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—Siempre he dicho que eras un soñador —dijo Elissa—. ¿El futuro lejano? Eres peor que Sy. Veamos, ¿qué conclusiones tenemos? Somos un grupo bastante revuelto. Tenemos dos votos a favor de las colonias y el gran viaje, uno a favor de la ciencia y el centro de la galaxia, uno por el futuro y uno que no está seguro de lo que quiere. ¿Qué más? Todos pensamos que no nos han contado toda la historia, y que Olivia Ferranti sabe cosas sobre el espacio-L que no nos ha mencionado. Nadie aprecia la idea de pasar una temporada en el Mando local, pero sabemos que por algún sitio hay que empezar. Y que a todos nos gustaría hacer un viaje a la Tierra si encontramos el modo. Ése es mi resumen. ¿Falta algo?

—Una cosa —dijo Peron—. Hay aún una persona que no se ha definido. ¿Y tú, Elissa? ¿Qué quieres hacer?

Ella le miró de un modo peculiar.

—¿Te refieres a dónde iré? Peron, eres un idiota cabezón y un tardón ciego. ¿Estás intentando dejarme cortada?

Para sorpresa de Peron hubo un estallido de risas y comentarios incoherentes por parte de los otros cuatro.

—¡Dilo, Peron! —exclamó Lum.

—¿Decir el qué?

—Lo que quieres.

—Lum tiene razón —dijo Elissa. Se acercó a Peron y le abrazó mientras los otros reían.

—Dilo. —Le apretó las costillas—. Suéltame, si puedes. Voy adonde tú vayas, y no estaría mal si te decidieras y dijeras a dónde va a ser. Pero no tienes que hacerlo ahora, porque todos estamos de acuerdo en el siguiente paso. Iremos al espacio-L y luego a la Tierra. ¿Piensas que es posible?

—Tendremos que convencer a muchos —dijo Lum—. Pero tenemos mucho poder mientras uno de nosotros esté aquí en el espacio normal. ¿Os dais cuenta de que un pequeño estallido de los motores de esta nave, uno que no advirtiéramos, haría imposible que se levantara nadie en el espacio-L? Podéis estar seguros de que ellos lo saben. Deben estar preguntándose qué vamos a hacer a continuación.

—Entonces digámosles que estamos listos para la siguiente ronda de negociaciones —dijo Peron—. E insistamos en que se hagan aquí, no en el espacio-L. Eso los hará sentirse incómodos y deseosos de volver a su entorno normal. ¿De acuerdo?

Los otros asintieron.

—Me muero de ganas por ver el espacio-L —añadió Rosanne—. Espero que Kallen y Sy hayan cambiado correctamente el programa de control. Me gusta la idea de que se cumplan todos mis deseos.

Tercera parte

EL CAMINO A GULF CITY

23

Peron se estaba quedando dormido cuando sonó la alarma. Durante un par de minutos se debatió contra el despertador, intentando mezclar los tonos suaves y difusos en la fábrica de sus sueños.

Ring… ring… ring… ring…

Había regresado a Pentecostés, cuando la idea de la competición en la Planetfiesta había sido un sueño en sí misma. Doce años; las primeras pruebas, parte de la evaluación estatal de cada adolescente. El laberinto ciego se les presentó como un simple juego, algo que todos debían disfrutar. Él había obedecido las leyes escrupulosamente, guiándose sólo por el oído, siguiendo el suave tintineo de la campana ensordecida.

Habían pasado otros siete años antes de que comprendiera el propósito oculto de la prueba del laberinto. El sentido de la dirección, sí. Pero más que eso. La memoria, el valor, la honestidad y el deseo de cooperar con otros competidores, cuando los talentos individuales no pudieran proporcionar una solución. Era una preparación directa para la Planetfiesta, aunque ninguno lo admitió nunca.

¿Cómo le iba a Sy en el laberinto? Eso era un misterio. Sy era un solitario. No buscaba compañeros, aun cuando la tarea parecía imposible para un solo hombre.

Peron, de vuelta a la conciencia, advirtió que había estado confundiendo pasado y presente. Sy estaba aquí, ahora, en la nave. Cuando Peron realizó la prueba del laberinto nunca había oído hablar de él.

