Peron se agachó y miró en su interior.
Del otro lado salía una corriente de aire helado. La temperatura debía de estar cercana a la de congelación. El robot había continuado su camino hacia una zona iluminada simplemente por débiles destellos de luz roja.
Peron calculó la anchura de la puerta y vio que había espacio suficiente para que pudiera deslizarse, siempre y cuando quisiera arriesgarse a despellejarse los hombros. Se quitó la chaqueta, la colocó delante de él y se escurrió en el interior.
Estaba aún más frío y más oscuro de lo que había supuesto. Tiritó y se acurrucó contra la chaqueta. No podría quedarse allí mucho tiempo a menos que tuviera más ropa.
Peron reconoció la habitación: era la que estaba junto al camarote de Rinker. Había estado allí antes, durante sus exploraciones originales de la nave. Pero había una gran diferencia. En vez de un campo gravitatorio de un g, sentía que estaba en caída libre.
Vio el robot en el pasillo. Llevaba una botella vacía de la bebida fermentada que Rinker solía tomar durante sus solitarias comidas. El robot se le acercó y otra vez le ignoró. Dudó ante la puerta que mantenía abierta la bandeja y luego se dirigió a otra puerta y la atravesó tranquilamente. Al hacerlo, otro par de robots de servicio aparecieron al otro lado y se pusieron a trabajar para liberar el obstáculo y reparar la puerta.
Peron no se quedó a observar. Se introdujo rápidamente en el apartamento de Rinker. Este se encontraba sentado en una silla, completamente inmóvil, con la mano levantada y la boca abierta. Peron se quedó estudiándole durante varios minutos. Por fin, el capitán consiguió que la mano se moviera una pulgada hacia la boca abierta. Peron le tocó —las mejillas. Eran como mármol helado. Pasó la mano por delante de los ojos de Rinker, pero no hubo ningún parpadeo reflejo.
Aquello era prueba suficiente. Peron salió rápidamente y se dirigió a la sala de suspensión. Atravesó el comedor, donde las figuras inmóviles de Garao, Ferranti y Atiyah continuaban sentadas ante la mesa, convertidas en tres perfectas esculturas de carne congelada.
La sala de suspensión estaba desierta. Peron se detuvo un momento delante de los sarcófagos. Una vez más examinó sus motivos. Arriesgar su propia vida era una cosa; poner en peligro la vida de sus amigos era otra. ¿No sería mejor esperar hasta que la nave llegara al misterioso Mando de los Inmortales y ver cómo trataban allí al grupo?
Intentó imaginar las respuestas que le darían los otros. Parte de su mente podía crear una conversación simulada con Lum, Kallen, Sy, Elissa y Rossane.
—No corréis peligro en los tanques, y no estoy seguro de cómo funciona el proceso para haceros volver a vivir. Parece simple, ¿pero y si hubiera algún problema oculto? ¿No sería mejor que esperara hasta ver qué pasa cuando lleguemos al Mando?
Imaginó que podía oír su respuesta:
—Diablos, no. Si hay algo que ninguno de nosotros pueda soportar es que alguien dirija nuestras vidas. Lo sabes. ¿Por qué crees que nos consideran creaproblemas? Vamos. Creaproblemas. ¡Sácanos de aquí!
Examinó cada tanque por turno. Los controles eran todos idénticos. Podía cambiar el dial a L o a N, y había una tabla para indicar el procedimiento correcto para cada uno. El regreso de la hibernación al estado-N era un proceso largo. Duraría doce horas. Pero Peron no necesitaba montar guardia todo ese tiempo. Buscaría ropas de abrigo para cada uno: Elissa y los otros estaban desnudos a excepción de la película blanca que los cubría. Podría volver a forzar otra puerta y regresar a la zona más cálida donde estaban las cocinas en las que vivían los robots.
Pensó en bloquear la puerta de la sala de suspensión, pero decidió que no sería necesario. Si las cosas salían de acuerdo con el plan, su trabajo estaría terminado antes de que Rinker y los otros pudieran interferir.
