—Cierto —dijo Ferranti—. Ahora tarda el doble.
—¿Qué es lo que tarda el doble? —Peron sintió como si hubieran estado jugando a las adivinanzas sólo para confundirle.
—El servicio —contestó Atiyah. Era hombre de pocas palabras—. Debería ser instantáneo. Vamos a medir el retraso. Orden: Traedme un vaso de agua.
Permanecieron sentados en silencio hasta que diez segundos después un vaso lleno de líquido apareció ante Atiyah.
Garao asintió.
—Será mejor que lo notifiquemos inmediatamente a Rinker. Tendrá que salir del espacio-L para corregirlo. Ahí tenéis a ese bastardo envarado y a su nave «perfectamente dirigida».
—Y vaya si se sentirá complacido —dijo Ferranti—. Ya se está quejando del desastre que ha sido este viaje…
—¿Salir del espacio-L? ¿Pero adonde irá?
Los otros le miraron un instante.
—Lo siento —dijo Carao—. Pero nuevamente son órdenes del capitán. No podemos incluirle en la conversación. Orden: Llevad a Peron de vuelta a su habitación.
—¡Esperen un minuto! —Peron estaba frenético—. Miren, al diablo con las órdenes del capitán. Si algo va mal, tengo derecho a saberlo también. Estoy en la nave, igual que ustedes. Quiero quedarme aquí y averiguar qué es lo que está pasando.
Pero la última frase fue una pérdida de tiempo. Peron añadió una andanada de maldiciones. El retraso en el servicio podía preocupar a los otros, pero aún era demasiado breve. Estaba de regreso en su habitación, hablando a las paredes desnudas.
19
Peron sólo se permitió maldecir unos pocos segundos. Entonces se quitó los zapatos y corrió a toda velocidad por el corredor que conducía a la parte superior de la nave. Los monitores mostrarían aún sus movimientos, eso parecía seguro. Pero ahora que había una emergencia a bordo, ¿quién estaría vigilando? No habría otra oportunidad mejor para explorar las áreas que le estaban prohibidas normalmente.
Su primer estudio del esquema interno de la nave no había sido infructuoso. Corrió rápidamente y en silencio hacia el camarote de Rinker, seguro de cada corredor. En la intersección ante la puerta de Rinker se detuvo y miró desde la esquina. ¿Había llegado a tiempo? Si Rinker ya se había marchado, no habría manera de saber adonde había ido.
Oyó la puerta abrirse y cerrarse y se retiró al siguiente recodo del corredor. No oyó pasos. Rinker debía estar encaminándose en la otra dirección.
Salió corriendo de nuevo y echó otra ojeada al corredor, justo a tiempo para ver a Rinker de espaldas. Se dirigía a la izquierda, lejos del comedor.
Peron intentó visualizar la distribución. ¿Qué había en aquella dirección? Todo lo que podía recordar eran dos grandes cámaras de almacenamiento, cada una llena de materiales de alguna clase, y más camarotes. La sala de suspensión estaba al fondo de ese mismo corredor.
Rinker continuaba caminando, sin volver la vista atrás. Pasó las zonas de almacenaje, los camarotes… ¿Qué podría querer en la sala de suspensión?
¿No habría olvidado Peron alguna ramificación en el corredor? Sabía que no podía ignorar la posibilidad. Se arriesgó y acortó la distancia que les separaba. Estaba tan cerca que podía oír la pesada respiración de Rinker y oler el desagradable talco que usaba como ambientador corporal.
Peron arrugó la nariz. ¡No le extrañaba que aquel tipo viajara solo!
Dudó ante la puerta de la cámara de suspensión. Rinker había entrado, pero no había forma de seguirle sin que advirtiera su presencia.
En el interior sonó un chasquido. Peron se asomó a la puerta. Rinker había abierto uno de los grandes sarcófagos brillantes y estaba cerrando la puerta después de meterse dentro.
Peron entró en la sala en cuanto el panel delantero quedó completamente cerrado. Pero en vez de dirigirse al sarcófago de Rinker continuó hasta el fondo y miró a través de la tapa transparente. Lum estaba allí dentro, blanco como un cadáver. Peron trató de ignorar la figura enorme y quieta y miró en cambio las paredes del contenedor.