Pero seguía siendo una buena pregunta. ¿Cómo le había ido a Sy en las pruebas preliminares para la Planetfiesta?

Aquello era un enigma que había que posponer hasta más tarde. Mientras tanto, aquel sonido insistente continuaba, llamando a Peron a la acción.

Ring… ring… ring…

Suspiró. Se acabó el dormir. Había estado intentando mantener el límite de sueño en el espacio-L al mínimo, a menos de una hora de cada veinticuatro. Pero lo había estado sobrepasando. Se levantó vacilando y vio que Elissa ya había salido de la habitación común y se encaminaba a la sala de control central.

Olivia Ferranti ya estaba allí, mirando por la portilla. Elissa y Sy estaban a su lado, observando el mar informe y blanquecino que rodeaba a la nave en el espacio-L.

Sólo que ya no era informe. Había formas oscuras y complejas gravitando más allá del ventanal. Peron vio un rastro de rectángulos hechos manojos, unidos por cables trenzados de plata. A su alrededor, aunque no conectados con ellos, había dobles alas venosas como gigantescas semillas de sicómoros.

Olivia Ferranti saludó a Peron con un leve movimiento de cabeza.

—¿Recuerdan lo que les dije? No pareció que me creyeran. Ésta es una de las razones por las que Rinker no quería que juguetearan con esta nave. Miren el balance de energía.

En la consola principal todas las indicaciones mostraban una consumición de energía cercana al nivel de peligro. Peron miró sólo un momento, pues su atención estaba irresistiblemente volcada hacia las formas del exterior.

—¿Qué son? ¿Nos están quitando la energía?

Olivia Ferranti introdujo una señal en el módulo de comunicaciones.

—Exactamente. Esa forma cristalina es un gosámero, una de las sorpresas del espacio interestelar. Nunca se encuentran a menos de un año luz de una estrella. Lo más extraño de todo es que son invisibles en el espacio ordinario, pero muy fáciles de ver en el espacio-L.

Indicó la pantalla de la izquierda, donde se mostraba una imagen de los cambios de frecuencia, permitiéndoles ver fuera de la nave las longitudes de onda de la radiación normal visible. Mostraba sólo el campo estelar del espacio profundo. El Sol era ahora la estrella más cercana, a casi tres años luz por delante, poco más que un débil punto de luz.

—No sabemos cómo lo hacen los gosámeros —continuó Ferranti—. Pero viven a menos de un grado absoluto, muy por debajo de la temperatura de la radiación cósmica de base, sin emitir radiación en ninguna frecuencia que hayamos podido detectar. Y chupan toda la energía que puede emitir una nave. Si no lo supieran y estuvieran ustedes a cargo de una nave, podrían verse metidos en un problema terrible.

—Pero ¿qué son? —repitió Peron—. ¿Son inteligentes?

—No lo sabemos. Ciertamente, responden a los estímulos. Parecen interpretar las señales que les enviamos y dejan de succionar energía en cuanto reciben un mensaje adecuado y no aleatorio. Nuestras suposiciones son que los gosámeros no son inteligentes, sino una serie de sistemas de recolección de energía y propulsión. Pero los pipistrellas, esas cosas con forma de murciélago que pueden ver junto a los gosámeros, ésos son otro asunto. Surcan los campos magnéticos y gravitacionales galácticos y lo hacen de forma compleja. Nunca hemos conseguido con ellos un intercambio de información a dos vías. Nunca emiten, pero actúan inteligentemente. La verdad es que usan los campos eficientemente, a fin de gastar el tiempo y la energía mínimos en su movimiento. Eso podría ser también una especie de instinto avanzado, igual que un pájaro se mueve por la atmósfera. Pero, obsérvenles ahora. ¿Qué significa eso? ¿Están diciendo adiós? Nunca estamos seguros.

Ferranti había completado la secuencia de la señal. Tras un breve intervalo, uno de los pipistrellas se acercó a la nave. Hubo un aleteo, una oscilación a derecha e izquierda, y un estallido final de energía en los contadores. Entonces los paneles y filamentos del gosámero empezaron a alejarse. Las conexiones plateadas brillaron mientras toda la concurrencia se desvanecía lentamente. Tras unos pocos minutos, las formas aladas de los pipistrellas cerraron su formación y siguieron al gosámero.