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—Están ustedes ansiosos por recibir sus respuestas —continuó Judith Niles—. En su lugar, yo también lo estaría. Muy bien, no les decepcionaremos. Wolfgang, ¿quieres encargarte de las explicaciones? Por favor, reúnete conmigo en el momento adecuado.

Tocó un dispositivo en su cinturón y desapareció. Un momento después, Charlene Bloom hizo lo mismo. Wolfgang Gibbs se quedó mirando burlonamente a Sy, Elissa y Peron.

—Bien. Esto es grandioso. —Arrugó la nariz—. Sí. JN dice que pueden quedar libres y entonces ella y Charlene vuelven al trabajo… Así que tengo que cargar con ustedes yo solo cuando se vuelvan homicidas. Muy bien, confiaré en ustedes. Si les apetece andar un poco, haremos el viejo itinerario turístico.

Wolfgang Gibbs se dio la vuelta y se dirigió a la puerta de la habitación. Tras mirarse mutuamente, los otros tres le siguieron.

—Podríamos usar los robots de servicio para trasladarnos —dijo Gibbs por encima del hombro—. Es lo que hago normalmente. Pero entonces no saborearían lo que es Gulf City. Mejor hacerlo a pie y así lo conocerán todo para referencias futuras. Empezaremos con el exterior.

—¿Adonde nos lleva? —preguntó Elissa, poniéndose a su altura, mientras Peron y Sy se quedaban detrás.

Él la miró apreciativamente. Para disgusto de Peron, parecía inspeccionar su cara y figura.

—Al Mirador. Es el lugar donde se hacen las observaciones galácticas. Toda la galaxia y más allá. En Gulf City nos dedicamos a escuchar y observar. Por eso estamos aquí, a años luz de cualquier parte. Advertirán que hay muchos menos robots de servicio aquí que de costumbre, y menos artilugios mecánicos. Nos las arreglamos solos. Cuando se llega hasta aquí para escuchar con tranquilidad, no conviene mezclar las señales observadas con la propia basura electrónica.

Les condujo por un corredor radial que tenía más de un kilómetro de radio. El tamaño de Gulf City empezó a impresionar a los otros tres. Cuando llegaron al Mirador, se movían en absoluto silencio, tomando notas mentales de todo lo que veían. Gulf City al completo estaba adornada con antenas, telescopios, interferómetros y señalizadores. Docenas de portillas exteriores mostraban el mismo vacío blancuzco del espacio-L, pero las pantallas interiores cambiaban la secuencia y por eso podían ver el espacio interestelar desde todas las longitudes de onda, desde los rayos X a ondas de radio de un millón de kilómetros. Wolfgang Gibbs se detuvo largamente ante una de las pantallas.

—¿Ven eso? —dijo por fin. Señaló la pantalla, donde algo en forma de cangrejo destacaba contra un fondo claro—. ¿Esa masa oscura en espiral? Es una de las principales razones por las que estamos en Gulf City. Llevamos observándolas quince mil años terrestres. Yo mismo lo he hecho la mitad de ese tiempo… Vine aquí hace cuatro años-L, con Charlene Bloom.

—¿Qué es lo que son? —preguntó Sy. Su aspecto taciturno había desaparecido, y en su voz había un tono de excitación febril—. Esa pantalla muestra señales de frecuencias de radio ultra largas… no sé de nada que irradie así, excepto los gosámeros y los pipistrellas que vimos en camino hacia la Tierra.

Wolfgang olvidó sus modales indiferentes y miró a Sy con firmeza.

—Muy bien, muchacho. Empezamos con la misma idea. Pero ahora pensamos que la mitad del Universo se comunica en esas largas frecuencias. Como nuestro amigo de allí. Lo llamamos un Objeto Kermel, pero eso es sólo un nombre. Sigue siendo un misterio importante. Pensamos que es una especie de hermano mayor de los gosámeros. Se envían señales mutuamente, en múltiples longitudes de onda.

Las pantallas mostraban un campo de visión de trescientos sesenta grados. Sy se movió rápidamente de una a otra, buscando la forma oscura y arácnida.

