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Judith Niles se detuvo y desconectó las pantallas.

—Pensamos que los Objetos Kermel tienen la clave —dijo suavemente—. ¿Ve ahora por qué estamos viviendo en el seno de la nada, y por qué el espacio-L y el estado-T son tan importantes? En el espacio normal, un centenar de miles de años parecen una eternidad. Pero espero estar viva dentro de mil siglos terrestres.

Peron y Elissa habrían encontrado extraña la expresión de Sy. Parecía incómodo, como si hubiera perdido su confianza.

—Lo entendí mal. Pensé que la única razón para estar aquí en Gulf City era estar a salvo de las interferencias exteriores, y controlar el espacio-L. La ventaja de ser un Inmortal se nos presentó como un promedio de vida subjetivo mayor… pero ahora tengo dudas sobre eso.

—Hace bien. Disponemos de métodos para extender la vida. Métodos que provienen de la investigación del espacio-L y que permiten vivir más tiempo en el espacio normal. Y probablemente también permiten que el sujeto disfrute la vida de forma más agradable. Pero no se pueden resolver los problemas que nos plantean los Objetos Kermel a menos que se pueda trabajar con ellos a largo plazo. Eso significa Gulf City, y espacio-L.

Se incorporó.

—¿Trabajará en esto conmigo? ¿Me ayudará a persuadir a sus amigos para que hagan lo mismo?

—Lo intentaré. —Sy dudó—. Pero aún necesito pensar. No he tenido el tiempo que buscaba cuando me dirigía a los tanques.

Judith Niles asintió.

—Lo sé. Pero quería que pensara sabiendo por completo qué es lo que sucede. Ya lo tiene. Ahora he de regresar. Esta cámara se autocerrará cuando usted se marche. Y en cuanto esté dispuesto para hacerlo, reunámonos de nuevo con sus amigos. —Ahora dudó, y su expresión fue pareja a la intranquilidad de Sy—. Hay algo más que discutir, pero es sobre otro tema. Y quiero hacerlo cuando todos ustedes estén juntos.

Le dirigió una sonrisa preocupada y se encaminó a la puerta. Por primera vez, Sy pudo verla como una figura solitaria y vulnerable. El poder y la intensidad de su personalidad estaban aún allí, inconfundibles, pero mudos, abrumados por un monstruoso problema sin resolver. Pensó en la confianza con que los ganadores de la Planetfiesta habían salido de Pentecostés. Habían tenido la convicción de que cualquier problema en la galaxia caería bajo su ataque combinado. ¿Y ahora? Sy se sentía más viejo, con una gran necesidad de tiempo para poder pensar. Judith Niles había estado soportando una enorme carga de responsabilidad durante mucho tiempo. Necesitaba ayuda, pero ¿cómo podría él proporcionársela? ¿Podría hacerlo alguien? Quería intentarlo. Por primera vez en su vida, había encontrado a alguien cuyo intelecto recorría las mismas pautas que el suyo propio, alguien en cuya presencia se sentía completamente en calma.

Sy se arrellanó en su asiento. Sería irónico que la satisfacción de encontrar otra mente como la suya llegara al mismo tiempo que un problema demasiado grande para ambos.

Una hora más tarde, Sy aún se encontraba en la misma posición. A pesar de sus esfuerzos, su mente se había centrado en un tema único: los Objetos Kermel. Empezaba a ver el Universo como ellos deberían verlo, desde aquel punto de observación único que daba la mayor perspectiva del paso del tiempo y la evolución. Con el estado-T disponible, los humanos tenían una oportunidad de experimentar aquella otra visión del mundo.

He aquí un cosmos que había explotado desde un punto inicial y singular de calor y luz incomprensibles, dando forma a las grandes galaxias, agrupándolas en espiral y haciéndolas girar sobre sus ejes centrales como trompos gigantes. Se integraban en amplias familias galácticas, arrojaban chorros supercargados de gas y radiación, colisionaban y pasaban una a través de otra y, en su interior, se esparcían vastas nébulas gaseosas.

Los soles se inundaban rápidamente de oscuras nubes de polvo y gas, pasando de un brillo rojo pálido a un pálido azul-blanco. Mientras los contemplaba con sus ojos mentales, brillaron, se expandieron, explotaron, se oscurecieron, engulleron planetas o giraron. Una miríada de fragmentos planetarios se enfrió, se resquebrajó y emitió su capa de gases protectores. Acogieron la chispa de la vida en sus océanos de agua y aire, la albergaron, la nutrieron, y finalmente la arrojaron al espacio que los rodeaba. Entonces, hubo una sacudida de vida en las estrellas, una danza de incesante actividad humana contra el cambiante fondo estelar. El espacio cercano a las estrellas se llenó con el latido incesante y el temblequeo de la vida orgánica inteligente. Todo el Universo se abría ante ella.

Y ahora el estado-T se convertía en esencial. Los humanos, asentados en planetas, efímeros y menos que nada, consumían sus breves existencias en una minúscula fracción de un día cósmico. Toda la historia humana había sucedido en un solo día-T, mientras la humanidad salía del remolino de los planetas al espacio que rodeaba al Sistema Solar. Entonces el espacio-L les había permitido acceder a las estrellas más cercanas, pero la galaxia entera y el espacio intergaláctico permanecían aún inexplorados. Y en ese espacio, en estado-T, los humanos podrían ser libres para vivir eternamente.

Sy se acomodó en su asiento, ebrio con esta nueva visión. Pudo ver un brillante camino que iba desde los primeros pasos de la humanidad y se extendía hasta el futuro lejano. Era el camino a la eternidad. Un camino que quería emprender, fueran cuales fueran las consecuencias.

29

Elissa fue la última en llegar a la reunión. Mientras corría para ocupar su asiento en la larga sala de conferencias, echó un vistazo a la mesa y se sorprendió por la extraña forma en que estaban colocados los asientos. Judith Niles se encontraba sola en un extremo de la mesa, con la cabeza inclinada y los ojos fijos en la consola de control que tenía delante. Sy estaba sentado a su derecha, y Peron estaba junto a él, con una silla vacía entre ellos. Peron parecía un poco incómodo, mientras que Sy estaba obviamente a un millón de kilómetros de distancia, absorto en alguna preocupación privada. Wolfgang Gibbs y Charlene Bloom ocupaban sus asientos en el extremo opuesto de la mesa. Estaban sentados muy juntos, pero apartados de los demás. Wolfgang tenía el ceño fruncido y se mordisqueaba las uñas, mientras Charlene Bloom miraba a una persona tras otra con ojos centelleantes. Elissa la miró fijamente. ¿Se encontraba extremadamente nerviosa? Desde luego, eso era lo que parecía, aunque no parecía existir ninguna razón obvia. Todos los presentes en la habitación estaban extrañamente silenciosos, sin el tipo de charla indiferente que precede incluso a una reunión seria. La atmósfera era glacial y tensa.