A medida que el invierno nuclear remitía lentamente, los insectos se movieron otra vez hacia el norte y hacia el sur, lejos de los trópicos. Pero los ratones y las ardillas mutados estaban listos para enfrentarse a ellos. Habían aumentado de tamaño y de ferocidad y eran capaces de enfrentarse incluso a un lobo de los viejos tiempos; ahora llevaban gruesos pelajes y capas de grasa protectoras que volvían impotentes a las fieras mandíbulas y los aguijones envenenados. Los insectos eran una nueva y conveniente fuente de proteínas. Los carnívoros les siguieron a sus hábitats tropicales y a las regiones del sur.
Los cambios en la vida animal de la Tierra eran los más fáciles de ver, pero los cambios de la vegetación eran, en algunos aspectos, más fundamentales. La hierba había desaparecido. En su lugar, una forma enana de eucaliptos cubría millones de kilómetros cuadrados de hojas planas azulverdosas. Nunca volverían a verse sobre la superficie de la tierra las praderas ondulantes de trigo y maíz. Sus semillas habían sido reemplazadas por los rojos racimos de bayas que colgaban de cada tallo. Después de asegurarse de que no eran dañinas, Elissa probó un par de ellas. Estaban rellenas de una melaza grasa, y en su centro había una semilla oval e impenetrable. Las semillas, frutos y raíces del eucalipto mantenían una comunidad animal bajo sus hojas, mientras en la penumbra azulgris ratones mutados combatían con las hormigas gigantes para conseguir alimento y espacio.
A medida que viajaban por la superficie natural de una Tierra donde no quedaba ningún vestigio de la labor humana, Peron se volvía más taciturno y silencioso. Elissa supo que era una reacción ante lo que les rodeaba. No quería interferir en sus pensamientos. Pero al surcar la devastada línea costera de Sudamérica, donde la continua línea de glaciares se extendía hasta el Pacífico, la necesidad que Peron tenía de discutir sus preocupaciones se hizo insoportable.
Habían aterrizado al pie de los Andes para contemplar la puesta de sol sobre el Pacífico. Ninguno de los dos habló mientras la ancha cara del Sol, roja a la luz del atardecer, se hundía lentamente en el océano a través de una fina línea de nubes. Aun después de que la luz se hubiera desvanecido, podían volverse al este y ver los rayos del sol reflejados todavía por los picos cubiertos de nieve.
—No podemos quedarnos aquí —dijo Peron por fin—. Aunque nos gustara más que Pentecostés, aunque pensáramos que la Tierra era perfecta, tenemos que volver al espacio-L.
Elissa permaneció en silencio. Conocía a Peron. Necesitaba tiempo para llegar a una decisión, sin presiones y sin coacciones. Así era como él había conseguido hablarle de su propia relación, y la forma en que ella había sabido de las continuas dudas que había tenido antes de dejar a su familia para tomar parte en la Planetfiesta.
Los últimos resquicios de luz se desvanecieron y los dos permanecieron sentados en el suelo junto al autoaéreo. Las estrellas, una a una, empezaban a aparecer en el frío aire de la noche.
—Lo hemos pasado muy bien aquí —continuó Peron—. Pero los dos últimos días me ha costado trabajo sacarme una serie de preocupaciones de la cabeza. ¿Recuerdas las colonias de ratones-monos, los negros de gruesa cola?
Elissa apretó su mano, sin hablar.
—Me preguntaste cómo el jefe de la colonia podía controlar a los otros con tanta facilidad. No parecía que luchara contra ellos, ni que les atemorizara, ni que intentara dominarles en absoluto. Pero los otros subían a los árboles y traían comida, y le servían, y él ni siquiera tenía que moverse para vivir cómodamente. Bien, por alguna razón eso me recordó algo que mi padre me dijo cuando yo tenía sólo diez años. Me preguntó: ¿Quién controla a Pentecostés? Me dijo que esa era la tercera pregunta más importante, y las otras dos el cómo y el porqué. Si conoces las tres respuestas, quiénes son los amos, sus mecanismos y sus motivos, estás capacitado para hacer cambios.
