—Haré más que eso. —Judith Niles se levantó—. Se lo mostraré. Podrá verlo usted mismo. No tengo muchas oportunidades para lucirme sobre el trabajo que hacemos aquí, pero eso no significa que no esté orgullosa de él. Póngase este traje. Vamos a visitar unos cuantos lugares fríos.
Le condujo por un largo corredor. La primera habitación contenía media docena de personas, todas congeladas en posturas de concentración en torno a dos camas ocupadas por formas reclinadas.
—Un laboratorio-L estándar. —Judith Niles se encogió de hombros—. No hay ningún misterio aquí, ni justificación para la existencia de Gulf City. Aún llevamos a cabo experimentos sobre el sueño en el espacio-L, pero no hay razón para ello excepto mi interés personal. Éste es mi laboratorio propio. Empecé a investigar sobre el sueño allá en la Tierra. Y eso fue lo que nos llevó a descubrir el espacio-L. El centro principal para la investigación del sueño sigue estando en el Sistema Solar, al mando de Jan De Vries. La mejor proporción que conocemos reduce el sueño a una hora de cada treinta. Nuestro objetivo final sigue siendo el mismo: sueño cero.
Cerró la puerta. Otro corredor, otro laboratorio, al que hubo que acceder a través de una puerta de doble aislamiento… Antes de hacerlo, sellaron sus trajes.
—La temperatura aquí está muy por debajo del punto de congelación —explicó Niles a través de la radio del traje—. Esto deberá resultarle mucho más interesante. Lo descubrimos hace siete mil años terrestres. Lo hizo Wolfgang Gibbs, cuando explorábamos los efectos psicológicos de la hibernación. Lo llama estado-T.
En la habitación había cuatro personas, cada una de ellas sentada en una silla y sujeta por la cabeza, muñeca, cintura y muslos. Llevaban cascos que les cubrían los ojos y las orejas, y no se movían.
Sy se adelantó y las examinó de cerca. Tocó un dedo congelado y alzó la visera del casco para mirar en los ojos abiertos.
—No pueden estar en espacio-L —dijo por fin—. Esta habitación es demasiado fría. ¿Están conscientes?
—Completamente. Estos cuatro son voluntarios. Llevan en estado-T casi mil años terrestres, pero se sienten como si hubieran entrado en él hace menos de cinco horas. Su ritmo de experiencia subjetiva es aproximadamente una billonésima parte del normal, una milésima del espacio-L usual.
Sy guardó silencio, pero por primera vez pareció sorprendido.
—Curioso, ¿verdad? Todos sentimos lo mismo cuando Wolfgang nos lo mostró. Pero el significado real del estado-T no será obvio para usted hasta dentro de un rato. Es difícil notar lo lento que pasa el tiempo allí. Déjeme decirle cómo lo expresó Charlene Bloom cuando ella y yo tuvimos nuestra primera experiencia de un minuto en el estado-T: en el tiempo que tarda un reloj de estado-T en dar la medianoche, la Tierra experimenta dos estaciones, de invierno a primavera, y de primavera a verano. Una vida entera en la Tierra pasa en media hora-T. No tenemos ni idea de cuál puede ser la expectativa de vida humana para el que permanezca en el estado-T, pero suponemos que es de millones de años terrestres.
—¿Por qué los cascos?
—Percepción sensorial. Los humanos en estado-T están ciegos, sordos y mudos sin ayuda del ordenador. Nuestros órganos sensores no están diseñados para luz y sonido de longitudes de onda tan largas. Los cascos las ajustan. ¿Quiere probar con el estado-T?
—Por supuesto.
—Ajustaré el aparato para que pase unos pocos minutos en él. Eso es suficiente. Recuerde la diferencia: un minuto-T es más de un día en el espacio-L, y casi cuatro años terrestres.
Judith Niles, una vez más, se dio la vuelta para marcharse de la habitación. Sy, tras mirar por última vez las cuatro figuras inmóviles, la siguió por otro largo corredor apenas iluminado. Notó que la energía y la concentración de ella continuaban con la misma fuerza.
