inmortales, no Pentecostés, quienes controlan el viaje espacial a través del Sistema Cass, porque su sistema de seguimiento computerizado es infinitamente mejor que el nuestro? Sy me lo dijo, y Gilby se lo dijo a él. De todas formas, esto es lo que cree Tolider: los Inmortales son ordenadores inteligentes, tal vez con componentes biológicos, enviados desde la Tierra. Ahí lo tienes. Tú eres el listo… encuentra un agujero en esa lógica.