Esa tarde había venido Alicia a preparar conmigo la traducción de griego, y cuando volví a la mesa le estuve contando lo idiotas que son las señoras que vienen a casa, me desahogué con ella de la rabia que tenía. Ella no dijo nada, pero luego, cuando habíamos vuelto a la traducción, levantó de repente la cabeza.
– Yo a tu tía no le gusto nada, ¿verdad?
Me pilló tan de sorpresa que me puse colorada. La tía siempre dice de ella (esa chica), y nunca la saluda más que cuando no tiene más remedio.
– Y a mí qué me importa si le gustas o no, eres mi amiga -dije-. No me ha dicho nada.
– Pero yo lo noto.
– Pues me da igual. A ver si vas a dejar de venir por eso.
– No.
Desde que viene Alicia, han vuelto a hablar varias veces en las comidas de lo conveniente que habría sido que yo este año no me hubiera matriculado en el Instituto. Dicen que mientras estaba Gertru, menos mal, pero que ahora he perdido todo contacto con la gente educada. Yo no quiero saltar y prefiero irlo llevando por las buenas porque bastantes disgustos recientes ha habido por lo de Julia, que se quiere ir este invierno a Madrid y el novio le ha escrito una carta a papá y han armado la de San Quintín. Estoy esperando a que todo esté más sereno para hablar yo con papá, conque no conviene que se enfaden también conmigo ahora. Al fin ya estoy matriculada y con Alicia directamente no se han metido todavía, así que les oigo como quien oye llover. Procuro pasar lo más inadvertida posible. Me he dado cuenta de una cosa: de que en casa para pasar inadvertida es mejor hacer ruido y hablar y meterse en lo que hablan todos que estar callada sin molestar a nadie. Siempre que me acuerdo canto por los pasillos y tengo cara de buen humor, y he empezado a mirar figurines y a dar opiniones sobre los trajes de las hermanas, y a decir que qué buen sol si veo que está despejado. También he dicho que quiero unos zapatos nuevos.
Alicia, la pobre chica, viene muy mal vestida, y debe pasar un poco de frío, con esa chaqueta de traje sastre que trae encima del vestido azulina. Dice que a ella no le pasan balas porque ha vivido mucho en un pueblo de Burgos de donde es su abuela, que es uno de los más fríos de España, y que se levantaba tempranísimo y nunca gastaba abrigo. Lo dice con mucho orgullo, y me toca por la calle para que vea que siempre tiene las manos calientes. Del pueblo de su abuela me ha hablado mucho, del jefe de estación que es su tío, de una alberca muy grande, cerca de un melonar, de las fiestas de verano con baile; y de la trilla. Ella vivió una temporada en casa de su tío, en la estación, y veía pasar los trenes. Estar aquí no le gusta, le gustaría hacer la carrera de maestra y que la destinaran al pueblo, vivir con su abuela hasta que se muriera, enseñarles a leer y a escribir a los niños de allí, que los conoce a todos. Yo le digo: (Bueno, y casarte), pero se ríe y dice que no, que eso ella no lo piensa, que si yo lo pienso.
– Pues, no, tampoco. Pero aunque no lo piense, me casaré, me figuro. Tienes razón, son cosas que están lejos.
A Alicia le he hablado algo del profesor de alemán, de las dos veces que me ha acompañado a casa y de las cosas que me ha dicho, y un día me vio el diario. Como somos tan amigas, me pareció mal no enseñárselo, pero luego me he arrepentido un poco, no porque lo vaya a hablar con nadie, pero porque ella tiene una manera de ser que algunas cosas no las entiende. Dice que ella a mí me debe parecer muy vulgar.
– Que no, qué tontería. ¿Por qué lo dices?
Se rió porque siempre se ríe cuando está muy convencida de una cosa pero no es capaz de explicarla bien.
– Pues porque sí, porque nuestra vida va a ser muy distinta. Basta ver las cosas que escribes tú, y lo que piensas y eso. Verás cómo luego, dentro de un par de años, no seremos amigas ya, no lo podremos ser.
– ¿Pero por qué?
– Porque sí. Lo verás.
– Pues ahora somos amigas, Alicia. Lo más amigas.
– Ahora sí, bueno.
