Su voz era ansiosa, y no conservaba ningún rastro de la autoridad usual. Se sentó ante su mesa, se quitó los zapatos y se puso cómoda, colocando los pies descalzos sobre un cajón abierto.
—Ya es demasiado tarde para eso, querida —dijo Jan De Vries—. Roast beef, buen vino, ostras… o virginidad, todo es lo mismo. Para la mayoría de nosotros, han desaparecido con las nieves del ayer. Pero estoy impresionado por las otras implicaciones de su invitación. Sólo alguien desconectado de los cambios climatológicos querría mirar ese horrible río… especialmente cuando la temperatura es de treinta grados y hay un noventa por ciento de humedad. —Se sentó en un butacón—. ¿De verdad rehusaste la invitación? Judith, me decepcionas. Yo de ti no lo habría hecho… sólo por ver la expresión de su cara cuando comparara la realidad con sus ilusiones.
—La habría aceptado si no me hubiera hecho otrá oferta.
—¿De veras? —Jan De Vries se tocó los labios con un índice cuidadosamente manicurado—. Judith, por tus gustos fuertemente heterosexuales, esas palabras suenan falsas. Creí que estabas deseando recibir ofertas como ésas, atractivas más allá de todas las demás tentaciones…
—Corta, Jan. No tengo tiempo para juegos. Quiero el beneficio de tu cerebro. Conoces a Salter Wherry, ¿no? ¿Qué es lo que sabes de él?
—Bueno, sé bastante. Estuve a punto de ir a trabajar a la Estación Salter. Si no me hubieras atrapado aquí, probablemente estaría allí ahora. Hay un je ne sais quoi en la idea de trabajar para un anciano multimillonario, especialmente uno cuyos gustos románticos, antes de recluirse, concidían con los míos.
—¿Es de verdad el dueño de la Estación Salter? ¿Por completo?
—Eso es lo que se rumorea, querida. De eso y de la mitad de las cosas que puedas mencionar. Nunca he podido descubrir evidencia alguna de lo contrario. Ya que el encantador señor Gibbs trabaja para él, y ya que estuviste reunida con él tantas horas esta tarde (no creas que tu largo encierro pasó desapercibido, Judith), me extraña que me preguntes esas cosas. ¿Por qué no se lo preguntaste a él directamente?
Judith Niles volvió a la ventana y contempló melancólica el atardecer.
—Necesito hacer una comprobación alternativa. Es importante, Jan. Necesito saber lo rico que es Salter Wherry. Lo rico que es de verdad. ¿Lo suficiente como para dejarnos hacer lo que necesitamos hacer?
—Según mis propias investigaciones e impresiones, es tan rico que el mundo carece de sentido real. Nuestro presupuesto para el próximo año es de poco más de ocho millones, ¿no? Comprobaré los últimos datos sobre Salter Wherry, pero aunque no sea más rico que hace veinte años, todo este Instituto podría ser financiado confortablemente sólo con los intereses de su cuenta corriente.
—Tal vez éste es su plan. —Judith se volvió a la habitación—. ¡Maldita sea!, desde luego lo ha calculado bien.
—¿Otra vez problemas de dinero? Recuerda que he estado ausente.
—He tenido otra reunión con nuestro Comité de Presupuestos. Quieren quitarnos otro cinco por ciento, y el lugar se nos cae ya a pedazos. No podemos mantener indefinidamente en secreto algunos de nuestros experimentos y resultados, tal como me gustaría. Charlene y Wolfgang Gibbs se están topando con el mismo problema que nosotros. Wherry no podría haber aparecido en un momento mejor. Podría salir perfectamente.