—Las pantallas muestran los Objetos Kermel en todas direcciones. ¿A qué distancia están?

—Buena pregunta —dijo Wolfgang—. Muy lejos. Muy, muy lejos. Estimamos que el más cercano se encuentra a dos mil años-luz, e incluso ése está fuera del plano de nuestra galaxia. No son objetos intergalácticos. A menos que se venga a un sitio tranquilo como éste, no se puede esperar detectarlos. Vamos. Tendrán multitud de oportunidades de aprender más cosas sobre los Kermel, pero por ahora quiero mostrarles el resto. Les diré una cosa más: están delante de una posible inteligencia. Una inteligencia que parece ser más vieja que esta galaxia.

Continuó recorriendo el exterior de Gulf City, completando un circuito de más de tres millas. Sy no volvió a hablar. Elissa hacía preguntas sobre todo, y Gibbs contestaba lo mejor que podía. Al haber llegado a Gulf City, todos los secretos parecían haber desaparecido.

Vieron millones de metros cúbicos de equipo generador de energía y aparatos impulsores suficientes para permitir a Gulf City moverse a través del espacio interestelar hacia donde quisiera. Había instalaciones procesadoras de alimentos para abastecer a cientos de miles de personas, casi en el centro de la estructura. Según Wolfgang Gibbs, la población actual de Gulf City era de casi setecientas personas, aunque la capacidad original era más de diez veces superior.

Finalmente, después de mostrarles corredor tras corredor de habitáculos, Gibbs se detuvo y se encogió de hombros.

—Les llevará un mes verlo todo, pero tienen suficiente para empezar. Descansen y acomódense aquí. Todas estas habitaciones están completamente equipadas. El sistema de información les dirá todas las cosas sobre la ciudad que yo no he hecho. Me aseguraré de que los robots de servicio acepten órdenes de sus voces. Pero no esperen una respuesta instantánea: siempre estamos cortos de servicio. Tenemos reunión en el despacho de JN dentro de tres horas. Les veré allí.

—¿Dónde está eso? —preguntó Elissa.

—Pregúntenle al sistema de información si quieren llegar a pie. Si se sienten cansados, sólo den la orden. Si me necesitan, usen el sistema de llamada.

Wolfgang Gibbs guiñó a Elissa, manipuló un control en su cinturón y desapareció.

—Bien. ¿Qué piensas? —preguntó Peron.

Elissa miró al techo. Estaban solos por fin. Sy les había dejado minutos después de la partida de Gibbs, diciendo que necesitaba tiempo para pensar. Peron y Elissa habían vagabundeado un rato por los interminables corredores, curioseando en las cocinas, áreas de entrenamiento y salas de ejercicios. Todas estaban desiertas. Finalmente, encontraron una serie de aposentos que les había parecido adecuados y decidieron trasladarse a ellos. Ahora yacían uno al lado del otro sobre una zona de suelo mullido y confortable.

—¿Crees que nos están observando? —preguntó ella por fin.

—En la duda, supón que sí. Pero ¿representa esto alguna diferencia?

—Supongo que no. Pero creo que en la próxima reunión van a saltar chispas. ¿Te diste cuenta de la forma en que Sy y la Directora General se miraban?

—¿Judith Niles? Fue difícil no verlo. Probablemente está acostumbrada a que la respeten. Ya conoces a Sy, es rudo hasta con el diablo.

—Le dije que se lo tomara con calma. —Elissa se echó a reír—. Me contestó que ella era demasiado arrogante.

—Viniendo de Sy, es un cumplido. ¿Y qué cree que es él?

—Eso mismo le dije yo. Me replicó que tal vez él tiene el «recelo natural de la juventud», pero que ella tiene la «intolerable arrogancia de la autoridad incuestionada». Según Sy, está rodeada por gente que la obedece en todo y piensa que sabe todas las respuestas.

—¿Y es él quien las conoce? —Peron estaba irritado. Aún sentía celos de Sy, particularmente cuando Elissa mostraba admiración hacia él.

—No. Dice que tiene un centenar de preguntas sin contestar, pero que no quería formularlas ante Gibbs. Está esperando ver a Judith Niles.