—Por supuesto que sí —contestó Elissa—. ¿Va a bajar usted con nosotros?
De Vries pareció dolido.
—Difícilmente. Mi querida jovencita, mis deberes son diversos y a veces extraños, pero hasta la fecha no incluyen el hacer de guía turístico. Sin embargo, puedo arreglarles algunas formalidades que en circunstancias normales serían llevadas a cabo de otra manera. ¿Cuándo estuvieron ustedes por última vez en el espacio normal?
—Cuando íbamos hacia el Mando del Sector —dijo Peron. Estaba empezando a sentirse incómodo. Se había preparado para una confrontación con los gobernantes secretos de los Inmortales, y en cambio se encontraba charlando con una especie de burócrata.
—Muy bien —dijo De Vries—. Entonces pueden prepararse de inmediato para visitar la Tierra. Por, cierto, descubrirán que los robots de servicio ignorarán sus órdenes hasta que introduzcamos sus voces en el ordenador de la estación. Eso forma parte de una transmisión de datos de mayor volumen que estará completada cuando regresen aquí. Entonces hablaremos. Pero, de momento, necesitarán mi ayuda. Orden: Preparadles para visita normal a la Tierra.
—Pero nosotros no… —Peron se detuvo. De Vries había desaparecido. Entonces las paredes a su alrededor giraron y sólo pudo atisbar un largo corredor. Cuando la escena empezaba a fijarse, sintió un agudo dolor en el muslo. De repente fue como si hubiera regresado a Remolino y experimentara la familiar e inquietante caída hacia la nada.
Su último pensamiento estuvo lleno de furia No sucedería otra vez. Lo había jurado. ¡Pero estaba sucediendo! Las cosas escapaban a su control. Y no tenía ni idea de lo que pasaría a continuación.
Peron y Elissa emergieron juntos de los tanques de suspensión. Se encontraron en una habitación llena de una muchedumbre ruidosa y excitada. Supieron de inmediato que estaban otra vez en el espacio normal. El espacio-L no podía ofrecer aquella visión tan clara ni aquellos colores tan brillantes. El aire sabía magníficamente y una sensación de bienestar corrió por sus venas. Miraron a su alrededor con curiosidad.
Una voz alta y metálica anunciaba una serie de órdenes.
—En fila de uno a los coches, por favor. Ocupen sus asientos y no los sobrecarguen. Vendrá otro dentro de diez minutos.
La multitud le hizo poco caso y corrió desordenadamente por un largo salón hacia una zona de carga.
—¡Peron! —Elissa le agarró por la mano—. Sujétate. No vayamos a separarnos ahora.
Fue como si un río les hubiera arrastrado en su corriente. Sin ningún esfuerzo de su parte, fueron conducidos a una cámara semicircular y acabaron sentados en confortables bancos cubiertos con un cálido material parecido al terciopelo. La gente les sonreía y se asomaba a las portillas.
—¡Mire ahí abajo! —dijo una mujer al lado de Elissa. Su acento tenía un deje peculiar en las vocales, pero era fácil de comprender—. Da escalofríos. No me extraña que lo llamen Cielo Abajo.
Elissa siguió el gesto y descubrió que el suelo bajo sus pies era transparente. Estaba mirando directamente a la Tierra, situada debajo de ellos, mientras seguía la línea de un gigantesto cilindro plateado. Las puertas de la cámara se cerraron y empezaron a descender rápida y suavemente. Su vehículo seguía un camino invisible al lado del cilindro.
—Peron. —Elissa se acercó más a él para hacerse oír por encima del clamor—. ¿Qué pasa aquí? Son como la muchedumbre al final de la Planetfiesta. ¿Y adonde vamos?
Peron sacudió la cabeza.
—Es culpa nuestra. Me di cuenta nada más salir de los tanques. Tendríamos que haber sabido que no somos diferentes de los demás. ¿No lo ves? Todo el mundo en las colonias planetarias y en las arcologías ha oído hablar de la Tierra desde niño. Todos quieren visitarla. No me extraña que De Vries se sorprendiera cuando le preguntaste si iba a venir con nosotros. Apuesto a que la gente que vive en el Sistema Solar está harta de explicar cosas a visitantes de mente simple. Mejor que lo aceptes, amor, somos parte de un grupo de turistas.