Finalmente, llegaron ante una gran puerta metálica protegida por cerraduras que requerían huellas dactilares, y comprobaciones retínales y vocales. Cuando el sistema dejó pasar a Sy, éste miró sorprendido a su alrededor. Había esperado algo nuevo y exótico, tal vez otro laboratorio de congelación, lleno de extraños experimentos sobre ralentización del tiempo o suspensión de la conciencia; pero la habitación parecía no ser más que un centro de comunicaciones normal. Y, además, estaba lleno de polvo y pobremente conservado.
—No juzgue por las apariencias. —Judith Niles había visto su expresión—. Ésta es la sala más importante de Gulf City. Si existe algún secreto, está aquí. Y no piense que la naturaleza humana cambia cuando la gente se traslada al espacio-L. La mayoría de los individuos nunca se cuestionan por qué las cosas se hacen así en nuestro sistema. Si preguntan, se les muestra lo que está usted a punto de ver. Si no lo hacen, no forzamos la información. Éste es el lugar donde se encuentran los registros más antiguos.
Se sentó ante la consola y procedió a introducir una larga secuencia codificada.
—Debería intentarlo con éste si piensa que se le da bien encontrar gazapos en el software. Tiene seis niveles de protección. Vamos a entrar en la base de datos gradualmente. Éste es un buen sitio para empezar.
Introdujo otra secuencia. La pantalla se iluminó con el brillo suave y uniforme característico del espacio-L. Tras unos segundos, apareció una oscura cadena de poliedros y paneles unidos por filamentos plateados.
—Ya los ha visto antes. Gosámeros y pipistrellas, probablemente las primeras inteligencias alienígenas que han descubierto los seres humanos. Nos topamos con ellos hace veinte mil años terrestres, en cuanto las sondas lanzadas al espacio-L empezaron a utilizar tripulaciones, pero aún no estamos seguros de si son inteligentes o no. Tal vez depende de nuestra definición sobre lo que es la inteligencia. ¿Interesante?
Sy se encogió de hombros.
—¿No demasiado? —Judith Niles tocó de nuevo la consola de control—. Estoy de acuerdo. Interesante de modo abstracto, pero no más que eso, a menos que los humanos aprendan a entablar con ellos un diálogo real. Bien, lo intentamos. Localizamos sus frecuencias de emisión preferidas y encontramos qué señales simples les repelían y les hacían dejar de succionar nuestra energía. No es un gran mensaje, y jamás conseguimos llegar más lejos. Los gosámeros y los pipistrellas demostraron ser una especie de callejón sin salida. Pero nos sirvieron en bandeja algo enormemente importante. Nos pusieron en guardia respecto a una zona particular. Empezamos a escuchar esas frecuencias cada vez que estábamos en el espacio profundo y pensábamos que podría haber un gosámero cerca. Y fue entonces cuando empezamos a interceptar otras señales, en las mismas longitudes de onda. Emisiones regulares de radiación de baja frecuencia, con un modelo como éste.
En la pantalla aparecieron una serie de curvas que subían y bajaban, una secuencia de complejos sinusoides que se entrelazaban, rotos por pulsos regularmente espaciados.
—Nos dimos cuenta de que eran señales, no sólo emisiones naturales. Pero eran débiles e intermitentes, y no pudimos localizar su fuente. A veces, una nave en tránsito interestelar localizaba una señal en el receptor lo suficientemente larga para que la tripulación colocara una antena hacia la dirección de la que procedía. Recibían a veces una débil imagen durante un rato y luego la perdían a medida que la nave seguía avanzando. Era un tormento, pero, con los años, construimos una biblioteca de imágenes parciales y difusas. Finalmente, tuvimos suficientes para introducirlas todas en un ordenador y buscar una pauta. Encontramos una. Los «avistamientos» tenían lugar sólo a mediados de los viajes, y sólo cuando las naves estaban lejos de todos los cuerpos materiales y las fuentes de señales. Las señales eran recibidas sólo cuando estábamos en el espacio profundo. Cuanto más profundo, mejor.