Nunca dice las cosas con tristeza, pero siempre con una seguridad que te convence. Yo he pensado que a lo mejor tiene razón, que sólo me agarro a ella ahora porque estoy un poco sola. Gertru. Desde luego es completamente distinta a Gertru, mucho más prosaica y con menos preocupación de analizarse, pudorosa. Algunas veces me hace avergonzarme de mis fantasías. Le pregunté que por qué no hacía ella diario y dijo que no me enfadara, pero que le parecía cosa de gente desocupada, que ella cuando no estudia le tiene que ayudar a la madrastra a hacer la cena y a ponerle bigudís a las señoras. Otro día le hablé del color que se le pone al río por las tardes, que si no le parecía algo maravilloso, a la puesta del sol, y me contestó que nunca se había fijado.
– ¿Pero cómo puede ser? ¿No se ve el río desde tu ventana?
– Pues, sí. Pero nunca me he fijado. A mí me parece tan natural que ni me fijo. Un río como otro cualquiera. Agua que corre.
Dice que me he enamorado del profesor de alemán, que lo saco a relucir para cualquier cosa, aunque no tenga nada que ver. Ese día que lo dijo me enfadé un poco con ella y desde entonces hablamos menos y siempre que nos juntamos es para estudiar. Todo el tiempo estudiando. Me cunde el tiempo con ella más que con nadie. Cada vez estoy más decidida a hacer carrera.
Hoy me encontré a Julia que salía del portal de casa, cuando yo volvía de clase. Le pregunté adónde iba.
– No sé. A lo mejor al cine, o a dar una vuelta por ahí.
– ¿Tú sola?
– Sí. Es que he reñido con Mercedes, no la aguanto. ¿Por qué no te vienes conmigo? ¿O tienes que estudiar?
– No, voy contigo.
Me ha estado contando Julia que Mercedes está de muy mal humor estos días por culpa de un chico que ha salido un poco con ella y que ya no la hace ni caso, un tal Federico. Yo no sabía que Mercedes saliera con ningún chico, siempre ha dicho que a los hombres los odia por principio. Le he estado preguntando a Julia que cómo es el chico.
– Nada, un borracho, un idiota. Ha ido con ella por tomarla el pelo. Antes era amigo mío, pero ya no le hablo nunca. Mercedes ha hecho el ridículo con él, le ha estado buscando todo el tiempo, se ha hecho unas ilusiones horribles. Decía que no, pero se lo notaban todas las amigas. Mira que se lo advertí yo, pero nada. Como ha ido tan poco con chicos. Ahora en cambio lo pone verde, dice que de ella no se ha reído ni él ni nadie. Está incapaz, no se le puede hablar. Conmigo sobre todo, es que me tiene verda-deramente manía. No sé cómo no lo notas tú también, ¿no lo ves el mal humor que tiene? Acuérdate ayer qué discusión tan tonta contigo, por lo de la sobrina del comandante, a ella que‚ más le dará.
La sobrina del comandante es esa Petrita López, que van a traer para que sea amiga mía. Ayer le dije a Mercedes que qué pesadas se están poniendo, y que no me hace ninguna falta tener esa amiga, y se enfadó mucho. Pero como ella y tía Concha se enfadan por tantas cosas al cabo del día, yo no hice ni caso. Me da pena de Mercedes, aunque no la quiero mucho, cada vez más separada de todos y más orgullosa, intransigente como la tía. Hasta la misma cara se le va poniendo. Me ha dicho Julia que son treinta años los que cumple en febrero, yo creía que veintinueve.
– Y es lo malo que ya no se casa, qué se va a casar. Con el carácter que tiene. ¿Tú crees que va a encontrar quien la aguante?
No hemos ido al cine. Nos hemos puesto a hablar y a andar, y a lo último ya estaba Julia de buen humor. Está decidida a irse a Madrid para Año Nuevo como sea. Dice que con permiso o sin permiso. Que primero se va a casa de los tíos y luego se busca un trabajo allí hasta que se case, porque Miguel por lo menos en un año no puede casarse todavía, le han fallado unos trabajos con los que contaba para ahorrar un poco.
– Pero preferiría irme por las buenas, dentro de lo posible. A ver si hablas tú con papá, Tali, guapa, que me lo prometiste.