—Todo eso sucedió, ¿verdad? —susurró el muchacho—. Me está contando algo… que es verdad.
—Sí —dijo el vampiro, mirándolo con sorpresa—. Quiero seguir contándotelo —aseguró, pero, cuando su mirada pasó del muchacho a la ventana, sólo demostró lejano interés en el entrevistador, que parecía sumido en silenciosas contradicciones.
—Pero… usted dijo que no sabía de sus visiones; que usted, un vampiro…, no podía saber con plena y total seguridad si…
—Quiero hacer las cosas en orden. Quiero contarte las cosas tal como fueron sucediendo. No, no sabía nada de las visiones. Ni lo supe nunca —afirmó; y, nuevamente, esperó hasta que el chico dijo:
—Sí, por favor, continúe…
—Pues entonces quise vender las plantaciones. No quise volver a ver jamás esa casa ni el oratorio. Finalmente las alquilé a una agencia que las trabajaría por mi cuenta y me administraría las cosas, de modo que nunca tendría necesidad de ir allí.
Y llevé a mi hermana y a mi madre a una de las casas de Nueva Orleans. Por supuesto, no podía escapar ni por un instante de mi hermano. Únicamente podía pensar en su cuerpo pudriéndose bajo tierra. Estaba enterrado en el cementerio de Saint-Louis, de Nueva Orleans, y yo hacía todo lo posible por evitar tener que traspasar esa entrada, pero aún pensaba en él constantemente. Borracho o sobrio, veía su cuerpo en el ataúd y no lo podía soportar. Una y otra vez soñé que él estaba arriba de esa escalinata y que lo tomaba del brazo, le hablaba con bondad, le pedía que volviese a su cuarto, le decía suavemente que creía en él, que debía rezar para que yo tuviera fe. En el ínterin, los esclavos de Pointe du Lac (ésa era mi plantación) empezaron a hablar de ver su fantasma en la galería, y el superintendente no podía mantener el orden. La gente de la sociedad le hacía preguntas ofensivas a mi hermana sobre el incidente, y ella se puso histérica. Simplemente pensó que debía reaccionar de esa forma y lo hizo. Yo bebía todo el tiempo y estaba lo menos posible en casa. Vivía como un hombre que quería morir pero que no tenía el valor de matarse. Caminaba a solas por las calles y los callejones de los negros; me caía al suelo en los cabarets, me negué dos veces a batirme en duelo, más por apatía que por cobardía, y, verdaderamente, deseaba que me asesinasen. Y entonces fui atacado. Pudo haber sido cualquiera. Y yo presentaba una invitación abierta a marineros, ladrones, maniáticos, a cualquiera. Pero se trató de un vampiro. Me atrapó a unos pasos de mi casa una noche y me dejó dándome por muerto, o así lo pensé.
—¿Quiere decir… que le chupó la sangre? —preguntó el muchacho.
—Sí —se rió el vampiro—. Me chupó la sangre. Así se hace.
—Pero usted vivió —dijo el joven—. Usted dijo que lo dejó dándolo por muerto.
—Bueno, me desangró casi hasta el punto de la muerte, lo que para él era suficiente. Me pusieron en cama tan pronto como me encontraron, confundido y realmente ignorante de lo que me había sucedido. Supongo que pensé que la bebida al final me había producido un ataque. Ahora esperaba morirme y no tenía interés en comer, beber ni hablar con el médico. Mi madre mandó buscar al sacerdote. Tenía fiebre y le conté todo al cura, todo acerca de las visiones de mi hermano y de lo que yo había hecho. Recuerdo que me aferré de su brazo, haciéndole jurar una y otra vez que no se lo contaría a nadie. Yo sé que no lo maté —le dije por último al sacerdote—, pero ahora que él está muerto no puedo vivir. No después de la manera en que lo traté.
