Hubo un murmullo de voces de conmiseración.
—Esperemos que no vuelva a hacerlo durante el viaje —dijo Garao, aunque su tono no apoyaba sus palabras.
—No lo hará —contestó Rinker—. No espero que haya más problemas en este viaje.
Peron pensó en estas palabras mientras recorría el pasillo de puntillas. Las acciones y comentarios de Rinker eran reveladoras, y Peron ahora tenía un leve indicio de lo que sucedía.
Si tenía razón, a Rinker le esperaban más problemas de los que imaginaba.
En cuanto se alejó lo suficiente del comedor, Peron empezó a correr a toda velocidad. La emergencia había terminado. Y eso significaba que volverían a observar sus movimientos. ¿Habría monitores incluso en el interior de los sarcófagos?
Llegó a la sala de suspensión y se dirigió de inmediato hacia el mismo cofre que había ocupado Rinker. La puerta se abrió con el mismo chasquido, entró en el sarcófago y se tumbó. Todos los controles estaban fácilmente al alcance. Podía alargar la mano y conectarlos con sólo pulsar un botón. La elección ya estaba hecha. No quería la L, puesto que ya estaba en el espacio-L; y tampoco quería la H, ya que eso era la hibernación de Elissa y los otros. Tenía que ser la N… ¿Pero qué era lo que significaba aquello?
Peron se había movido a toda velocidad, pero ahora dudó. ¿Y si el procedimiento que sacaba a Rinker del espacio-L requería otros conocimientos que él ignoraba? Estaba claro que los otros tenían poderes extraordinarios, ya que las órdenes que Peron daba eran ignoradas. ¿Y si el uso de este aparato requería los mismos poderes?
El tiempo pasaba. En cualquier momento podría volver a repetirse el aturdimiento familiar y se encontraría de nuevo en su habitación. Aún tenía el dedo sobre el botón. Cuando en Remolino había estado seguro de que le esperaba una muerte inevitable, lo había encarado firmemente, en completa calma. Esto era diferente. Fuera lo que fuera lo que Rinker y los otros podían hacerle, no creía que fueran a matarle. Pero ahora podía morir por su propia mano. Su siguiente acción podría ser su suicidio.
Peron miró por última vez las paredes del sarcófago. ¡Ahora o nunca!
Inspiró profundamente, cerró los ojos y presionó el botón marcado con la N.
20
No hubo ningún momento molesto de cambio. Peron había esperado un estallido de náusea, o tal vez algún dolor transitorio insoportable. En cambio, sintió el frío contacto de los electrodos en sus sienes y el atomizado de fluido sobre su piel. Se relajó y se dejó llevar en una tranquila meditación. Continuó largo rato, y terminó sólo cuando fue consciente de los latidos de su propio corazón que resonaban en sus oídos.
Un sentimiento de bienestar le inundaba, como si se despertara del mejor sueño de su vida. Sintió la tentación de quedarse tumbado y saborear la sensación. Pero entonces sintió miedo de haberse quedado simplemente dormido, de que nada más hubiera sucedido. Abrió los ojos, preocupado, y miró alrededor.
El interior del sarcófago no había cambiado de forma, pero sí de color. Ahora era naranja pálido, y antes había sido amarillo. Incluso sus ropas eran diferentes, negras en vez de marrones.
Se sentó y entonces tuvo que agarrarse a una de las paredes. Se había quedado dormido en un campo gravitatorio de un g y ahora estaba en caída libre.
La puerta de la habitación no podría cerrarse desde dentro. ¿Y si le seguían? Consciente de que aún era probable que le siguieran y le descubrieran, Peron se dirigió hacia la otra puerta. ¡Menos mal que había aprendido a desenvolverse en caída libre después de salir de Pentecostés! Se sentía un poco extraño, pero no notaba vértigo ni náuseas.
La puerta se abrió sin problemas. La atravesó y la cerró.
Había un cerrojo exterior y lo echó para que no pudieran abrir la puerta desde dentro de la caja. A continuación se dirigió a las puertas y las cerró de la misma manera. Sólo entonces se sintió momentáneamente a salvo.