Elissa miró a los incansables viajeros.
—Tienes razón, pero se lo están pasando bien. ¿Sabes una cosa? Me siento estupendamente. Voy a posponer la resolución de los misterios del universo hasta que volvamos a la órbita. —Agarró a Peron por el brazo y lo atrajo hacia sí—. Vamos, tristón. Vamos a saborearlo. Recuerda que una semana en la Tierra serán sólo cinco minutos en el espacio-L, ni siquiera se darán cuenta de que no estamos.
Se inclinaron para mirar a través del suelo. Aunque el cilindro se movía rápidamente, la Tierra no parecía estar más cerca. Colgaba bajo ellos, una bola blanca resplandeciente que bloqueaba más de quince grados de cielo.
—Me pregunto cómo será el viaje —dijo Elissa. Alargó la mano hacia el dispositivo de información en miniatura construido en el brazo de su asiento y lo conectó—. Velocidad, por favor, y tiempo de llegada.
—Velocidad actuaclass="underline" cuatro mil cuatrocientos kilómetros por hora —dijo una voz alegre. El sistema de respuesta oral había sido dotado con el tono más suave y agradable posible—. La llegada será dentro de tres horas y cuarenta y un minutos a partir de este momento. Aún estamos en la fase de aceleración. Faltan treinta y tres mil cuatrocientos kilómetros para posarnos.
—¿Dónde aterrizaremos?
—A medio grado al sur del ecuador, en uno de los continentes principales.
Peron aún contemplaba el globo bajo sus pies.
—No es así como lo esperaba, es demasiado brillante. ¿Por qué tantas nubes?
Hubo un breve instante de silencio mientras el ordenador de a bordo llamaba a la estación sincronizada, sobre ellos, para pedir ayuda para la respuesta.
—Hoy hay menos nubes que de costumbre. Posiblemente está confundiendo la capa de nubes con la capa de nieve.
—¡Pero eso significaría que hay nieve en las dos terceras partes del planeta!
—Correcto. —Una vez más la máquina dudó—. Eso no es extraño.
—En la antigüedad la Tierra no estaba cubierta de nieve. ¿Es una consecuencia de la guerra?
—En absoluto. Es resultado de una actividad solar reducida. —El sistema de información dudó un momento, luego continuó—: La cantidad de radiación recibida del Sol ha menguado casi a la mitad durante los últimos quince mil años. La glaciación es evidente incluso desde esta distancia. Se prevé que la Edad del Hielo durará al menos diez mil años más, para ser seguida por un período inusitadamente cálido. Dentro de quince mil años habrá un derretimiento parcial de los casquetes polares y se sumergirá la mayoría de las tierras costeras.
Elissa alargó la mano y desconectó el aparato. Miró a Peron.
—No te importa, ¿verdad? Tenía la sensación de que nos estaban tomando por niños. Odio que me adoctrinen, quienquiera que programara esa secuencia necesita que Kallen les dé lecciones de brevedad.
Peron asintió. La vista que se extendía bajo ellos era suficiente para llamar su atención. De los polos hasta casi los trópicos, brillantes glaciares blanquiazules cubrían la superficie. La antigua silueta de las tierras mayores no había cambiado. Así que Peron pudo ver dónde iba a posarse el Cielo Abajo, en la costa oeste del continente que había sido conocido como África. Descendían rápidamente hacia el punto de contacto, situado a un par de cientos de kilómetros del lugar donde el principal río de la región fluía hacia el Océano Atlántico.
—Deberíamos decidir qué es lo que queremos ver realmente —dijo Elissa—. Si tenemos oportunidad, no me importa viajar en medio de una muchedumbre de turistas.
—Vamos a ver cuáles son las opciones. ¿Puedes soportar el servicio de información un par de minutos más? Conectó el interruptor y habló al pequeño micrófono.