«Aceptaré que tienen control sobre la nave. Y espero que acepten mi palabra cuando les digo que su control puede ser peligroso dado el conocimiento limitado que tienen. La situación actual es mala para todos, incluidos ustedes. Así que déjenme pasarles la pelota diciéndoles que me han enviado aquí con una proposición hecha por todos nosotros, incluido el capitán Rinker.
El grupo cobró vida. De repente empezaron a mirarse mutuamente, interrogándose. Durante más de media hora su situación actual había sido pospuesta, por el interés en el destino de los otros. Volver al presente fue una situación incómoda.
Peron miró a los ojos a cada uno de los otros. Finalmente asintió.
—No tenemos nada que perder escuchándola. Recuerde sólo que tenemos control físico sobre usted y sobre la nave. Así que adelante. Escucharemos. ¿Cuál es su propuesta?
22
Los ojos de Olivia Ferranti se abrían lentamente, milímetro a milímetro. Una fina línea de color blanco había aparecido entre las largas pestañas falsas. Se ensanchó hasta adquirir la forma de una delgada media luna. Los párpados se abrieron hasta revelar por fin las pupilas dilatadas de unos ojos marrones luminosos, ribeteados de oro.
—Ya —dijo Peron finalmente—. Está en el espacio-L. Por fin. No hay forma de que nadie pueda falsificar un despertar como ése. Volvamos a la cámara a conversar.
Todos sabían que era urgente discutir—, pero la urgencia de vigilar a Olivia Ferranti había sido irresistible y tácitamente aceptada por todos.
Se habían congregado en torno a los grandes tanques mientras ella se preparaba para entrar. La observaron en silencio mientras entró, impresionantemente tranquila. Y en cuanto la pesada puerta del sarcófago se cerró, ella se tumbó, mirándoles a través de la superficie transparente y saludándoles agitando los dedos. Luego alargó la mano hacia los paneles de control y pulsó la secuencia para iniciar su regreso al espacio-L.
Unos segundos después, los rociadores del atomizador se movieron para dibujar una fina línea de vapor sobre su cuerpo, mientras delicadas sondas se introducían suavemente en los orificios de su cabeza y tronco. Un denso vapor verde y amarillo llenó el interior del tanque, escondiendo la forma inmóvil de Olivia en una suave mortaja.
Después de eso había poco que ver, pero se habían quedado esperando durante casi dos horas, intercambiando frases breves casi en susurros. Sólo cuando el aire del sarcófago se aclaró finalmente y Olivia Ferranti empezó a volver lentamente a la conciencia, pudieron pensar en otros asuntos.
Y ahora, mientras veían cómo sus ojos se abrían con lentitud, todos sintieron una especie de urgencia renovada y ridícula. La lógica les decía que otro par de días que dedicaran a reflexionar y discutir, pasarían inadvertidos para Rinker y los otros en el espacio-L, pero el sentido de la prisa estaba más allá de toda lógica. Ese sentido remitió un poco cuando regresaron a la sala del ordenador y encontraron a los robots y los controles exactamente igual como les habían dejado.
—Entonces, ¿qué os parece? —dijo Peron bruscamente, mientras se reunían en círculo en torno a las pantallas de la consola del ordenador principal.
—La creo —contestó Rosanne de inmediato.
—Yo no —añadió Sy—. Nos estaba mintiendo. —¿Lum?
—Un poco de cada. —Lum se frotó las mejillas con una mano y frunció el ceño—. La creo en gran parte. Me parece que se acercó bastante a la verdad, pero creo que ha seleccionado sus recuerdos. Ha omitido algunas cosas.
—Claro que sí. —La delgada cara de Sy estaba también contraída en una mueca—. Hay cosas que no ha dicho. Puedo hacer una lista. ¿Qué pasa si rechazamos su sugerencia? ¿Quién hace las reglas que deciden lo que debemos conocer y cuándo? ¿Qué es lo que le pasa a un ganador de la Planetfiesta si no se une al grupo? ¿Adonde van? Una cosa está clara, no vuelven a Pentecostés. Me pregunto si tienen algún accidente en el sistema Cass. Sabemos que hay muchas oportunidades para hacerlo en los Cincuenta Mundos.