Miró alrededor. Estaba flotando en un largo pasillo débilmente iluminado por tubos amarillos que corrían paralelos a las paredes y muy lejos pudo oír un ronroneo grave y sibilante. Se encaminó hacia allá.
Al doblar el recodo del pasillo, llegó a una cámara cuadrada con una pared externa completamente transparente. Permaneció ante ella largo rato, abrumado por la visión del universo que se abría a sus ojos. La neblina débil y luminosa del espacio-L había desaparecido. Estaba contemplando un resplandeciente mar de estrellas. Las viejas constelaciones familiares estaban allí, igual que lo habían estado desde la órbita alrededor de Pentecostés. Se sintió aliviado. Estaba aún vivo, y había vuelto a un universo que tal vez comprendía.
Mientras aún estaba contemplándolo, en el corredor hubo un rumor más fuerte. Una máquina se aproximaba, deslizándose por la pared sobre una vía magnética invisible. Su cuerpo principal era pequeño, del tamaño de su cabeza, pero tenía largos brazos articulados a los lados. Peron observó la máquina con cautela.
Se movía muy lentamente y se introdujo en una puertecita que había en la pared del corredor. Peron reconoció el tipo de apertura: había cientos de ellas por toda la nave, en todas partes, desde los camarotes al comedor o la biblioteca, y él había sido incapaz de abrir ninguna. La máquina no tenía el mismo problema. La atravesó suavemente y desapareció.
Peron continuó su viaje. Estaba en una parte de la nave que nunca había visto antes. El pasillo finalmente le condujo a una gran cámara donde había cientos de máquinas. La mayoría permanecían inmóviles, pero de cuando en cuando una o más empezaban a moverse y se deslizaban siguiendo un curso misterioso. Siguió a un par de ellas hasta que atravesaron una de las puertecitas que había en cada corredor.
Peron decidió que tenía que encontrar un lugar tranquilo para pensar. Se encaminó por el pasillo y por fin descubrió que estaba en una cámara diferente. Ésta era una cocina automática, similar a la que había servido a los ganadores de la Planetfiesta en sus viajes a través del sistema Cass. Peron encontró un surtidor de agua y bebió copiosamente. Paladeó el líquido puro. Fueran cuales fueran las otras virtudes del espacio-L, hacía que la comida y la bebida fueran menos interesantes. Estudió unos instantes la disposición y advirtió que el equipo de procesado era diferente de todo lo que había visto en el otro lugar. Por su aspecto, podía producir un menú u otro con ingredientes añadidos y desconocidos.
Mientras estaba observando, cuatro robots entraron en la cocina. Le ignoraron. Llevaban platos en los cuales aún quedaba comida. Peron advirtió que uno de ellos contenía los restos de la misma comida servida con especias que le habían ofrecido en el espacio-L. La superficie de los robots brillaba de humedad. Peron se acercó a uno y lo tocó. El metal estaba helado. Se llevó el dedo a la boca y probó el líquido. Las gotas eran simplemente agua condensada del aire que le rodeaba.
Se sentó en el suelo, se colocó la cabeza entre las manos y se puso a meditar. Todo tenía sentido si podía obligar a su mente a que aceptara una posibilidad increíble. Y era una posibilidad que por fin podía comprobar por sí mismo.
Peron se incorporó. Cogió la bandeja de metal más pesada que pudo encontrar en la cocina y golpeó con todas sus fuerzas la pared de metal. No se dobló. Regresó a la cámara donde estaban los pacientes robots y esperó hasta que uno de ellos se puso en movimiento. Le siguió de cerca por los numerosos pasillos que se desplegaban de la abertura central.
Cuando la máquina se dispuso a atravesar una de las puertecitas. Peron estaba ya preparado. La puerta se abrió y el robot se deslizó en su interior. Mientras aún permanecía abierta, Peron introdujo la fuerte bandeja de metal en la abertura. El mecanismo metálico de la puerta emitió un chasquido, pero no consiguió cerrarse.