Era extraño. Aunque no lo había advertido en su primera visita, con el capitán Rinker, la caja parecía tener un servicio completo de controles tanto dentro, como fuera… como si aquellas figuras prisioneras y congeladas pudieran despertarse y desearan controlar el aparato desde dentro. Y había algo más, igualmente extraño. En el otro extremo del contenedor había otra puerta del mismo tamaño que daba solamente a la pared lisa.
Habían pasado un par de minutos desde que Rinker entrara y cerrara la puerta. Con mucho cuidado, Peron anduvo hasta colocarse ante la caja. Pegó la oreja y oyó un siseo de gases y el golpeteo de una bomba. Peron se arriesgó a mirar, Rinker yacía con los ojos cerrados. Parecía bastante relajado y normal, pero una cadena de filamentos plateados había aparecido de las paredes del contenedor y se había adherido a varias partes de su cuerpo. Un fino fluido blanco empapaba su piel. Peron tocó la superficie del contenedor, esperando el frío helado que había sentido ante el sarcófago de Lum. Dio un brinco y retiró la mano bruscamente. La superficie estaba caliente y producía un hormigueo, como si le estuviera enviando una corriente eléctrica.
La situación no cambió durante un par de minutos. Entonces el atomizador dejó de funcionar y los nódulos volvieron a su lugar en el lado del contenedor y los filamentos plateados se aflojaron y retiraron. Peron continuó contemplándolo. Diez segundos después el cuerpo de Rinker pareció temblar un instante. Y entonces el contenedor quedó vacío. En una fracción de segundo, antes de que Peron pudiera parpadear, Rinker se había esfumado por completo.
Peron estuvo tentado de abrir la puerta del contenedor. En cambio, se acercó al otro sarcófago vacío que había al lado y lo abrió. Los controles internos parecían bastante simples. Había un dial de tres direcciones, un contador con las unidades en días, horas y centésimas de hora, y un mando manual donde aparecían solamente las letras N, L y H. La posición H estaba en rojo, y debajo había una nota: PRECAUCIÓN: NO USAR EL MÓDULO PARA HIBERNACIÓN (H) SIN AJUSTAR EL CONTADOR TEMPORAL O SIN AYUDA DE UN OPERADOR EXTERIOR.
Peron estaba pensando en entrar para echar un vistazo más de cerca cuando oyó un chasquido de advertencia procedente del otro contenedor. La puerta volvía a abrirse. Se obligó a moverse con cuidado y en silencio mientras cerraba su cofre. Era demasiado tarde para salir de la habitación: la puerta estaba abierta. Afortunadamente, lo hacía en su dirección, por lo que quedó temporalmente oculto tras ella. Se movió en silencio hacia la siguiente caja y se acurrucó tras ella.
Rinker había regresado. Se dirigía lentamente hacia la salida de la habitación, sin mirar a derecha ni izquierda. Peron le vio de refilón y se dio cuenta de que tenía los ojos hundidos e inyectados en sangre y el rostro pálido. Le siguió a una distancia prudencial. El otro hombre caminaba como borracho y parecía totalmente exhausto y derrotado por la fatiga. En vez de continuar hacia su camarote, entró en el comedor. Garao, Ferranti y Atiyah estaban aún charlando allí dentro.
Y aún comían. A Peron le pareció extraño, hasta que advirtió que sólo habían pasado unos pocos minutos desde que la orden verbal de Garao le había devuelto a su habitación.
—Todo arreglado —dijo rudamente el capitán Rinker—. Hay un componente defectuoso en el sistema de translación de órdenes. No tenemos repuestos a bordo, así que lo he reparado como he podido.
—¿Durará o volverá a estropearse? —Era la voz de Olivia Ferranti.
—Volverá a fallar tarde o temprano. Pero espero que tarde una temporada. —Rinker bostezó—. Eso ha sido demasiado para mí. Estuve allí casi cinco minutos, sin descanso. Ahora debo irme a dormir.