»—Eso es ridículo —me contestó—. Por supuesto, usted pude vivir. Usted no tiene nada de malo salvo las ganas de hacerse mal a sí mismo. Su madre lo necesita, para no mencionar a su hermana. Y, en cuanto a ese hermano suyo, él puede estar seguro de que estaba poseído por el demonio.
»Me quedé tan perplejo cuando dijo esto que no pude protestar. El demonio producía visiones, continuó explicándome él. El demonio seguía reptando. Todo el país francés estaba bajo la influencia del diablo y la Revolución había sido su máximo triunfo. Nada podría haber salvado a mi hermano salvo el exorcismo, las oraciones, ayunos y unos hombres que lo agarraran cuando el demonio enfureciera su cuerpo y quisiera arrojarlo por los aires.
»—El demonio lo empujó por la escalera; es algo perfectamente evidente —declaró—. Usted no habló con su hermano en esa habitación; usted habló con Satán.
»Pues bien, eso me enfureció. Antes yo creía que había llegado a un límite, pero no era así. Continuó hablando del demonio, del vudú entre los esclavos y de casos de posesión en otras partes del mundo. Y perdí el dominio de mí mismo. Destrocé la habitación y casi lo mato.
—Pero sus fuerzas… El vampiro… —dijo el chico.
—Yo estaba fuera de mí —explicó—. Hacía cosas que no podría haber hecho en mi estado normal. Ahora la escena es confusa, pálida, fantástica. Pero recuerdo que lo saqué por las puertas de atrás de la casa, le hice cruzar el patio y le golpeé la cabeza hasta que casi lo mato contra la pared de ladrillos de la cocina. Cuando al final me calmé y estaba casi tan exhausto como la muerte, me desangraron. ¡Los imbéciles! Pero iba a decir otra cosa: fue entonces cuando concebí mi nuevo ego. Quizá lo había visto reflejado en el cura. Su actitud de desprecio ante mi hermano reflejó la mía propia; su crítica inmediata y vacua sobre el demonio; su negativa a concebir siquiera la idea de que la santidad le había pasado tan cerca.
—Pero creía en la posesión del demonio.
—Ésa es una idea mucho más mundana —dijo el vampiro de inmediato—. La gente que deja de creer en Dios, o en la bondad, sigue creyendo en el demonio. No sé por qué. No; sé muy bien por qué. El mal siempre es posible. Y la bondad es eternamente difícil. Pero debes comprender; la posesión en realidad es otra manera de decir que alguien está loco. Así era como pensaba ese cura. Estoy seguro de que había vislumbrado la locura. Tal vez se había colocado directamente encima de una locura rampante y la había proclamado como una posesión. No tienes que ver a Satán cuando se lo exorciza. Pero estar ante la presencia de un santo…, creer que el santo ha tenido una visión… No, es egoísmo, es nuestra negativa a creer que puede suceder a nuestro lado.
—Nunca lo pensé de esa manera —dijo el joven—. ¿Y qué le pasó a usted? Dijo que lo desangraron para curarlo, y eso lo debe de haber dejado a un paso de la fosa.
El vampiro se rió.
—Sí, por cierto que así fue. Pero el vampiro regresó esa noche. ¿Ves?, quería Pointe du Lac, mi plantación.
»Era muy tarde; después de que mi hermana se quedara dormida. Lo recuerdo como si hubiera pasado ayer. Entró por el patio, abriendo sin hacer un solo ruido las puertas vidrieras; un hombre alto de piel blanca, una masa de pelo rubio y con una cualidad grácil, casi felina en los movimientos. Y, cautelosamente, puso un mantón sobre los ojos de mi hermana y bajó el pabilo de la lámpara. Ella quedó dormitando al lado de la palangana y del pañuelo con que había estado refrescándome la frente, y no se movió ni un instante en toda la noche. Pero, para entonces, yo ya había cambiado mucho.
—¿Cuál fue ese cambio? —preguntó el entrevistador. El vampiro suspiró. Se recostó contra la silla y miró las paredes.