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Se inclinó hacia delante, cogió a Rosanne por la cintura y con un movimiento tiró de ella hacia atrás, apartándola de la puerta exterior. Oyó por la radio un jadeo de sorpresa a medida que Rosanne surcaba la superficie marrón y plata. Entonces, antes de poder seguirla, una gran fuerza se apoderó de él y le arrojó sobre las rocas.

A pesar de que se revolvió y se golpeó contra su propio traje, sus pensamientos continuaron claros. El sello de la puerta interior tenía que estar ya roto, a punto de caer y colgando de un hilo. Mientras hubiera la misma presión en la compuerta y en el domo, no había problema. Pero en cuanto succionaron la presión de la compuerta, la puerta interior recibió toneladas de aire y presión. Si fallaba, todos los gases del domo serían liberados en una gigantesca explosión a lo largo del cerrojo. Y todo el que estuviera en medio…

Peron giraba disparado de una formación rocosa a la otra. Sintió tres colisiones separadas y aplastantes, una en el pecho, otra en la cabeza y la tercera en la cadera. Entonces, de repente, terminó. Estaba tirado boca arriba, contemplando la órbita roja de Cassby y sorprendido al notar que estaba aún vivo.

Los otros corrieron a ayudarle a ponerse en pie. Se sorprendió al ver que estaba a casi cincuenta metros del domo. Rosanne se había puesto en pie y hacia señas para demostrar que estaba a salvo.

—Yo también estoy bien —dijo Peron.

Los otros guardaron un largo y extraño silencio. Peron advirtió por fin un escalofrío débil y horrible en el lado izquierdo de su abdomen. Miró hacia abajo. Su traje, en esa zona, estaba terriblemente rasgado desde el pecho a los muslos, y en su abdomen era blanco en vez del normal tono gris metálico.

—El suministro de aire funciona, pero ha perdido dos tanques. —La voz de Lum sonaba extrañamente distorsionada a sus espaldas. La radio del traje había recibido un golpe, pero aún funcionaba después de un intervalo.

—No hay problema, puede compartir el nuestro.

—Los controles del motor parecen estar bien.

—Los contenedores de comida han desaparecido.

—Podemos cubrirlos.

—Oh, oh. El sistema termal está averiado. Y la mayor parte del aislamiento del traje está roto a partir del torso.

—Ése es un problema grave.

La distorsión de la radio era tal que Peron tuvo dificultad para identificar a los que hablaban. La desconectó. Mientras ellos inspeccionaban el estado de su equipo, su propia mente se adelantó.

Tenía que evaluar las diferentes opciones.

¡Piensa!

Catorce horas de regreso al ecuador… digamos unas diez a la máxima velocidad. Unos pocos minutos en la catapulta de lanzamiento, luego otras seis o siete horas para encontrarse con la nave. No había esperanza. Incluso estando completamente aislado, con aquellas temperaturas el traje sólo le protegería durante tres o cuatro horas. Habría muerto de hipotermia mucho antes de llegar al ecuador.

¿Cambiarse de traje? No había ninguno más. Llevaban partes de repuesto para algunos componentes pequeños, pero no para el traje completo.

¡Piensa! ¿Envolverse en algo que le mantuviera caliente durante mucho tiempo? Perfecto… ¿pero qué? No había nada.

¿Meterse en el domo, reemplazar el aire perdido de los tanques y elevar la temperatura? Tal vez. Podrían introducir el aire en menos de una hora. Pero no podrían generar calor tan rápidamente. Podría respirar, pero moriría congelado.

¿Enviar una señal de emergencia para que una nave pequeña aterrizara en el polo de Remolino». Probablemente era lo mejor… pero la esperanza seguía siendo muy pobre. Tres o cuatro horas para prepararse y luego otras tres antes de que llegara. Para entonces, Peron sería un cadáver helado.