—Estamos adelantando acontecimientos —dijo Lum. Se removió incómodamente dentro de su chaqueta, una cazadora marrón que le estaba demasiado estrecha para el pecho y le quedaba además corta de mangas—. Vamos a tomar la historia de Ferranti paso a paso y veamos en qué estamos de acuerdo. ¿Vale?
—Su historia me pareció bastante genuina —dijo Elissa. —A mí también —dijo Peron.
—Además, no veo qué puede ganar mintiendo —continuó Lum—. Y la creo cuando dice que vamos hacia su cuartel general. Pero algunas otras cosas me parecieron falsas. Por ejemplo, no creo que seamos un peligro para la nave y para nosotros mismos sólo porque seamos extranjeros aquí y en el espacio normal. No salimos de todas las pruebas de la Planetfiesta sin aprender cautela. Sabemos que tenemos que ser cuidadosos y que hay que mirar antes de saltar. Creo que dijo que estábamos en peligro porque nos quieren en el espacio-L, donde puedan ponernos el ojo encima. Quieren estar al mando. Bien, no podemos permitirlo, Sy, ¿cómo va la reprogramación de los robots de servicio?
—Terminada. Ahora obedecerán nuestras voces. Pero Kallen y yo tenemos una duda. ¿Queremos que el ordenador active a los robots de servicio en respuesta a nuestras voces solamente? ¿O debemos dejar que continúe funcionando para Ferranti y los demás?
—¿Tiene que ser una cosa u otra? ¿No podéis instalar un sistema por el que les podamos quitar el control a los otros, si así lo decidimos? Eso sería una buena medida de seguridad.
Sy alzó las cejas y miró a Kallen, quien se pasó la lengua por los labios y se frotó la garganta.
—Creo que tienes razón —dijo después de un momento—. Lo intentaré.
—De acuerdo —asintió Lum—. Antes de que lo hagáis, pensemos, un poco más, en lo que nos ha dicho Ferranti. ¿Qué pensáis de su cuartel general? Según ella, está a un año luz de Pentecostés. ¿Pero por qué situarlo allí? Si el resto de su historia es cierta, hay menos colonias cerca del sistema Cass que en ninguna otra parte. Tendría más lógica si el Mando de los Inmortales estuviera cerca de Tau Ceti o de alguna otra estrella con más planetas habitables.
—Puedo responder a eso —dijo Peron—. Cuando me desperté por primera vez, Ferranti mencionó el Mando del Sector. Eso significa que tiene que haber otros, en otros sistemas. Recordad, según Ferranti todas las colonias están a veinte años luz o menos del Sistema Solar. Viajando en el espacio-L, eso sólo son cinco días como mucho. Apuesto a que hay varios Mandos de Sector, cada uno cerca de cada uno de los sistemas estelares colonizados.
—¿Entonces donde está el Mando Supremo? —preguntó Elissa—. ¿Habrá uno?
—Apuesto a que sí —dijo Lum—. Incluso los Inmortales necesitarán alguna especie de organización superior de sus recursos. ¿Y no tenéis la impresión de que el cuartel general al que nos dirigimos, es donde se siguen las reglas, no donde se hacen?
—Entonces, ¿dónde está el Mando central? —repitió Elissa.
Lum se llevó la mano a la cabeza y frotó la gruesa mata de pelo marrón.
—Dios sabe. Si les resulta tan fácil viajar a las estrellas, tenemos que replantearlo todo. El Mando Supremo podría estar a cien años luz de distancia. Eso apenas son seis meses de viaje en el espacio L. Pero no tendría mucho sentido. Incluso en el espacio L, sería difícil mantener una organización donde se tardan semanas en recibir los mensajes.