—Como te he dicho muchas veces, Judith, eres un genio. Puedes manejar a simples inocentes como yo igual que a marionetas. Pero aún no eres lo bastante buena para vértelas con Salter Wherry. Es el mejor del Sistema, y tiene setenta años de experiencia. Cuando pienses en tus propios objetivos y en tu plan oculto, del que ni siquiera pretendo ser partícipe, recuerda que sin duda él tiene también un plan oculto con objetivos bastante diferentes. Y si tú eres un genio, él es un mago de las finanzas y la organización. Y tiene fama de salirse siempre con la suya. —De Vries se cruzó de piernas y se alisó la raya de los pantalones—. Pero por la cara que tienes sospecho que me estoy yendo por las ramas. ¿Cuál es la gran oferta que quieres discutir? ¿Por qué no estás en el gran río Avon, cenando fresas con nata bajo el sonido de las trompetas… o cualquier otra delicia que el tristemente irreal señor Gibbs tenga en mente?
Judith Niles se frotó delicadamente el ojo izquierdo, como si algo le preocupara.
—Hans Gibbs me trajo una oferta. Tienen problemas en la Estación Salter. ¿Lo sabías?
—He oído rumores. Las pólizas de seguros para el personal de la Estación han sido elevadas muy por encima de las operaciones espaciales convencionales. Pero no veo qué relación tiene todo eso con el Instituto.
—Eso es porque no sabes cuáles son los problemas. Jan, la oferta de hoy ha sido muy simple. Hans Gibbs vino en nombre de Salter Wherry. El presupuesto del Instituto será cuadruplicado, con garantía para seguir trabajando un mínimo de ocho años. Además, los experimentos que estamos llevando a cabo permanecerán libres de todo control o interferencia exterior. Y lo mismo nuestro aprovisionamiento de material de hardware y software.
—Parece que ofrece el paraíso. —De Vries se puso en pie y se acercó a Judith—. ¿Dónde está el gusano de la manzana? Tiene que haberlo.
Ella le sonrió y le palmeó el hombro.
—Jan, ¿cómo podía yo sacar adelante las cosas antes de que te integraras en el Instituto? Aquí tienes tu gusano: para conseguir todas las cosas buenas que Salter Wherry promete, debemos satisfacer una condición. El personal clave del Instituto debe trasladarse… a la Estación Salter. Y debemos aunar todos nuestros esfuerzos para solucionar un problema que ha estado arruinando los proyectos de construcción de arcologías.
—¿Qué? ¿Ponernos en órbita allá arriba? Espero que no hayas accedido.
—No, todavía no. Pero puede que lo haga. Tengo que subir y verlo por mí misma. Hans Gibbs hará los preparativos este fin se semana.
A medida que Jan De Vries se mostraba más y más dubitativo, Judith parecía más relajada.
—Y ya que he de ir, Jan —continuó ella—, alguien más tiene que mirar la lista inicial de los miembros clave del personal, por si decidimos trasladarnos. Sé quienes serían los miembros principales que yo elegiría, pero no estoy lo bastante segura acerca de todos los componentes del personal de apoyo… y también necesitaremos un buen equipo. ¿Quiénes son los mejores, y quién querría ir a la Estación Salter?
—Parece que ya te has decidido.
—No. Sólo quiero tenerlo todo previsto por si se da el caso. —Se acercó a la mesa y cogió una página escrita a mano—. Aquí está mi primera selección. Siéntate y vamos a examinarla juntos.
—Pero…
—Haz que Charlene Bloom te ayude con esto mientras estoy fuera.
—¿Charlene? Mira, sé que es buena, pero seamos objetivos. Es muy insegura.
—Lo sé. Es demasiado modesta. Por eso quiero que sepa que está en mi lista de preferidos desde el principio. Mientras estás con eso, échale un vistazo a esto. —Le tendió un par de páginas impresas—. Acabo de extraerlo de los bancos de datos históricos. Es la declaración que Salter Wherry hizo a las Naciones Unidas cuando empezó su actividad industrial en el espacio, hace treinta años. Necesitamos comprender la psicología de ese hombre, y ésta es una buena pista.