¿Otras ideas? No podía encontrar ninguna. Su mente siguió corriendo y escribió su propio epitafio: Peron de Turcanta, de veinte años, que sobrevivió a las dunas del Desierto de Talimantor, a los bosques nocturnos de Villasylvia, al Laberinto de Hendrack, a las cavernas subacuáticas de Charant, a los glaciares de Capandor, a las profundidades abisales de la Sima de Lackro… que había vivido para congelarse en Remolino. Su nombre se añadiría a la lista de aquellos otros nombres que el gobierno nunca mencionaba, los desgraciados que morían en las pruebas extraplanetarias de los juegos de la Planetfiesta.

Peron volvió a conectar la radio de su traje.

—Entonces todos estamos de acuerdo —decía una voz clara—. ¿A ninguno se le ocurre nada válido?

La distorsión de la radio dañaba y cambiaba el tono de voz. Peron salió de sus sombríos pensamientos y descubrió, para su sorpresa, que el que hablaba era Wilmer.

—Eso parece. —Aquél era, obviamente, Lum—. Llamamos a la nave y posiblemente tendrán algo preparado en cuanto puedan, pero tardará probablemente ocho horas. Sy ha hecho una estimación aproximada de la pérdida de calor, y calcula que tenemos un par de horas para hacer algo… tres como máximo.

—¡Maldición!

Exactamente lo mismo que pienso yo, se dijo tranquilamente Peron. ¡Maldición! ¿Pero qué es lo que pasa con Wilmer? Después de haber sido considerado un participante falso y misterioso, se convierte de repente en la figura dominante del grupo. Los otros se dirigen a él dejándole que les controle.

Pero comprendió que era un simple shock lo que les había desbordado a todos; pero de alguna manera Wilmer y él, que estaba condenado a morir, eran capaces de distanciarse de la emoción. Vio la cara horrorizada de Elissa a través de la escafandra y le dirigió una sonrisa de ánimo. Kallen tenía lágrimas en los ojos e incluso Sy había perdido aquella remota mirada de tranquila confianza.

—¿Ninguna idea más? —continuó Wilmer—. Bien. Dejadme a solas con Peron. Quiero que introduzcáis atmósfera en el domo en cuanto sea posible. No os preocupéis por la temperatura. Sé que será baja y podremos apañarnos con eso.

Abrió el maletín verde con el equipo que había traído consigo y examinó las ampollas, jeringas y herramientas electrónicas que aparecían dispuestas ordenadamente en su interior. Después de echarle una mirada de asombro, Sy se encaminó hacia el domo, pero los otros se quedaron inmóviles hasta que Lum intervino:

—¡Vamos a hacerlo! —rugió, y mientras se marchaba, se giró hacia Wilmer, con las manos crispadas dentro de los guantes del traje—. No es momento para hablar, pero será mejor que sepas lo que estás haciendo. De lo contrario, yo mismo te despellejaré vivo cuando volvamos a la nave.

Wilmer no se molestó en contestarle. Tras la escafandra, su cara mostraba su intensa concentración.

—Conecta el circuito privado. Tenemos que hablar unos minutos —le dijo a Peron, y esperó hasta que la frecuencia personal del traje fue confirmada—. De acuerdo. ¿Cómo evalúas tus probabilidades de sobrevivir?

—Como cero.

—Bien. Empezaremos sin ninguna falsa esperanza. ¿Estás dispuesto a correr el riesgo?

Peron sintió ganas de reír.

—¿Te refieres a que corra un riesgo que me de menos posibilidades de sobrevivir que las que tengo ahora?

—Buena respuesta. Sé exactamente lo que voy a intentar hacer, pero nunca lo he intentado bajo circunstancias, ni remotamente, parecidas a ésta. Tengo las drogas necesarias, y el ambiente en el domo no será demasiado distinto de las condiciones de laboratorio. ¿De acuerdo?

—No tengo ni la más remota idea de qué demonios estás hablando.

—Y yo no tengo tiempo para explicaciones. No importa. Primero voy a ponerte una inyección. Tendré que hacerlo a través del traje, pero creo que la aguja podrá traspasarlo, y el autoreparador se encargará del pinchazo. Después, te meteremos en el domo. Creo que el sello del hombro es el mejor.