Primero Elissa. No podía esperar para verla y charlar de nuevo con ella. Sólo tardó unos instantes en preparar y accionar el mando. Peron miró ansiosamente a través de la tapa transparente del tanque. En el interior sonó un ronroneo de motores y después de unos segundos un vapor amarillo empezó a inundarlo. Entonces Elissa y todo lo demás quedaron completamente invisibles. Peron continuó de un tanque a otro, ajustando las condiciones que rescatarían a sus amigos de la hibernación y les devolverían a la conciencia.
Para Elissa, el horror había comenzado cuando vio el estado en que se encontraba el traje de Peron: había quedado roto y rasgado por el impacto contra la dura superficie de Remolino y posiblemente había quedado inutilizado para protegerle. Las temperaturas del exterior garantizaban que no podía sobrevivir.
Antes de que pudieran sentir plenamente la pena, Wilmer se hizo cargo de todo. Incluso la indiferente autoconfianza de Lum y el remoto aire de superioridad de Sy habían sido barridos por la sombría determinación del otro. Habían hecho lo que había dicho Wilmer, y sin preguntas.
Primero había que crear una atmósfera respirable en el interior del domo. Entonces Elissa y Kallen habían despojado cuidadosamente a Peron de su traje y sus ropas. Su piel se había oscurecido y las venas sobresalían en la superficie amoratada. Elissa se inclinó sobre él. No podía ver ningún signo de respiración. Le buscó el pulsó, pero no pudo encontrarlo. Peron tenía la muñeca y la garganta heladas al contacto.
—Ayúdame a darle la vuelta —dijo Wilmer—, Tenemos que ponerle boca abajo. Bien. Ahora ve a ayudar a Lum con los controles de la temperatura. Tienen que ser precisos… y no querrás ver esto.
Incapaz de apartarse, Elissa miró de todas formas. Wilmer se quitó los guantes del traje y se calzó otros de material fino y cristalino que se moldeó fijamente a su piel. Entonces flexionó los dedos un par de veces y sacó un escalpelo de su maleta verde. Hizo cuidadosas incisiones en la base del cuello de Peron y en la base de su espina dorsal, donde insertó finas sondas brillantes, que se introdujeron en el cuerpo de Peron, sin que tuviera que hacer ningún esfuerzo. Wilmer le colocó una mascarilla facial sobre la nariz y la boca y la conectó a un cilindro azulgris. Conectó una válvula y Elissa oyó el siseo del gas.
La temperatura en el interior del domo había subido un poco. Wilmer abrió su escafandra y olfateó el aire.
—Ya hay suficiente calor —dijo—. Sugiero que nos quitemos los cascos y conservemos el aire en los trajes, puede que lo necesitemos.
Sacó otro cilindro de la maleta y se lo tendió a Elissa.
—Esto mejorará la atmósfera. Conéctalo al circulador central del domo y entonces podremos quitarle la máscara a Peron.
—¿Está vivo?
—De momento sí… Pero aún corre peligro.
Elissa llevó el cilindro a la unidad de circulación de aire, lo colocó en su posición y lo conectó. Al principio pareció que no sucedía nada. Luego el aire helado del domo se volvió denso y perfumado, como si le estuvieran quitando el oxígeno. Elissa se volvió hacia Wilmer con el ceño fruncido. Advirtió que el hombre había cerrado la escafandra de su traje. Quiso preguntarle qué estaba haciendo, pero no pudo hacerlo. El instante se alargó. Wilmer estaba inmóvil, observando y esperando. Elissa sintió un extraño momento de despegue, como si se estuviera alzando hasta el techo del domo y dejara atrás su cuerpo.
Y ahora… despertaba para ver que Peron estaba de pie, ansioso, ante ella. Parpadeó hasta conseguir aclarar la imagen.
—¿Elissa? ¿Estás bien?
Él la rodeó con los brazos y la ayudó a sentarse. Ella tiritaba, de frío y de emoción. Se miró. En el domo había llevado ropas térmicas, pero ahora estaba desnuda, con excepción de una membrana transparente de tela fina.