—¿Te dijo alguna vez las respuestas?
—No. Nunca las supo. Se pasó la vida buscando. Las respuestas no estaban en Pentecostés. Nosotros sabemos ahora que los verdaderos controladores de Pentecostés son los Inmortales, con la cooperación de un gobierno planetario asustadizo. Controlan a través de un conocimiento superior, y utilizan el planeta (por así decirlo) como fuente de nuevos Inmortales. Todo esto está más allá de la imaginación de mi padre. Pero tenía razón en la importancia de las preguntas.
Elissa tiritó a su lado. Estaba vestida ligeramente y el aire era frío, pero no quería sugerir que se marcharan.
—Por fin intenté formularme las tres cuestiones —continuó Peron—. No sobre Pentecostés, sino sobre los Inmortales. Tienen una sociedad bien desarrollada. Pero ¿quién la gobierna?, ¿cómo? y sobre todo ¿por qué? Al principio pensé que teníamos la respuesta a la primera pregunta: los Inmortales eran gobernados desde la Nave. En cuanto llegué al espacio-L, supe que aquello no era cierto. Luego pensé que tendríamos la respuesta en el Mando del Sector. Pero descubrimos que eso era falso. El Mando no es más que un centro administrativo, una estación de tránsito para las naves estelares. Así pues, ¿qué es lo siguiente? Decidimos que el control tenía que estar en el Sol, y aquí estamos. Pero no tenemos más respuestas. ¿Quién es el que dirige el Sistema Solar? Jan De Vries no, me apuesto el cuello. Es un buen seguidor, pero no es un líder. E incluso si averiguamos quién, aún nos queda el cómo y el porqué.
—Entonces ¿qué quieres hacer?
—No lo sé. Seguir buscando, supongo. Elissa, llevamos en la Tierra casi cinco días. ¿Cómo te sientes?
—¿Físicamente? Maravillosamente bien. ¿Tú no?
—Sí. ¿Sabes por qué?
—Me lo he preguntado. Creo que tal vez es por causa de nuestros antepasados. Hemos surgido a través de una evolución de millones de años para adaptarnos a la Tierra como entorno natural, con gravedad, presión atmosférica y luz solar. Debemos sentirnos bien aquí.
—Lo sé. Pero creo que hay otra razón, Elissa. Creo que todo es relativo, y hemos pasado un mes en el espacio-L antes de venir aquí. Te diré mi teoría, y es algo que hace que me sienta incómodo. Creo que el espacio-L no es adecuado para los humanos en aspectos que aún no nos han contado.
—¿Aunque vivamos mucho más tiempo? No quiero decir mucho más tiempo-L. Quiero decir subjetivamente. ¿No sugiere eso que el espacio-L es bueno para nuestros cuerpos?
Peron suspiró. Elissa no lo sabía, pero le estaba presentando argumentos con los que se había debatido durante días sin encontrar una respuesta satisfactoria.
—Eso parece. Parece lógico: vivimos más tiempo, luego tiene que ser bueno. Pero no lo creo. Piensa en cómo te sientes. El espacio-L no te dio la sensación de vitalidad.
Piensa en cuando hacemos el amor. ¿No fue maravilloso en Pentecostés y no ha sido aún mejor en estos últimos días en la Tierra?
Elissa alargó la mano y pasó sus dedos suavemente sobre el pecho de Peron.
—Sabes la respuesta. Ten cuidado o me darás algunas ideas.
Él colocó la mano sobre la suya, pero su voz seguía sonando pensativa y preocupada.
—Así que estás de acuerdo: hay cosas que no parecen apropiadas en el espacio-L. Lo sabíamos en nuestro fuero interno, pero suponía que todo era parte del proceso de reajuste. Ahora estoy seguro de que ese no es el caso, y todo el mundo que ha vivido en el espacio-L durante algún tiempo tiene que saberlo también.
Peron se puso lentamente en pie. Elissa le imitó y los dos se quedaron inmóviles unos instantes, tiritando bajo la brisa nocturna que brotaba de los picos nevados hacia el mar.